
Cuando René Goscinny llegó a la Argentina en 1928 lo recibieron con guirnaldas, desfile militar y fuegos artificiales. Tenía apenas dos años. “Mucho después me enteré de que habíamos llegado el día de una celebración patria”. Su padre, un ingeniero químico nacido en Polonia, como su madre, consiguió trabajo en Buenos Aires. Eran ellos tres y un hermano seis años mayor que él. Dejaron Francia y cruzaron el Atlántico. Tuvieron suerte: años después, la familia que quedó en Europa murió asesinada por el nazismo.
Hizo la primaria doble, en francés y en español, y después entró en el Liceo Francés de Buenos Aires. “Es gracias a eso que hoy puedo decir así, con facilidad y sin dudar, que ‘dos más dos son quatre’”. En ese tono y a las apuradas, narra su vida en Del panteón a Buenos Aires, una recopilación de textos autobiográficos que se publicaron entre 1964 y 1976. “Ya en ese tiempo hubiera hecho cualquier cosa para hacer reír a mis compañeros. Y para hacerlos reír a esos había que hacer cualquier cosa”.
A Goscinny todos lo conocen por ser el autor de clásicos de la historieta como Asterix, Iznogoud y Lucky Luke. También está El pequeño Nicolás, que Libros del Zorzal acaba de reeditar. La serie refleja su infancia en la Argentina. En la contratapa, Graciela Montes dice que El Pequeño Nicolás “viene ligado a la risa, a una especie de ‘recreo inteligente’, a una discreta y elegante burla a ciertas rigideces de la vida social, en particular de la escuela. La escuela de todos está ahí, podemos contar con ella”.
“Si les dijera que Le Petit Nicolas es argentino, ¿se sorprenderían?”, escribe Anne Goscinny, su única hija. Lo dice en el prólogo de esta serie que tradujo Leopoldo Kulesz y que consta de quince libros. Las ilustraciones son de Jean-Jacques Sempé, su gran partenaire. “Mi padre, sus personajes y mi corazón son decididamente argentinos”, subraya Anne y se recuerda cada vez que viajaban a Buenos Aires, jugando en la Plaza San Martín, de la mano de su padre, en la tierra donde “tenía los ojos de un niño”.
Si la misión secreta de todo humorista es luchar contra la tristeza interna, Goscinny no la tuvo fácil. Su hija hace hincapié en que aquella etapa sagrada, la infancia, fue determinante: transcurrió “lejos de esta Europa de fuego y sangre”. Y si de grande, en Francia, era “un hombre adulto, un poco rígido, bastante estricto”, cuando volvía de visita a la Argentina “tenía la actitud despreocupada de alguien que quería olvidar que treinta años antes, al otro lado del Atlántico, su familia había sido asesinada”.

En el barrio de Retiro, a una cuadra de la Plaza San Martín y a otra de la Avenida 9 de Julio, fue creciendo el pequeño inmigrante. Se recibió de bachiller en 1943 y a la semana falleció su padre. Entonces tuvo que salir a buscar trabajo. Empezó como administrativo, haciendo números, contabilidad, para una empresa mecánica, hasta consiguió entrar en una agencia de publicidad. Para entonces ya era un virtuoso dibujante. Hasta que un tío que vivía en Nueva York le dijo que lo estaba esperando.
“Tienes que venir a los States”, le escribió en una carta. “Y yo, cuando me dicen las cosas con cierta energía, me pongo en marcha. En síntesis, fui con mi madre y, al poner los pies sobre el suelo de Estados Unidos, comencé a preguntarme qué hacía allí”, cuenta en su autobiografía. La aventura sigue con la obligación de sumarse al Ejército, pero tras algunas gestiones consiguió, no zafar del ámbito militar, sino alistarse en el Ejército francés. Se convirtió en el ilustrador oficial del regimiento haciendo carteles.
Luego viene la historia grande: cómo un inmigrante se convierte en el gran historietista de Francia. Y entre esos títulos aparece El Pequeño Nicolás, no solo un enclave con Argentina, sino su forma de hablarle a la infancia desde la infancia misma. Al personaje lo creó Sempé y el director de la revista belga Le Moustique le propuso ser el guionista. Fueron 28 entregas semanales, cada relato en doce viñetas. Salió entre 1956 y 1958 como Las aventuras del Pequeño Nicolás; Goscinny firmaba como Agostini.

Fue el formato el que mostró un quiebre. Sempé no quiso continuar con las viñetas, entonces a partir de 1959, en las revistas Sud-Ouest Dimanche y Pilote, la historia mutó a relatos ilustrados: textos cortos, siempre autoconclusivos, con algunas ilustraciones. Creció en popularidad, se compilaron en libros. Duró hasta 1965. En el año 2004 se hicieron nuevos libros con las historietas que no fueron incluidos en los títulos editados. Con nuevas ilustraciones de Sempé salió Historias inéditas del Pequeño Nicolás 1 y 2.
Los relatos tienen el brillo de la inocencia. Las escenas, ancladas en una época donde el control adulto no era paranoico y la calle no gozaba de tan mala publicidad, se desarrollan entre ingenuas y divertidas. Nicolás, de aproximadamente siete años, se relaciona con el mundo desde la curiosidad. La tragedia no hace ni sombra, por el contrario, es apenas una posibilidad remota. El Pequeño Nicolás no propone nostalgia, sino una misión: avivar diariamente en nuestros chicos la hoguera de la imaginación.
A mediados del año 1977, René Goscinny bajó del avión sintiéndose mal. Acaba de tomarse unas vacaciones en Jerusalén y planeaba seguir con todos sus proyectos. Acaba de estrenar la ópera Trafalgar, primero en el teatro, luego en televisión. Seguía publicando historietas, con Astérix, Lucky Luke y Iznogud, las más famosas, a la cabeza. El año anterior se había estrenado en el cine Las doce pruebas de Astérix y estaba terminándose de editar Lucky Luke: la balada de los Dalton.
En ese momento, había un consenso bastante extendido en que René Goscinny era el mayor historietista vivo de Francia. Hoy también. Pero poco importan las medallas cuando uno se vuelve forastero en su propio cuerpo. Cuando bajó del avión sintió dolores inclasificables. Una sensación que asomó en aquel descanso en Medio Oriente. Sacó turno en el médico. Fue un chequeo de rutina. Mientras lo revisaban, le dio un paro cardíaco. No pudieron reanimarlo. Falleció el 5 de noviembre de 1977. Tenía apenas 51.