Qué significa que tu hijo nunca participe en clase, según la psicología

hace 3 días 3
Varios niños a las puertasVarios niños a las puertas de un colegio. (Rober Solsona/Europa Press)

¿Odiabas que el profesor te preguntara algo en clase pero ahora te preocupa que tu hijo no quiera participar? Bienvenido al mundo de las hipocresías paternas, que te llevará a buscar explicaciones psicológicas para comportamientos que a veces tienen que ver, simplemente, con uno de los sentimientos más humanos que existen: la pereza.

Pese a ello, no faltan los psicólogos que tienen explicaciones para el desinterés de los niños por participar en clase, y que —porque los psicólogos aparentemente no pecan de perezosos— no dudan en publicar estas opiniones en internet. Según estos especialistas, el hecho de que un alumno no intervenga en clase rara vez obedece a una única causa, y suele deberse al miedo a la exposición pública, al temor a equivocarse o a la timidez.

Uno de los factores más frecuentes es la ansiedad social. Muchos niños temen ser evaluados o corregidos negativamente y optan por el silencio como estrategia de autoprotección. El temperamento es otro elemento clave. La ciencia identifica a los niños con temperamento más inhibido como aquellos que muestran una mayor sensibilidad a los estímulos sociales. No es un problema en sí mismo, pero predispone a que el ambiente nuevo o la mirada ajena se perciban como un desafío intensificado.

Las experiencias previas marcan también la conducta en clase. Basta un episodio de burla, una corrección poco cuidadosa o la reiteración de mensajes como ‘no hagas el ridículo’ para que se internalice la idea de que tomar la palabra es poco conveniente. A esto se añade la influencia del perfeccionismo y la autoexigencia, que llevan a algunos a participar solo cuando se sienten absolutamente seguros de su respuesta.

Otro motivo es la baja autoestima. Cuando un niño considera que su aporte carece de valor o teme cometer errores, elige no exponerse. Esta autopercepción puede alimentarse por la falta de reconocimiento de los avances, las comparaciones continuas y el énfasis excesivo en el resultado en lugar del proceso de aprendizaje.

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Para que la participación en clase deje de verse como una meta excluyente y comience a entenderse como un proceso flexible, varios especialistas sugieren iniciar con una labor constante de acompañamiento y validación emocional. Reconocer sin minimizar los sentimientos de miedo o vergüenza refuerza la confianza de los niños y les permite sentirse vistos y escuchados.

En el ámbito familiar, generar espacios para practicar la comunicación sin juicios, como la lectura en voz alta o la explicación de tareas domésticas, ayuda a que los menores ganen seguridad en contextos donde el error no implica consecuencias. Además, es útil plantear pequeños retos ajustados al nivel de confianza, celebrando el esfuerzo y no solo el resultado.

Evitar la sobreprotección es otro aspecto recomendado por psicólogos. La tentación de “salvar” a los niños de experiencias incómodas puede cortar el proceso de aprendizaje del manejo de la frustración. Guiar con respeto, pero dejando que el menor afronte retos gradualmente, sostiene el crecimiento de la autoconfianza y la tolerancia al error.

En cualquier caso, el silencio en clase, lejos de ser sinónimo de desinterés o apatía, puede significar simplemente que los niños están atentos y absorben la información transmitida. Interpretar la falta de intervención solamente como un problema a corregir constituye un error frecuente que puede intensificar la inseguridad en los menores. A no ser que los padres quieran que sus hijos se dediquen a la política, donde, ahí sí, ser ruidoso y participativo lo es todo.

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