
Pocos inventores dejaron una huella tan profunda en la vida moderna como Rune Elmqvist, el ingeniero sueco responsable de dos avances que transformaron la medicina y la tecnología cotidiana: el primer marcapasos implantable y la primera impresora de inyección de tinta.
El ingenio del desarrollador permitió salvar millones de vidas y facilitó el acceso a tecnologías que hoy resultan indispensables en hogares y hospitales. Según relató la revista IEEE Spectrum, la historia de Arne Larsson, el primer paciente en recibir un marcapasos implantable, ilustra el alcance humano de estas innovaciones.
Nacido con una curiosidad insaciable, Elmqvist se formó como médico, pero eligió el camino de la invención. Ya como estudiante, diseñó un potenciómetro especializado para medir el pH y un electrocardiógrafo portátil de varios canales. En 1940, asumió la dirección de desarrollo en la empresa sueca Elema-Schonander, donde su creatividad encontró el terreno ideal para florecer.

En 1949, Elmqvist solicitó la patente de un dispositivo que marcaría un antes y un después en la tecnología médica: el Mingograph, la primera impresora de inyección de tinta.
A diferencia de los electrocardiógrafos tradicionales, que utilizaban un estilete para trazar las señales eléctricas del corazón sobre papel —lo que limitaba la precisión por la fricción—, el Mingograph empleaba una pequeña boquilla móvil que rociaba un chorro de tinta controlado electrostáticamente sobre un rollo de papel. Esta innovación eliminó la fricción y permitió registrar cambios mucho más sutiles en las señales fisiológicas.
El Mingograph, presentado por Elmqvist en el Primer Congreso Internacional de Cardiología en París en 1950, revolucionó la forma en que los médicos podían observar y diagnosticar afecciones cardíacas y cerebrales. El dispositivo ofrecía tres velocidades de avance de papel —10, 25 y 50 milímetros por segundo—, ajustables incluso durante su funcionamiento.
Además, su entrada analógica permitía conectar otros instrumentos, lo que amplió su uso más allá de la medicina: fonetistas lo emplearon para analizar el habla y zoólogos para registrar cantos de aves. Durante décadas, científicos de diversas disciplinas citaron el Mingograph en sus investigaciones.

Aunque hoy el Mingograph es poco conocido, la tecnología de inyección de tinta que introdujo se ha vuelto omnipresente. Las impresoras de inyección de tinta dominan el mercado doméstico y, en laboratorios, versiones especializadas imprimen microarreglos de ADN o circuitos electrónicos.
Sin embargo, el mayor legado del médico Elmqvist no reside solo en la impresión. Ocho años después de la invención del Mingograph, en colaboración con el cirujano cardíaco Åke Senning, desarrolló el primer marcapasos totalmente implantable y recargable.
Aquel avance respondió a las limitaciones de los marcapasos externos de la época, que resultaban voluminosos, incómodos y, en algunos casos, peligrosos por el riesgo de descarga eléctrica al conectarse directamente a la red.

El impulso definitivo para este desarrollo vino de Else-Marie Larsson, quien se negó a aceptar el pronóstico fatal para su esposo Arne Larsson, de 43 años, afectado por un síndrome que le provocaba desmayos constantes debido a un ritmo cardíaco extremadamente lento.
Tras leer sobre el trabajo experimental de Elmqvist y Senning en el Hospital Karolinska de Estocolmo, Else-Marie insistió en que su esposo fuera el primer paciente humano, pese a que el dispositivo solo se había probado en animales.
El marcapasos diseñado por Elmqvist tenía el tamaño y la forma de una lata de betún para zapatos —55 milímetros de diámetro y 16 milímetros de grosor—, ya que utilizó una de estas latas para moldear los primeros prototipos. El dispositivo, completamente encapsulado en resina epoxi, empleaba transistores de silicio para generar impulsos eléctricos de 2 voltios y 1,5 milisegundos de duración, a una frecuencia de 70 a 80 latidos por minuto.
Además, funcionaba con dos baterías recargables de níquel-cadmio de 60 miliamperios por hora, que se recargaban de forma inductiva a través de la piel mediante una antena de radio de 150 kilohertzios. Cada carga duraba aproximadamente una semana, aunque el proceso de recarga requería 12 horas de inmovilidad.

El 8 de octubre de 1958, el cirujano Senning implantó el marcapasos en la pared abdominal de Arne Larsson, conectando dos electrodos al miocardio. El primer dispositivo solo funcionó unas horas, pero el recambio —el único disponible— operó perfectamente durante seis semanas y, posteriormente, de forma intermitente durante varios años.
Larsson, agradecido por la mejora en su calidad de vida, se sometió a 25 operaciones más para reemplazar los dispositivos a medida que evolucionaban. Vivió 43 años adicionales, superando en longevidad tanto a Elmqvist como a Senning, y falleció en 2001 a los 86 años por un cáncer de piel, sin que su corazón volviera a fallar, según documentó IEEE Spectrum.
Actualmente, más de un millón de personas reciben un marcapasos cada año en todo el mundo. Los modelos modernos pueden durar hasta 15 años antes de requerir sustitución y, en muchos casos, incorporan funciones adicionales como desfibrilador para restaurar el ritmo cardíaco.
El impacto de la innovación del ingeniero Rune Elmqvist se extiende así a millones de vidas, consolidando su lugar en la historia de la medicina y la tecnología.

El legado de Rune Elmqvist trasciende la invención de dispositivos: representa la capacidad de identificar problemas reales y ofrecer soluciones que transforman la vida de las personas. Desde una simple lata de betún hasta los sofisticados dispositivos actuales, el marcapasos implantable es testimonio de cómo una idea visionaria puede cambiar el destino de la humanidad.