Por qué algunos cubanos fingen apoyar a la dictadura a pesar del amplio descontento popular

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Después de casi ocho horas de apagón nocturno, comer cuatro cucharadas de arroz blanco con una salchicha hervida, cargar cubos de agua hasta el cuarto piso de un destartalado apartamento en el reparto Alamar, al este de La Habana, y dormir abanicándose con un trozo de cartón por el calor y para espantar los mosquitos, Roberto intenta explicar por qué apoya, o simula respaldar, a la dictadura verde olivo.

Es técnico en una dependencia de ETECSA a 15 kilómetros de su casa. Hace dos años que la única empresa de telecomunicaciones de Cuba, por falta de combustible, no dispone de transporte para sus empleados. “Me levanto a las cuatro de la madrugada, a las siete de la mañana debo empezar a trabajar. Pero la mayoría de las veces llego tarde, porque demoro dos o tres horas en coger una guagua. El salario de 16 mil pesos (35 dólares en el mercado informal, ETECSA es la empresa que mejor paga en la Isla), no me alcanza para comprar alimentos, medicinas y pagar las facturas de electricidad, agua y gas”, comenta Roberto.

A sus 48 años reconoce que ha participado en diversas tareas organizadas por el gobierno, a pesar de no ser miembro del partido comunista. "Mi jefe quiere que ingrese en el partido. Pero en la familia me dicen que no me meta en esa candela”. Convocado por su empresa, en coordinación con la Seguridad del Estado, participó en actos de repudio contra opositores de la dictadura. Cortó caña y recogió viandas de forma voluntaria.

Durante el servicio militar participó en la guerra civil de Angola. Estuvo dos veces como cooperante en Venezuela. El domingo 11 de julio de 2021 fue movilizado para enfrentar y golpear a miles de cubanos que salieron a las calles a reclamar libertad. “En los últimos tres años, cuando la Seguridad del Estado sospecha que puede haber una marcha o protesta callejera, concentra a trabajadores de varios organismos. Nos dan troncos de madera para defendernos. Nunca he golpeado a nadie. Entiendo el descontento de la gente. Cómo he llegado hasta aquí es fácil de explicar y difícil de entender”.

Según Roberto, ha sido un proceso gradual que posteriormente, de manera consciente o inconsciente, “te ves arrastrado en cosas que no deseas. Mi familia siempre apoyó el proceso. Como casi todos los de mi generación, crecí diciendo que sí y aplaudiendo cualquier estrategia política de Fidel. Lo que él decía era ley. Nunca lo cuestioné. Tampoco las orientaciones del gobierno. Desconocía otras versiones de los hechos”.

“La mayoría de los que nacimos después de la revolución estábamos adoctrinados. Tuvimos una venda en los ojos durante un largo tiempo. Ha sido la realidad y mis amigos y colegas de la oficina con sus críticas al gobierno, los que me han hecho replantearme lo que consideraba una verdad incuestionable. He vivido engañado. Ahora reconozco que el gobierno nos miente y nos manipula. Pero a estas alturas del juego puede más el oportunismo que los deseos de rebelarte. Me quedan diez años para jubilarme. ¿Qué voy a ganar con cambiar?”, se pregunta y argumenta:

“Ya no voy a las convocatorias cuyo objetivo sea enfrentar al pueblo. Sigo participando en actos como el 1ro. de mayo por compromiso y no perder pequeños beneficios, que son mierda para otras personas, pero para mí son importantes. Como por ejemplo, que el jefe me dé tres meriendas, vendo dos y gano un dinero extra. O cuando hay combustible en la empresa me designan un transporte con lo cual hago dinero por la izquierda. También a veces resuelvo comida y tengo internet en mi casa”.

El jueves 9 de octubre, pasadas las cinco y media de la mañana, el jefe de Roberto pasó a recogerlo con un carro de la empresa para ir al acto en favor de Palestina en la Tribuna Antiimperialista. "Casi ninguno de los que estábamos allí podemos ubicar a Palestina en un mapa. Ni conocemos el trasfondo de ese conflicto con Israel. Uno asiste por puro formalismo. También sufro apagones, no tengo comida y vivo con muchísimas dificultades. Quisiera cambios en Cuba. Pero no tengo valor de reclamarlos en voz alta”.

Fingir, mentir o aprobar disposiciones y normas con las cuales no se están de acuerdo es una práctica común entre los cubanos de la Isla. Le presento a Olga Lidia (nombre cambiado), una funcionaria de rango medio en la estructura del Partido Comunista en un municipio habanero.

“Desde la infancia, en Cuba se aprende a simular y repetir frases hechas. Aquellos que con más pasión demuestren lealtad a los líderes de la revolución, a partir de la escuela primaria comienzan a transitar por organizaciones estudiantiles. En esa etapa recibes el carnet de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Y después te afilias al Partido Comunista. No es una opción obligatoria, lo puedes tomar o dejar, pero si quieres obtener beneficios materiales o tienes ambiciones políticas, necesariamente debes involucrarte en la única estructura política existente”, cuenta Olga Lidia.

Los funcionarios profesionales del Partido Comunista en Cuba están cortados por la misma tijera. En sus poses y discursos es un axioma citar a Fidel y Raúl Castro, evocar a Martí, condenar el embargo económico (bloqueo, le llaman) y al imperialismo (solo al estadounidense). Suelen vestirse más o menos igual. En las fotos siempre salen circunspectos: es muy raro que un funcionario cubano sonría de manera distendida en un acto público. Todo eso pues forma parte del código de los mandarines criollos.

“En la casa nos comportamos como personas normales. Vemos telenovelas, bailamos reguetón y nos gusta tomar cerveza. No todos los cuadros (dirigentes) creen en el sistema, hay mucha desilusión. Algunos piensan que los cambios deben ser más radicales y que abarquen el plano político. Pero donde manda general, no manda soldado. Las orientaciones vienen de arriba. Los de abajo debemos implementarlas y convencer a la población. Uno se convierte en un descreído, un cínico. Sí, me importa el futuro de mi país, pero te aseguro que los funcionarios altos y medios del Partido están más vigilados que cualquier disidente. Romper con todo eso no es fácil. Entonces todo se convierte en una puesta en escena”, confiesa Olga Lidia.

Si un sector de la membresía del Partido Comunista, como Olga Lidia, predican una causa en la cual no cree, la interrogante es por qué una fracción minoritaria de cubanos sigue aparentando apoyo al régimen. Carlos, sociólogo, considera que las sociedades autocráticas, donde están ausentes reglas democráticas, son el caldo de cultivo ideal para imponer comportamientos que se transforman en reflejos condicionados.

“Ya en 1959, a la par que se fue derribando el entramado de instituciones democráticas y la sociedad civil en Cuba, se erigió un caudillismo vertical en torno a la figura de Fidel Castro. Desde los cuadernos escolares hasta la prensa nacional nos decían que Fidel no se equivoca, es excepcional. Luego está el miedo. La sociedad se edificó de una forma que cualquier ascenso social o material dependía de la lealtad al régimen. Ha llovido mucho desde entonces. La gente ha perdido una parte de ese temor. Vemos cómo en las calles se critica el estado de cosas y a sus líderes. Pero aún existen grandes vestigios de fingimientos. De manera automática, sin reflexionar, la gente va a votar en elecciones que poco le resuelven, levantan la mano aprobando un código de trabajo que no les ofrece garantías o asisten como robots programados a actos de repudio”, subraya el sociólogo habanero.

Norma, ingeniera, tiene familiares en Estados Unidos. Con los dólares que ellos le envían, su vida es más llevadera. Cuando habla francamente, mirándote a los ojos, dice que el futuro de sus hijos está fuera de Cuba. Su salario se evapora arreglándose el cabello y siente que las cosas en el país empeoran por día. Pero cuando los directivos de su empresa le pidieron gritar e insultar a manifestantes callejeros, Norma participó.

“Actuaba como si fuese un zombi. Complejo de manada. Creía que si no asistía, me ‘marcaba’ y me podía buscar problemas en el trabajo. La mayoría de los que vamos a esos actos ya no creemos en la revolución. Nadie nos obliga. ¿Por qué vamos? No sé cómo explicarlo”, admite Norma.

Romper con esas ataduras puede resultar complicado. Mario, técnico medio en electrónica, hace tiempo que dejó atrás los compromisos políticos con el castrismo. “No puedes imaginarte lo bien que te sientes cuando actúas como un hombre libre”. Todavía muchos se lo piensan antes de dar ese paso.

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