(Imagen Ilustrativa Infobae)El polvo es una de las molestias domésticas más persistentes, presente incluso en los espacios donde la limpieza se realiza con regularidad. Su continua acumulación resulta frustrante para quienes desean mantener los ambientes impecables, ya que suele adherirse especialmente en zonas menos visibles y de acceso complicado, como los zócalos (o rodapiés) y las paredes. Esta situación representa no solo un desafío estético, sino también un problema para la higiene del hogar, porque el polvo puede ser un reservorio de alérgenos, bacterias y esporas que afectan la calidad del aire.
Durante las estaciones más frías, la incidencia del polvo en los hogares tiende a aumentar. La llegada del otoño y el invierno coincide con la puesta en funcionamiento de sistemas de calefacción. Estos dispositivos generan un ambiente interior más acogedor, pero modifican la humedad relativa del aire, que se vuelve secamente cálido y propicio para la acumulación estática.
El polvo está compuesto fundamentalmente por diminutas partículas sólidas en suspensión: polen, células muertas de la piel, cabello de humanos y mascotas, fibras de tejidos y residuos que flotan y terminan por depositarse sobre las superficies. En particular, los zócalos y las paredes funcionan como áreas de acumulación porque, por su morfología y ubicación, suelen pasar desapercibidos durante las rutinas de limpieza. La disposición baja de estos elementos estructurales favorece la sedimentación de partículas que, impulsadas por las corrientes de aire y los cambios de temperatura, encuentran en las superficies secas un lugar donde asentarse fácilmente.
La acumulación de polvo constituye también un reto para la salud, ya que fomenta la permanencia de componentes irritantes y puede aumentar la proliferación de microorganismos, afectando especialmente a quienes conviven con bebés, niños pequeños o adultos con afecciones respiratorias. Además, el aspecto visual del polvo en zócalos y paredes transmite la sensación de falta de limpieza general en el ambiente, aun cuando otras áreas se mantengan ordenadas.
Ante este problema, numerosos hogares buscan alternativas a productos comerciales para mantener la limpieza y prolongar la pulcritud de zócalos y paredes. Una opción de carácter natural, sencillo y económico surge en la combinación del aceite de oliva con ingredientes de origen vegetal, formando una solución que cumple funciones antiestáticas y protectoras.
El preparado consiste en una infusión en frío. Se requiere 240 ml de aceite de oliva, cáscaras de limón frescas —obtenidas de dos o tres unidades— y una cucharadita de tomillo seco. Estos ingredientes se depositan en un frasco de vidrio limpio y seco, asegurándose de que las cáscaras se hayan pelado evitando la parte blanca interna, que puede restar eficacia o alterar el aroma. Tras añadir todos los elementos, el frasco se cierra herméticamente y se coloca en un espacio oscuro, como un armario.
El proceso de infusión debe prolongarse durante un período mínimo de una semana. Durante este tiempo, la mezcla adquiere un aroma fresco y propiedades adicionales: el tomillo aporta compuestos antifúngicos que impiden el avance de bacterias y la aparición de moho, mientras que la cáscara de limón confiere acción antibacteriana. Al finalizar la infusión, se cuelan las cáscaras y la hierba mediante un paño de cocina limpio, separando el líquido residual. Este concentrado se transfiere a un pulverizador vacío.
El producto final puede aplicarse de dos modos: se rocía una fina capa sobre paredes o zócalos y superficies similares y posteriormente se distribuye con un paño limpio y seco para lograr una cobertura uniforme; o bien, se impregna directamente un paño en el preparado y se frota la superficie manualmente hasta observar un ligero brillo. Para algunos rincones difíciles o detalles, se aconseja utilizar una brocha pequeña, lo que asegura que la mezcla penetre en las hendiduras y molduras donde tiende a acumularse el polvo con mayor facilidad.
hace 3 horas
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