
Desde hace siglos, las toallas forman parte esencial de la vida cotidiana, aunque pocas veces se les presta atención más allá de su color o suavidad. Sin embargo, su diseño encierra una historia milenaria y una funcionalidad cuidadosamente pensada. Según Pancracio Celdrán en El Gran Libro de la Historia de las Cosas (2009), las mujeres de clase alta en la Roma del siglo II ya contaban con un amplio surtido de toallas en sus tocadores, elaboradas con algodón teñido y sorprendentemente similares a las que usamos hoy.
Estas piezas textiles, más allá de secar el cuerpo tras la ducha o envolvernos tras un baño, cumplen múltiples funciones prácticas en el hogar, protegen superficies, absorben humedad, aíslan del calor y ofrecen confort. Su diseño varía en textura, tamaño y grosor para adaptarse a distintas necesidades cotidianas, lo que influye directamente en su eficacia y durabilidad.
Aunque las toallas han mantenido su función básica a lo largo de los siglos, hay aspectos de su diseño que siguen pasando desapercibidos para la mayoría. Uno de ellos son las rayas o franjas que suelen aparecer en los extremos o a lo largo del tejido. A simple vista podrían parecer un simple adorno, pero en realidad esconden una intención técnica muy precisa.

Las líneas que vemos comúnmente en las toallas no son solo detalles decorativos: cumplen funciones técnicas muy específicas que mejoran su desempeño y utilidad. En muchos casos, esas franjas visibles corresponden a lo que en la industria textil se conoce como borde Dobby o borde cam, y su presencia obedece a razones funcionales relacionadas con la absorción, la resistencia y la identificación del producto, especialmente en contextos industriales o colectivos.
De acuerdo con el sitio Direct Textile Store, de Estados Unidos, el borde Dobby se logra “tejiendo pequeños bucles en la tela de la toalla”, lo que genera una superficie texturizada. Este tipo de borde permite que la toalla absorba más agua que una tradicional sin textura, por lo que es ideal para baños, spas o playas. A su vez, este tejido específico marca una diferencia visual y táctil que ayuda a distinguir rápidamente tipos de toallas en lavanderías institucionales o entre diferentes juegos de baño.
Por su parte, el borde cam es “una línea recta, generalmente de menos de 2.5 cm de grosor, sin patrones ni diseños específicos ni bucles de rizo”, menciona el sitio. Este borde, más simple y plano, facilita la producción en serie y es fácil de identificar por su apariencia sobria. Así, las líneas visibles en las toallas no solo embellecen, sino que permiten distinguir modelos, reducen el desgaste en zonas críticas y optimizan su uso en espacios donde se lavan, clasifican y reutilizan a gran escala.
Como explican los expertos, pocos saben que estas líneas cumplen funciones específicas relacionadas con la resistencia del tejido, la absorción e incluso la identificación de las toallas en entornos industriales o colectivos.

Lavar con frecuencia las toallas de baño no es solo una cuestión de higiene personal, sino una medida fundamental para prevenir enfermedades. De acuerdo con el sitio de información médica CuídatePlus, “los microorganismos que se acumulan en ellas a medida que pasa el tiempo pueden ocasionar enfermedades gastrointestinales y de la piel”, más allá del mal olor evidente.
Estos textiles, expuestos constantemente a la humedad y restos de células muertas, se convierten en focos de cultivo para bacterias que prosperan en ambientes cálidos y húmedos, incrementando el riesgo de infecciones si no se higienizan correctamente.
De hecho, tal y como apunta Barabash, “las recomendaciones en cuanto al cambio varían según el clima de la zona y la época del año”. No obstante, agrega que “el consenso y el sentido común dicen que lavar una toalla cada 3-4 días es lo adecuado”.
Un estudio publicado en Scientific Reports en mayo de 2023 reveló que, con el paso del tiempo, las comunidades bacterianas en las toallas no solo aumentan, sino que también adquieren la capacidad de formar biofilms o biopelículas. Estas estructuras colectivas se adhieren a las fibras textiles y están recubiertas por una capa protectora que dificulta su eliminación.
Las bacterias alojadas en estos biofilms pueden resistir con mayor eficacia los tratamientos con biocidas o antibióticos, tolerando concentraciones más altas de productos antimicrobianos que las bacterias libres, lo que las convierte en una amenaza persistente dentro del entorno doméstico.
Por su parte, investigadores de la Universidad de Arizona analizaron 82 toallas usadas en cocinas de hogares de cinco grandes ciudades de Estados Unidos y Canadá, detectando bacterias coliformes en el 89% de las muestras. Estos microorganismos, asociados comúnmente al suelo, el agua y el intestino de los animales, indican condiciones de higiene deficientes.
En un 25% de las muestras se aisló Escherichia coli, una bacteria que, si bien suele ser inofensiva, puede provocar cólicos, vómitos y diarrea con sangre en ciertas cepas. Estos hallazgos refuerzan la importancia de mantener una rutina de lavado regular para evitar la exposición continua a agentes potencialmente peligrosos.