El presidente Donald Trump se mantiene firme en materia arancelaria. El caos y el miedo que provocó con su guerra comercial del “Día de la Liberación” solo lo han vuelto más inflexible en su convicción de que la mayor economía del mundo es víctima de rivales tramposos empeñados en estafarla.
El republicano aseguró su disposición a negociar acuerdos comerciales con potencias como Japón e Israel. La perspectiva de nuevas negociaciones impidió que se repitiera las gigantescas pérdidas de la semana pasada en los mercados de Estados Unidos.
No obstante, amenazó con elevar los aranceles acumulativos sobre China a más del 100%, algo que podría causar subidas masivas de precios para los compradores estadounidenses de iPhone, computadoras y juguetes. Además, sugirió que los antiguos amigos de EE.UU. en la Unión Europea (UE) eran enemigos tan implacables que nunca podría haber un acuerdo justo.
La actitud de jefe de la Casa Blanca pareció frustrar las esperanzas de algunos observadores, incluidos algunos senadores de su mismo partido, de que simplemente tratará de generar influencia para obtener mejores condiciones comerciales para el país. Y por los comentarios de Trump en una rueda de prensa en el Despacho Oval, los negociadores de comercio exterior se chocarán de frente si buscan pactos tradicionales que permita a cada parte proclamar su victoria.
“Podemos llegar a un acuerdo realmente justo… un buen acuerdo para Estados Unidos, no para los demás”, expresó Trump, explicando su enfoque. “América es lo primero”.
El rechazo del primer mandatario a ceder implica que aumentará el peligro de que sus políticas causen una pérdida de confianza económica mundial y una inflación galopante. Esto podría incluir el “invierno nuclear económico” que el director de fondos de cobertura, Bill Ackman invocó el domingo.
Tal vez, en algún momento, las consecuencias económicas y políticas alcancen un nivel tan alto que lo obliguen a cambiar de rumbo. Pero la ecuación es desalentadora, pues se centraría en cuánto dolor podrán soportar los estadounidenses.
Hasta el momento, un presidente que cree gozar de un poder casi absoluto y que se ha liberado de las restricciones de su primer gobierno no busca una salida. Y en su ambición de confrontación y su sentido de misión también podrían tener implicaciones más allá de la economía y en otros ámbitos políticos, como sus planes expansionistas en Groenlandia y Canadá, sus deportaciones masivas de migrantes y su guerra cultural.
“Nadie más que yo haría esto”, manifestó Trump a los periodistas. “Saben, es bueno cumplir un mandato fácil y agradable, pero tenemos la oportunidad de cambiar la estructura de nuestro país. Tenemos la oportunidad de replantear el tema del comercio”.
Es difícil ver alivio en una crisis autocreada
Es complicado saber qué sigue porque hay una gran contradicción en el centro de la política del presidente estadounidense.
Trump insiste en que trata de restaurar la gloria de finales del siglo XIX de la base manufacturera del país, algo que requeriría proteccionismo por años e incluso aranceles permanentes. Pero el republicano y sus principales asesores afirman también que están abiertos a negociar acuerdos comerciales, un proceso que, por definición, no alcanzaría la reforma completa del sistema de comercio global que el ejecutivo busca.
“Ambas cosas pueden ser ciertas. Puede haber aranceles permanentes y también puede haber negociaciones, porque hay cosas que necesitamos más allá de los aranceles”, indicó Trump, en una aparición en el Despacho Oval con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
La dinámica mencionada antes parece ofrecer poco a los potenciales socios negociadores de Estados Unidos.
Las esperanzas de una solución rápida a la crisis comercial podría naufragar debido a la convicción absoluta de las creencias de Trump sobre el comercio, uno de los pocos principios ideológicos consistentes de su vida como empresario y político.
Sus ideas parecen tener sentido solo según su propia lógica interna y entran en conflicto con la teoría económica aceptada, los consejos de los especialistas o incluso la realidad.
Asimismo, la complejidad de cualquier conversación comercial que puedan enfrentar los socios estadounidenses quedó al descubierto en la reunión entre Trump y Netanyahu, informó CNN.
El primer ministro de Israel trajo una propuesta para eliminar el déficit comercial de su país con EE.UU., después de que el aliado incondicional de Estados Unidos recibiera una sorprendente imposición de aranceles del 17% la semana pasada. Pero cuando se le cuestionó si cancelaría el arancel a cambio, Trump ofreció su opinión de que inclusive los aliados le están quitando a la nación norteamericana.
“Quizás no, quizás no. No olviden que ayudamos mucho a Israel. Le damos $4 mil millones de dólares al año. Eso es mucho. Mis felicitaciones, por cierto”, le dijo a su visitante.
Al preguntarle al mandatario que respondiera a la oferta de la UE de eliminar los aranceles sobre los vehículos y productos industriales con EE.UU, Trump insinuó que casi cualquier concesión sería insuficiente.
“La UE ha sido muy estricta a lo largo de los años. Siempre digo que se creó para perjudicar seriamente a Estados Unidos en el comercio”, afirmó.
¿Se podrá revivir la base manufacturera de EE.UU.?
En principio, la estrategia del líder republicano está diseñada para responder al vaciamiento de los centros industriales estadounidenses debido a una fuga de empleos de bajo costo al extranjero. No es el primer ejecutivo que lo intenta, y en la administración del expresidente Joe Biden hubo señales de que la manufactura se estaba recuperando.
No queda dudas del daño que la globalización ha provocado a algunos estadounidenses, ya que dejó a millones de trabajadores sin propósito ni buenos medios de vida y causó una dislocación social.
Pero ¿es realista la visión de Trump sobre el regreso de las ciudades fabriles y de la producción industrial a gran escala?, y él trató de explicar como funcionaria.
“Hay que construir algo llamado fábrica, hay que generar energía, hay que hacer muchas cosas”, apuntó.
Pero algo tan complejo tomaría unos 10 años o más, sin duda más que los pocos años que le quedan en la Casa Blanca. No existe garantía de que los directivos de las compañías acepten hacer inversiones tan masivas debido a la posibilidad de que la siguiente administración elimine los aranceles. Y las fábricas requieren grandes inversiones iniciales que tardan años en amortizarse.
Los expertos indican que la economía estadounidense moderna está cada vez más arraigada en los servicios y el desarrollo de alta tecnología. En este sentido, es difícil imaginar a muchos ciudadanos haciendo fila para trabajos mal pagados en la industria pesada o en talleres textiles donde las compañías de Estados Unidos pudieran producir bienes a precios tan bajos como sus competidores extranjeros.
En conclusión, las políticas necesarias para hacer realidad esa visión podrían causar vulnerabilidades inmediatas para la economía.
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