Por qué nos enganchamos a conversaciones que no nos aportan nada. (Freepik)Sentirse atrapado en conversaciones que desgastan emocionalmente es una experiencia más común de lo que pensamos. Lejos de ser una obsesión, responde a mecanismos psicológicos que pueden abordarse desde la clínica. Así lo explica Ainoha, psicóloga, en sus redes sociales: “Si no eres capaz de cortar una conversación que literalmente no te está llevando a nada, no es una obsesión, sino que es un bucle nervioso”.
La especialista añade que esta situación se asemeja a “intentar cerrar una pestaña del ordenador que no responde, que no se cierra. Y además le das al botón de cerrar, sigue congelada y le sigues dando constantemente”. Según Ainoha, el cerebro en estos casos “está intentando concluir algo emocionalmente, incluso cuando esa conversación no tiene ninguna salida”.
Para salir de estos bucles mentales, la psicóloga recomienda “la técnica de interrupción a la rumiación”, que consiste en “entrenar al cuerpo a salir del bucle de que lo haga tu mente”. El objetivo no es tanto terminar la conversación externa, sino “terminar tu propio bucle”, sentencia.
Sin embargo, otros expertos afirman que cuando nos agota hablar con otros, no siempre es un indicador de problemas. Rasgos de personalidad como la introversión predisponen a un menor aguante. La tendencia del individuo a vivir en su mundo interior y a encontrarse cómodo y feliz en situaciones en las que hay poca gente o se le permite estar a su aire y expresar sus emociones cuando le apetezca, sin presiones.
El estado de ánimo bajo o la desmotivación también puede hacer que socializar sea agotador. Ainoha señala que “al estar atrapado en esos estados, sientes que los demás no te aportan nada, no te motivan y que, además, te quitan parte de tu tiempo”.
La fatiga social no siempre es un problema. (Pexels)La rumiación es un patrón de pensamiento repetitivo, persistente y negativo, centrado en preocupaciones pasadas, errores, pérdidas o amenazas futuras. A diferencia de la reflexión constructiva, no busca resolver problemas, sino que genera una espiral de malestar emocional que puede intensificarse con el tiempo.
Desde la psicología clínica, abordar la rumiación es esencial, ya que su presencia suele interferir con la regulación emocional, la toma de decisiones y la autoestima, perpetuando estados de sufrimiento y bloqueando el avance del paciente en su recuperación. Por ello, su tratamiento se considera una prioridad terapéutica, con el objetivo de devolver el bienestar y la libertad cognitiva.
Entre las técnicas más utilizadas se encuentran:
- Terapia cognitivo-conductual (TCC) y RF-CBT: identifican qué conduce a la rumiación, desarrollan herramientas para interrumpirla y construyen pensamientos alternativos más adaptativos.
- Terapia metacognitiva (MCT): cambia creencias sobre el pensamiento, con frases como rumiar no me ayuda o mis pensamientos no definen mi realidad, e incorpora técnicas de atención plena.
- Distracción activa y cambio de entorno: realizar actividades absorbentes o modificar el ambiente para generar un reinicio emocional.
- Técnica beneficio vs. costo: preguntarse: ¿Este pensamiento me ayuda a solucionar algo o me mantiene bloqueado/a? Para evaluar la utilidad real de la rumiación.
- Estimulación del nervio vago: respiración diafragmática profunda, exposición a frío o vibraciones sonoras para reducir la hiperactivación.
- Reestructuración cognitiva y DBT: identificar pensamientos negativos y sustituirlos por interpretaciones adaptativas, observación sin juicio, acción opuesta, verificación de la realidad y técnicas de tolerancia al malestar.
Integrar estas estrategias permite devolver al paciente el control sobre su mente, restituir su bienestar y fomentar su resiliencia emocional, reduciendo ansiedad, mejorando la toma de decisiones y aumentando la claridad mental.
hace 2 horas
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