
En un granero a las afueras de Marengo, Illinois, una historia de dedicación y tenacidad se desarrolla desde hace más de cuatro décadas.
El protagonista es Mike Kellner, un entusiasta de la aviación que, lejos del bullicio mediático y las vitrinas de los grandes museos, lleva adelante una de las restauraciones más singulares y ambiciosas de un avión de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos: la reconstrucción de un bombardero B-17, conocido como la “Rata del Desierto”.
El origen de este desafío personal se remonta a la juventud de Kellner. Aún en la preparatoria, y movido por un temprano interés por la aviación, Mike se topó con una inusual oportunidad: un desguace en Maine buscaba desprenderse de los restos de un B-17. El precio era una suma considerable para un estudiante —7.000 dólares o la mejor oferta— pero la pasión no entendía de obstáculos financieros. Decidido, Mike adquirió la colección de piezas y emprendió un largo viaje por carretera, cruzando el país con el fuselaje de casi 22 metros atado a una casa rodante, adaptada especialmente para tal hazaña.
Ya establecido en Illinois, trasladó las piezas a un granero al borde de la carretera, donde comenzó un proyecto que lo acompañaría la mayor parte de su vida adulta. Allí, sin más compañía que los fragmentos de historia y la memoria de quienes volaron aquellos aviones, Mike convirtió el lugar en un taller. Dedicó incontables horas a clasificar las partes, restaurar componentes y buscar piezas faltantes; siempre con la meta de devolverle al bombardero el esplendor y la operatividad que tuvo en pleno conflicto bélico.

Detrás de la restauración hay mucho más que una simple afición por los aviones antiguos. La labor de Kellner tiene tintes de misión personal y rescate patrimonial. Su vínculo con la aeronáutica comenzó en la adolescencia y se nutrió con los años de una vocación por transmitir la memoria de los veteranos y dar nueva vida a un símbolo de la Segunda Guerra Mundial.
Kellner no solo se propuso restaurar el B-17 para exhibirlo, sino que su verdadero anhelo es verlo en condiciones de vuelo. “Es un pedazo de historia, y me gustaría tener la oportunidad de volarlo”, expresó en una entrevista con el medio local WGN News. La meta no es solo tener una reliquia estática, sino devolverle sentido al objeto, hacer tangible parte del pasado y compartirlo con las nuevas generaciones. La trayectoria ha estado marcada por sacrificios: el trabajo, por momentos a tiempo parcial y con recursos limitados, obligó a avanzar paso a paso, superando contratiempos, periodos de falta de insumos y la dificultad de encontrar piezas originales.
Poco a poco, la gesta de Mike Kellner comenzó a trascender las fronteras del anonimato. La noticia de su emprendimiento llegó a entusiastas de la aviación de todo Estados Unidos y más allá. Muchos aficionados, conocedores y veteranos se sumaron al proyecto, donando tiempo, piezas y conocimientos técnicos. Algunos se desplazaron desde otros estados para aportar su experiencia y colaborar en tareas específicas, mientras que otros contribuyeron con repuestos o materiales poco comunes.
El proceso de restauración del bombardero fue compartido meticulosamente por Kellner en redes sociales, especialmente en una página de Facebook donde, desde 2010, ha publicado miles de actualizaciones. Esta documentación no solo permitió a la comunidad seguir de cerca los avances, sino que generó un espacio de interacción y asesoría colectiva. Las contribuciones de especialistas y voluntarios fueron clave para enfrentar los grandes retos técnicos que implica ensamblar una aeronave única, así como para sortear los desafíos logísticos que surgen tras décadas de desuso y fragmentación.

Para comprender la magnitud del proyecto, es imprescindible conocer la relevancia histórica y técnica del B-17. Este bombardero, producido por Boeing, fue una de las piezas centrales de la aviación militar estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Su desarrollo comenzó en 1934, cuando el Cuerpo Aéreo del Ejército buscaba un avión de gran autonomía y capacidad de carga, capaz de transportar bombas a más de 3.000 metros de altura durante largas horas de misión.
El B-17, conocido como la “Fortaleza Voladora”, introdujo innovaciones trascendentales para la época: contaba con cuatro potentes motores, lo que le otorgaba mayor fuerza y estabilidad, y estaba equipado con múltiples torretas defensivas en el morro, la parte superior y la cola, sumando una abundancia de armas que le valieron su célebre apodo. Incorporó además la mira Norden, un avanzado sistema de bombardeo que permitía lanzar bombas con precisión desde grandes alturas.
Entró en producción en 1937 y su fabricación creció de manera exponencial a partir de 1941, tras la entrada de Estados Unidos en la guerra. El B-17 protagonizó misiones de bombardeo sobre territorio enemigo, resistiendo numerosas emboscadas gracias a su diseño robusto y capacidad defensiva. Para muchos veteranos, este avión representa el coraje y la resiliencia de una generación.
El ejemplar que Mike Kellner restaura no es solo un avión, sino un testimonio con identidad propia. En el exterior luce un nombre pintado en letras amarillas, “Rata del Desierto”, reminiscencia posible de las campañas en el norte de África. Ya avanzado el proceso de restauración, el hombre descubrió en el interior del fuselaje la inscripción de otro nombre: “Mandarina”, aumentando el misterio sobre las misiones y tripulaciones que ocuparon esa aeronave.
El futuro inmediato del proyecto permanece abierto: las tareas continúan, con obstáculos persistentes y el constante desafío de reconstruir una pieza capaz no solo de asombrar, sino de surcar los cielos otra vez. La comunidad sigue cada avance en la página oficial del proyecto, y el granero de Illinois se mantiene como testigo de una odisea que combina memoria, esfuerzo y la inquebrantable voluntad de hacer volar —al menos una vez más— una fortaleza de la historia.