Trabajo infantil en Cuba: El hambre obliga a los niños a buscar sustento en las calles

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Carga con una jaba de aguacates y se sienta en una acera de La Habana para venderlos y "ayudar en la casa". Su historia reciente se hizo viral gracias a una publicación del activista Einstein Van Gough, quien denunció la precaria situación familiar del niño: huérfano de madre por un feminicidio, al cuidado de una tía con escasos recursos, reseña el trabajo periodístico de Diario de Cuba.

La imagen de Michel, como muchas otras, desarma el discurso institucional según el cual "el trabajo infantil en Cuba está erradicado". La realidad es otra: niños que cargan mercancías, que venden alimentos, que faltan a la escuela porque hay hambre en casa. Niños que, sin decirlo, han dejado de serlo.

Radiografía del fenómeno

Michel no está solo. En La Habana y otras ciudades del país, el trabajo infantil ha dejado de ser una rareza. Aunque no adopta formas extremas como en otros contextos latinoamericanos, está presente, naturalizado y va en aumento.

Cristian, residente en La Habana, está en edad escolar, pero no asiste a clases para ganarse el dinero con el que poder comer él y alimentar a su hermanito.

"Si algún día de casualidad andas por La Palma o por el Café Colón y se te cruza este pequeño niño en el camino pidiéndote, no sé, cinco pesos, o preguntándote si puede limpiar el parabrisas de tu carro o el espejo de tu moto... ¡Por favor, no lo desprecies, ayúdalo! Él es un niño muy cariñoso y a la vez super educado, tiene una situación de vida super difícil. Su madre los abandonó a él y a hermano cuando eran más pequeños y viven con su padre, pero es como si vivieran solos porque su papá es alcohólico y la mayor parte del tiempo nunca está en la casa", contó la usuaria Rachel Realin en varios grupos de Facebook.

En la calle Ejido, un niño apodado "El Tingui", de también 12 años, vende alimentos y artículos del hogar junto a su hermana. Ambos faltan a clases. "Tengo que lucharla en la calle para ayudar a mi mamá", dijo sin titubear a DIARIO DE CUBA.

Yorqui, otro menor entrevistado, lo deja aún más claro: "El aula para mí es la pista (la calle). En casa estamos pasando hambre y en la escuela no resuelvo comida". Vende pan dos veces al día, y puede llegar a ganar hasta 600 pesos en una jornada.

Yuniel, de 15 años, trabaja desde los 13 en la construcción, ayudando a fundir placas de concreto durante seis o más horas al día. Su historia habla no solo de trabajo prematuro, sino de la exposición a tareas físicas de alto riesgo.

Incluso el periódico oficial Sierra Maestra ha reconocido el fenómeno, con localización de puntos donde se ven menores vendiendo pan o productos diversos: Plaza de Marte, La Alameda, Garzón, y barrios periféricos como Chicharrones o Versalles en Santiago de Cuba. Uno de los casos citados es el de Luis, de sexto grado, quien llega tarde a la escuela por tener que trabajar para alimentar a su hermano menor.

¿Qué dice la ley? ¿Qué pasa en la práctica?

La Constitución cubana (artículo 66) y el Código de Trabajo prohíben el trabajo infantil, salvo casos excepcionales regulados. El Código Penal sanciona con prisión a quienes empleen a menores de 17 años, incluso con el consentimiento de sus padres. Cuba también ha ratificado convenios internacionales como el 138 y el 182 de la OIT, y la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas.

Sin embargo, como señala la abogada de DIARIO DE CUBA Maylin Fernández Suris, especialista en asuntos de familia y políticas sociales, "estas normas no se cumplen de forma efectiva, porque el Estado no reconoce la existencia del fenómeno y por tanto no activa mecanismos reales de prevención, protección ni sanción".

"El problema no es solo legal, sino ético y estructural. Hay una desconexión entre la institucionalidad y la realidad que viven miles de familias", subraya Fernández Suris. "No basta con decir que está prohibido; hay que garantizar que no ocurra. Y eso requiere acción estatal sostenida, no solo declaraciones".

Causas estructurales

La economía cubana atraviesa una crisis prolongada que se ha intensificado en los últimos cinco años: inflación desbordada, desabastecimiento de productos básicos, caída del poder adquisitivo y migración masiva. Las familias que permanecen en la Isla, muchas de ellas encabezadas por mujeres o adultos mayores, están al límite.

En ese contexto, el trabajo infantil aparece como una estrategia de supervivencia. No es que los niños quieran dejar la escuela, sino que no pueden permitirse no trabajar. Algunas familias incluso lo justifican como una "escuela de vida", una forma de "enseñar responsabilidad".

Sin embargo, detrás de ese pensamiento está la precariedad, no la formación cívica. La falta de acceso a servicios sociales suficientes, a becas escolares, a alimentación garantizada en las escuelas y a empleos dignos para los adultos, empuja a los menores a asumir tareas que no les corresponden.

Consecuencias del trabajo infantil

Los efectos del trabajo infantil son múltiples y duraderos. Según el psicólogo Rosendo López Mustelier, citado por Sierra Maestra, el trabajo a edad temprana interrumpe el desarrollo emocional, psicológico y físico de los niños. Aumenta los niveles de estrés, los priva de su infancia y puede generar trauma, especialmente cuando hay explotación o abandono.

Los niños que trabajan suelen rendir menos en la escuela o abandonarla por completo. Su socialización también se ve afectada: no tienen tiempo para jugar, para construir vínculos saludables. La calle se convierte en su espacio de referencia, y muchas veces también de riesgo, como alerta López Mustelier.

Además, al integrarse al trabajo informal desde tan pequeños, se normaliza un ciclo de exclusión que perpetúa la pobreza intergeneracional.

Negación oficial y omisión estatal

El discurso oficial del Estado cubano ante organismos como la UNICEF y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sostiene que el trabajo infantil está prácticamente erradicado. Sin embargo, como señala la abogada Fernández Suris, "esta negación institucional impide que se diseñen políticas públicas efectivas y deja a los menores desprotegidos".

Mientras las estadísticas ignoran la realidad callejera, los mecanismos de vigilancia estatal (como escuelas, servicios sociales) resultan inoperantes o insuficientes. En algunos casos, incluso existe miedo o apatía institucional para denunciar.

La narrativa del "niño que ayuda en casa" oculta una verdad más cruda: hay niños trabajando porque si no lo hacen, no comen.

Testimonios de resiliencia y solidaridad

Frente a la inacción estatal, han surgido iniciativas de apoyo comunitario. Activistas como Einstein Van Gough recogen donaciones para casos vulnerables como el de Michel. Seguidores de los influencers y vecinos ofrecen alimentos, útiles escolares o pequeñas ayudas.

También hay redes informales entre padres, religiosos y jóvenes que intentan llenar el vacío, pero estas acciones no reemplazan la política pública. Son gestos valiosos, pero insuficientes.

FUENTE: DIARIO DE CUBA

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