
Las consecuencias del uso excesivo de dispositivos electrónicos en adolescentes de más de 12 años es un tema cada vez más recurrente. Sucede en casa y en la escuela. “Basta de pantallas”, es el pedido de padres y docentes. “Un rato más”, responden los niños y niñas, como si se tratara de algo que no se puede dejar.
Un estudio publicado en JAMA Pediatrics, que realizó un seguimiento a más de 4.000 jóvenes en Estados Unidos durante cuatro años, identificó que cerca de la mitad muestra patrones de uso adictivo de redes sociales, videojuegos o teléfonos móviles.
El uso excesivo de pantallas durante la infancia y la adolescencia se relaciona con un mayor riesgo de desarrollar problemas cardiometabólicos, según otro estudio realizado en Dinamarca y publicado en el Journal of the American Heart Association.
De acuerdo con el informe Kids Online Argentina 2025, elaborado por Unicef y Unesco, niñas, niños y adolescentes de entre 9 y 17 años utilizan de forma masiva y constante teléfonos celulares con conexión a internet.
En diálogo con Infobae en una nota anterior, Cora Steinberg, especialista en educación de Unicef Argentina y coautora del estudio, explicó que la mayoría de chicas y chicos en Argentina accede a la tecnología desde edades tempranas. “El 95% ya posee un celular con acceso a Internet y, en promedio, obtiene su primer dispositivo a los 9,6 años”, sostuvo.

Soledad Gutiérrez Eguía escribió un libro sobre este tema. Y le puso un título que impacta: "Querido adolescente, no es tu culpa". Allí, describe que su contacto frecuente con adolescentes de realidades socioeconómicas diversas, como la llevó a observar de cerca los efectos negativos de la sobreexposición a las pantallas, especialmente tras la pandemia.
Gutiérrez Eguía es licenciada en Comunicación y ocupa el cargo de directora en programas solidarios de arte y ha estado vinculada a la acción social desde 2015, cuando fundó Minigestos - niños solidarios en acción. Esta iniciativa organiza campañas para fomentar la conciencia social entre menores.
Como madre de 3 hijos y directora de dos programas solidarios de arte, en los últimos años, tuvo contacto cercano con cientos de adolescentes de diferentes realidades socio-económicas. La investigación recoge los aportes del psiquiatra Matías Bonanni (Director Médico de INAC) y el prólogo lo firma la psicóloga Maritchu Seitún. Gutiérrez Eguía detalla los riesgos asociados al uso excesivo de pantallas: adicción a la dopamina, dificultades para el disfrute, déficit de atención, tristeza, depresión, ludopatía, adicción a la pornografía, trastornos alimentarios, grooming y ciberacoso.

También ofrece estrategias para que los adolescentes identifiquen mecanismos de protección y fuentes de bienestar duradero sin recurrir a la tecnología.
-¿Cuál fue el momento o experiencia concreta que más te impactó y la motivó a iniciar la investigación sobre el impacto de la sobreexposición a las pantallas en adolescentes?
-Empecé anotar mucha dificultad para comunicarse cara a cara unos con otros; apatía, chicos con autolesiones; muchos chicos medicados; algunos con ataques de pánico; falta de descanso (dificultad para llegar en horario a la mañana e incluso a veces para sostener un taller despiertos), etc. Y un caso puntual que realmente me angustió y dije “algo tengo que hacer” fue el caso de una chica que asistía a los talleres, que nos contó que su primo de 16 años se había suicidado por deber plata a una plataforma online. Algo que había empezado como un juego y con mucha ilusión de poder ayudar a su familia. Estoy hablando de un adolescente que vivía en un barrio muy humilde en don Torcuato, terminó sacándole las ganas vivir.

Gutiérrez Eguía cuenta que empezó a sentir impotencia y cierta culpa por no poder protegerlos contra tanta exposición y se puso a investigar la temática en profundidad. “A medida que avanzaba, me surgió la necesidad de que todos los adolescentes tuvieran más información al respecto. Así nació la idea de este libro”, explica.
-A lo largo del proceso de investigación y de contacto directo con adolescentes, ¿cuáles considerás que son los riesgos más subestimados por las familias y el entorno escolar respecto al uso de dispositivos electrónicos?
-Hay mucho desconocimiento por parte de adultos y de chicos respecto de los peligros que hay detrás de las pantallas. Por eso les entregamos los dispositivos sin ningún tipo de preparación ni control. Y considero que ese es el primer cambio urgente que debemos lograr: informarnos de lo que pasa. Porque nadie puede protegerse frente a algo que no conoce. El primer riesgo al que estamos todos expuestos (y en especial los adolescentes que son más vulnerables porque su cerebro está en desarrollo) es a volvernos adictos a la dopamina (el neurotransmisor del placer), que nos impide disfrutar de lo verdadero. Esto genera angustia, tristeza y en casos más serios incluso depresión. Cuando digo “ adictos” no es una forma de decir, sino que lo que sucede en el cerebro es igual a lo que ocurre con la adicción a las drogas o al alcohol. Hoy las nuevas drogas entran por los ojos.

“Los algoritmos de las redes están diseñados para captar nuestra atención y no perderla. Saben lo que nos gusta y lo que no y nos lo mandan para que no dejemos de mirar", dice Gutiérrez Eguía.
“Cada vez que uno recibe un like, un nuevo seguidor, cada vez que ganamos un juego, nuestro cerebro libera “dopamina”, ejemplifica.
Y sigue: “La dopamina no es algo malo en sí mismo, es la que se libera cuando comemos o tenemos relaciones sexuales, por ejemplo. El problema es el exceso de la dopamina que se vuelve adictivo y puede ser nuestro peor enemigo. Porque las personas no estamos creadas para sentir placer todo el tiempo, sino que estamos creadas para buscarlo, generarlo, perseguirlo. Entonces, cuando el cerebro detecta excesos de dopamina, para protegernos, se adapta: primero esconde la neurona receptora de la dopamina (tarda más en lograrse el mismo efecto) y después empieza a liberar menos dopamina (se necesita cada vez más para lograr el mismo efecto)“.

La autora dice que el vacío y la angustia empiezan a tironear. “Todo duele, todo angustia, nada tiene sentido, no me puedo concentrar, e incluso puedo perder las ganas de vivir. Llega un momento en que ya no se consumen pantallas por placer sino para evitar ese vació que se siente cuando no hay una pantalla adelante. Entonces no estas frente a una pantalla por elección, sino por necesidad. En el fondo lo que se pierde es la libertad”, postula.
El problema, sostiene Gutiérrez Eguía, no es solamente la cantidad de tiempo que pasamos frente a las pantallas, sino que cuando las dejamos, no podemos disfrutar de lo verdadero.
“En Argentina somos el quinto país del mundo con más tiempo frente a pantallas. Yo se los explico a los chicos diciéndoles que se imaginen que la dopamina es como un chispazo de luz. A nadie le gusta la oscuridad. Son como destellos de luz adentro nuestro que nos dan una buena sensación. El problema es cuando esa luz se vuelve tan intensa que nos encandila como mirar directo al sol, entonces te das vuelta y ves todo negro. Perdes la capacidad de mirar y de disfrutar de lo verdadero”, grafica Gutiérrez Eguía.

Las redes sociales fomentan la comparación constante generando mucha angustia en los adolescentes. “Pareciera siempre que la vida de los demás es mucho mejor que la propia”, dice la autora.
“Además, ver lo que hacen los demás todo el tiempo genera mucho FOMO ( “fear of missing out” – miedo a quedarse afuera) y por lo tanto, mucha ansiedad. Por otro lado, presentan ideales corporales inalcanzables que pueden generar una percepción distorsionada del propio cuerpo, aumentando el riesgo de tener trastornos de la alimentación. Hay estudios que indican que a mayor exposición a redes sociales, hay mayor riesgo de padecer este tipo de trastornos", agrega.
“Tenemos que hablar de forma urgente con nuestros chicos sobre todo esto. La gran mayoría pasa horas y horas en las redes sociales sin prestar atención a todas estas cuestiones. Y tenemos que enseñarles también que hay distintas formas de mirar. Cuando miramos algo que nosotros hacemos en la vida real, se activan unas células del cerebro llamadas “neuronas espejo” que nos permiten aprender de la acción del otro (refuerzo una práctica propia)“, explica la experta.

Y da un ejemplo: “Si yo juego al futbol y miro cómo otro juega al fútbol, aprendo estrategia, jugadas, técnicas que después puedo aplicar en mi vida. Pero cuando miro cosas que no hago, es como un simulacro de acción. Estoy valorizando algo que otro hace y yo no y eso no me suma nada, sino todo lo contrario: me resta y genera vacío”.
La pornografía, analiza, fue otro de los puntos que más la alarmó en su investigación: “En España ya hay estudios que indican que 9 de cada 10 chicos consumen pornografía y que la edad de inicio es a partir de los 8 años. Y que el 90% de los padres no lo sabe. Menciono datos de España por un congreso al que asistí via zoom hace unos meses y porque España no figura entre los países con más horas frente a pantallas. Con lo cual tenemos que pensar que acá en Argentina el problema posiblemente sea aún más profundo".
- ¿Qué tipo de respuestas o cambios has notado en los adolescentes o en sus entornos luego de tu investigación?
-Puedo contarte los primeros resultados de una encuesta anónima que hice con más de cien chicos que leyeron el libro. Una de las preguntas hacía referencia a si les había servido o no para aprender y para lograr mejoras en su manejo de los dispositivos electrónicos. El 97% de los encuestados respondió que sí les sirvió. De ellos, el 57% dijo que efectivamente pudo implementar cambios positivos en el uso de las pantallas (40 % lo hizo de forma autónoma y 17% con la ayuda de un adulto). El otro 40% dijo que el libro le resultó útil y que tiene la intención concreta de mejorar sus hábitos tecnológicos, pero que le estaba costando mucho. Manifestaron necesitar ayuda para lograrlo, pero no animarse a pedirla. Esto da cuenta de un primer efecto positivo que les genera a los adolescentes el estar informados, pero también revela que muchas veces los chicos no pueden generar cambios solos. Los adultos debemos acompañar muy de cerca y estar atentos para poder intervenir. Aunque nos empujen y nos alejen, lo cierto es que nos necesitan. Y muchos de ellos ya están pidiendo ayuda de forma explícita.

-¿Qué estrategias concretas recomendás a padres, educadores y adolescentes para lograr un uso más saludable y consciente de las tecnologías?
-En primer lugar, ser ejemplo. No podemos pedirles a los chicos que hagan algo que nosotros no hacemos. En segundo lugar, mucho diálogo. Tenemos que hablar de todo esto con nuestros chicos (acercándonos desde la empatía y el cuidado; intentando no juzgar ni retar). Hay estudios que indican que los chicos que hablan de los riesgos de las pantallas con sus padres, tienen más posibilidades de autorregularse que los que no lo hacen. Y en tercer lugar, intentar generar acuerdos con otros adultos de la comunidad e idealmente, establecer las pautas de use de la tecnología en familia: que puedan participar los chicos para que luego les sea más fácil cumplirlo. Por otro lado, si notan que hay uso problemático de las pantallas, hay que bajar la cantidad de horas de exposición. Para eso, los especialistas recomiendan pautar horarios de uso. Decidir en qué horarios uno va a conectarte y en cuáles va a estar “libre” de pantallas, y hacer el mayor esfuerzo por cumplirlo.
Una buena idea que propone la autora es desactivar las notificaciones y alertas y programar las pausas de antemano (poner la alarma para recordar que es momento de hacer pausa). “Definir lugares donde usarlo y donde no. Muchos sugieren no encerrarse con el celular en la habitación, por ejemplo. Tampoco usarlo en el auto, ni en el baño, ni en la mesa a la hora de la comida. Usar los dispositivos en lugares comunes de la casa también ayuda a que los chicos no vean contenido inadecuado", dice.
Y sigue: "Tratar de programar actividades para hacer en los momentos que se deje el celular de lado (salir a caminar o a correr, leer, escribir, dibujar, bailar, cantar, sacar fotos…). Alejarse físicamente del celular. En los momentos en los que no se use el celular, es ideal dejarlo lejos (en otra habitación) para no “tentarse” a mirarlo. Poner una alarma unas horas antes de acostarse. El peor momento para conectarse es la noche porque el cerebro se está preparando para ir a descansar, entonces tiene menos herramientas para gestionar el aluvión de dopamina que generan las redes. Nunca cargar el celular en la habitación“.

Gutiérrez Eguía tuvo muchas repercuciones. “Una médica psiquiatra de un hospital público de CABA me contactó para comentarme que estaba usando el libro con sus pacientes y que estaba teniendo un efecto muy positivo. Me pidió que le hiciera llegar 30 libros en donación para poder trabajar mejor, a lo que por supuesto accedí y unas semanas después, la madre de una de sus pacientes me escribió para agradecerme el impacto que el libro había tenido en su hija. Una madre me comentó que se encontró a su hija de 13 años leyendo el libro con lágrimas en los ojos y cuando le preguntó que le pasaba le respondió: “Es que es tan real todo lo que dice acá”, relata.
Y sigue: Un adolescente de 16 años me contactó pidiéndome que por favor hiciera llegar el libro a todos los chicos de 4to años de su escuela y que les dijera que era de lectura “ obligatoria” porque él quería bajar la exposición a las pantallas , pero se daba cuenta de que solo no iba a poder. Me dio mucha gracia el pedido y también mucha ternura. Hace unas semanas, una psicóloga de Paraguay me contactó comentando que le había llegado el libro a través de una amiga Argentina y que la había emocionado mucho".

-¿Qué rol cumplen los educadores en el uso de las pantallas y cómo ellos pueden ayudar para generar consciencia?
-Como comenté antes, creo que el primer rol y tarea con la que debemos comprometernos todos los adultos (padres, docentes, educadores) es informarnos de lo que está pasando y después comunicárselo a los adolescentes. Y estar atentos a señales de alerta que puedan significar la necesidad de una intervención como: cambios de conducta repentinos; cambios en el estado de ánimo; una baja repentina en rendimiento escolar ; apatía o angustia sostenidas, etc. Considero que es necesario incluir en las escuelas programas/ talleres de concientización sobre estos peligros de la sobreexposición a las pantallas. Cuando los adolescentes se dan cuenta de que hay un cambio en la estructura de su cerebro al mirar pantallas en exceso (que hace que vayan perdiendo la capacidad de sentir en el mundo real) y que está en juego su libertad y su felicidad, hay un “click”, una reacción. No digo que se solucionan los problemas, pero sí que hay una concientización de su gravedad, que es el paso inicial para enfrentarlos.
Gutiérrez Eguía finaliza diciendo que nadie puede protegerse frente a algo que no conoce. Y lamentablemente, sostiene para cerrar, “la mayoría de chicos y padres aún no están al tanto de la gravedad de los peligros a los que se enfrentan. Considero que es urgente que empecemos a prepararlos para que estén informados y puedan protegerse a sí mismos frente a tanta exposición. En mi opinión, el abordaje de estos temas en la escuela debería ser obligatorio”.