Los problemas económicos de América Latina son estructurales y no van a desaparecer por sí solos. Un reciente estudio de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (Cepal) lo deja claro, al mostrar que ni las reformas orientadas al mercado de los años ochenta ni las agendas progresistas de los gobiernos de izquierdas que han dirigido gran parte de la región en las últimas décadas han logrado un crecimiento sostenido. La conclusión es inevitable: los países latinoamericanos deben adoptar un nuevo modelo de desarrollo.
Los datos corroboran esta conclusión. Desde 1990, el crecimiento promedio anual ha sido solo del 2,5 por ciento, menos de la mitad de la media del 5,5 por ciento registrada entre 1950 y 1980, una época definida por la industrialización dirigida por el Estado. La desaceleración ha afectado a casi todos los países de la región, incluidas sus dos mayores economías: Brasil y México. Esta situación ha sido especialmente grave en Venezuela, donde la producción económica ha caído a menos del 60 por ciento frente a 1990.
Los periodos de crecimiento rápido han sido escasos. El episodio más notable, entre 2004 y 2008, fue impulsado en gran medida por la subida de los precios de las materias primas y no por las reformas internas. Por el contrario, las crisis han sido frecuentes y graves, incluidas las secuelas de la crisis financiera asiática de 1997 y lo que he llamado la “nueva década perdida” de América Latina entre 2014 y 2024, cuando el crecimiento anual cayó a solo el 0,9 por ciento, incluso por debajo del 1,4 por ciento registrado en la década de 1980, la década perdida original de la región.
Venezuela volvió a sufrir este año una fuerte subida de precios: 436 % de inflación interanual. Foto:Rayner Peña. EFE
Un estancamiento
La recuperación posterior también ha sido débil. La región creció un 2,2 por ciento en 2024, y la Cepal prevé un ritmo similar para 2025 y 2026. El Fondo Monetario Internacional (FMI) hace eco de estas perspectivas y prevé un crecimiento del 2,2 por ciento en 2025 y del 2,4 por ciento para el próximo año. A pesar de este ligero repunte, se estima que América Latina seguirá siendo la región de crecimiento más lento del mundo, por detrás de Medio Oriente, las economías emergentes y en desarrollo de Asia y el África subsahariana.
Los malos resultados económicos han tenido profundas consecuencias sociales. Tras reducirse entre 2002 y 2014, la pobreza se ha mantenido estable justo por debajo del 30 por ciento, mientras que la pobreza extrema se mantiene cercana al 10 por ciento. La fragilidad fiscal agrava el problema: la elevada deuda pública, combinada con los elevados tipos de interés mundiales, ha obligado a los gobiernos a destinar una parte significativa de sus recursos al pago del servicio de la deuda, dejando un margen limitado para el gasto social o la inversión pública.
El Banco de la República dijo que el próximo año será un período de menos gasto de los hogares. Foto:Juan Pablo Rueda. EL TIEMPO
Los factores estructurales que subyacen al malestar económico de la región son fácilmente identificables. La mayoría de las economías latinoamericanas han experimentado una desindustrialización prematura desde las reformas de mercado de los años ochenta, lo que las ha hecho muy dependientes de los productos primarios en Sudamérica y de las manufacturas poco cualificadas en los países del norte de la región. Con el abandono o el debilitamiento de las políticas industriales y una inversión en investigación y desarrollo sorprendentemente baja -de sólo el 0,6 por ciento del PIB frente al 2,6 por ciento de China y el 2,7 por ciento de las economías de renta alta-, el crecimiento de la productividad se ha estancado.
LEA TAMBIÉN

A estos retos estructurales se suman los efectos previstos de las políticas económicas del presidente estadounidense Donald Trump. El principal de ellos es el endurecimiento de las restricciones a la inmigración, que podría reducir drásticamente las remesas, especialmente a las economías del norte de la región.
La agenda arancelaria proteccionista de Trump representa otra gran amenaza. Si bien América Latina se ve algo menos afectada que otras regiones, ya que la mayoría de los países solo se enfrenta a un arancel mínimo del 10 por ciento, destacan algunas excepciones como Brasil, la industria automotriz de México y varios países centroamericanos.
Un tercer motivo de preocupación es la repercusión financiera de la política monetaria estadounidense. Dado que los bonos del Tesoro estadounidense sirven de referencia para los préstamos latinoamericanos, el aumento de los rendimientos ya ha hecho subir los costes de financiación en toda la región. La presión podría aliviarse si la Reserva Federal sigue bajando los tipos, pero mucho dependerá de cuándo y con qué rapidez actúe.
La capacidad destructiva de la pandemia exige introducir grandes cambios en el pacto social. Foto:Milton Díaz. EL TIEMPO
La economía china representa una oportunidad, así como un riesgo. Aunque el comercio con China continúa creciendo, sigue un patrón decimonónico: América Latina exporta materias primas e importa productos manufacturados. Además, el menor acceso de China al mercado estadounidense podría incitarla a volcar el exceso de producción en otros países.
Integración regional
Por último, la integración económica regional -que ha sido fuente de gran optimismo- se ha debilitado, socavada por las crecientes tensiones políticas regionales. Las políticas arancelarias de Trump pueden, sin embargo, empujar a México a fortalecer los lazos comerciales con sus vecinos del sur, abriendo potencialmente nuevas vías para el comercio intralatinoamericano.
LEA TAMBIÉN

Como señala el informe de la Cepal, la agenda económica de la región debe experimentar una profunda transformación, comenzando por políticas industriales eficaces apoyadas por una mayor inversión en I+D. Estas medidas permitirían a los países latinoamericanos aprovechar las oportunidades que ofrecen los cambios tecnológicos en curso. Fundamentalmente, esto no significa abandonar las exportaciones de materias primas, sino centrarse en los productos alimentarios y los minerales estratégicos que impulsan la transición hacia energías limpias, en particular el cobre y el litio.
El refuerzo de la integración económica regional es igualmente vital, incluso en nuevas áreas como la cooperación tecnológica y la financiación intrarregional. Y, lo que es más importante, la transformación económica requiere políticas sociales ambiciosas que fomenten la creación de empleo, apoyen a las pequeñas empresas y generen oportunidades productivas para los trabajadores autónomos.
Actuando con decisión, América Latina puede liberarse por fin de su ciclo de lento crecimiento y crisis recurrentes, y construir una economía que proporcione una prosperidad duradera. De lo contrario, la región se arriesga a otra década perdida.
(*) Ex subsecretario general de las Naciones Unidas y ex ministro de Hacienda y Crédito Público de Colombi. Actualmente es profesor de la Universidad de Columbia, miembro del Comité de Políticas de Desarrollo de la ONU y de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Internacional de las Empresas.