
En la era digital, la amistad en redes sociales se convirtió en una paradoja cotidiana: los usuarios suman decenas, incluso cientos, de contactos digitales en sus perfiles, aunque en la vida real los vínculos profundos se reducen a un círculo mucho más pequeño. Esta contradicción, donde la proximidad virtual contrasta con la distancia emocional, transformó la manera en que las personas se relacionan y perciben la amistad.
Expertos en comunicación y psicología analizaron cómo la interacción en línea modificó la naturaleza de los lazos sociales, generando nuevas dinámicas y conflictos que afectan tanto a la intimidad como a la gestión de los contactos digitales. El fenómeno se refleja en cifras: mientras el usuario medio acumula 121 amigos en línea, solo mantiene 55 relaciones en la vida real, según datos citados por The Guardian. Esta brecha ilustra cómo la lista de contactos digitales crece con facilidad, pero los vínculos profundos permanecen escasos.
Sílvia Martínez, directora del máster universitario en Social Media de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), señala que la idea de amistad evolucionó por el impacto de las redes sociales, permitiendo contactar con un mayor número de personas y adaptando el tipo de relación que se establece con ellas. La facilidad para sumar nuevos contactos contrasta con la exigencia inherente a la amistad tradicional, que requiere tiempo, apoyo y reciprocidad.

Por su parte, Ferran Lalueza, profesor e investigador de la UOC, destacó que la conexión digital elimina muchas de las barreras y compromisos presentes en las relaciones presenciales. La amistad puede ser gratificante, pero también exigente. En las redes sociales, a diferencia de la vida real, no existen límites porque, con frecuencia, estar conectado con alguien no implica ningún compromiso.
Además, los algoritmos de las plataformas tienden a filtrar el contenido, lo que reduce aún más la interacción genuina entre los supuestos amigos.
La distinción entre amigos y conocidos se diluye en el entorno digital, pero se manifiesta en los pequeños gestos cotidianos, como los likes. Un estudio de la Universidad de Bath (2023) reveló que los amigos íntimos suelen intercambiar “me gusta” de manera espontánea y constante, sin esperar reciprocidad. En cambio, entre conocidos, estos gestos dejan de ser espontáneos y se transforman en un intercambio condicionado: muchas personas solo dan un like si antes recibió uno, convirtiendo la interacción en una especie de trueque simbólico en lugar de una muestra genuina de interés.

A pesar de la aparente cercanía, la mayoría de los contactos digitales permanecen en la superficie. Se conocen detalles triviales —destinos de vacaciones, fotos familiares, rutinas diarias— pero se ignoran aspectos esenciales de la vida de esas personas. Lalueza explicó que se consume este contenido, pero no se interactúa con sus creadores o, si se hace, es de forma muy superficial.
Asimismo, Martínez añadió que la ampliación de la red de contactos responde tanto al deseo de obtener más seguidores como a la necesidad de satisfacer la curiosidad sobre la vida ajena.
Eliminar amigos digitales, aunque parezca sencillo, suele ser un dilema tanto emocional como social. Sylvie Pérez, profesora colaboradora de la UOC, observó que se mantienen muchas conexiones que no están vivas porque el día a día también empuja a ello y, si no se ha sido selectivo al añadir estos contactos, tampoco se es selectivo al eliminarlos.
La inercia y la ausencia de un coste tangible hacen que la motivación para borrar a alguien sea casi inexistente, salvo en casos de conflicto. Lalueza señaló que eliminar estos contactos puede convertirse en un detonante de conflicto, por lo que se tiende a esquivarlo.
La acción de borrar a alguien se percibe como definitiva y una justificación emocional fuerte, similar a lo que ocurría con las antiguas agendas de papel.

A veces, eliminar un contacto adquiere carácter público, especialmente cuando involucra a figuras conocidas. Martínez indica que en muchos casos existe la intención clara de que el gesto sea notorio, tanto para la persona implicada como para los demás usuarios.
El estudio de la Universidad de Bath introduce el concepto de grooming social digital para describir los gestos mínimos —un like, un emoji, el reenvío de un meme— que mantienen vivas relaciones superficiales. Estos actos simbólicos no buscan profundizar en la relación, sino evitar su desaparición total.
Martínez observó que en muchos casos nos hemos vuelto más relatores o narradores de nuestro día a día que conversadores activos. Así, las redes sociales permiten extender la red de “amigos” mediante interacciones mínimas, sin requerir un compromiso real.

Aunque las plataformas digitales prometieron fortalecer la conexión humana, la mayoría de las interacciones se quedan en la superficie. El objetivo parece ser mantener la atención y el tiempo de los usuarios, más que fomentar relaciones profundas y auténticas.