
La memoria humana, esa capacidad que tenemos para almacenar, evocar y procesar experiencias pasadas, funciona de manera compleja y a menudo impredecible. Lejos de ser una simple lista de eventos significativos, el recordar es un proceso fluido, donde los recuerdos no siempre siguen una secuencia lógica ni responden a un orden cronológico.
De hecho, la manera en que la memoria se activa parece estar regida por asociaciones sensoriales y emocionales más que por una estructura definida.
El escritor Joshua Rothman, escritor de The New Yorker, reflexiona sobre cómo el recordar puede ser un acto tan casual como profundo, algo que evoca en su lectura a la obra I Remember (Me acuerdo) de Joe Brainard.
En este peculiar libro, Brainard no intenta construir una narración lineal ni narrar grandes sucesos de su vida. En cambio, se dedica a ofrecer recuerdos dispersos, a veces apenas significativos, como I remember bubble gum (Recuerdo el chicle) o I remember the minister’s son was wild (Recuerdo que el hijo del ministro era travieso).

Son recuerdos que parecen triviales pero que, al final, nos dan una idea clara de lo que significó crecer en un determinado lugar y tiempo.
El autor, en su estilo sencillo y directo, nos invita a entender que la memoria no necesita un propósito elevado ni una estructura rígida para ser significativa; por el contrario, las pequeñas impresiones del día a día tienen un valor profundo y pueden ser tan reveladoras como los grandes eventos.
En este proceso de recordar, las experiencias que a menudo consideramos sin importancia pueden resultar ser las más significativas. Es probable que, al recordar nuestra infancia, muchos de nosotros evoquemos elementos tan simples como un olor, una canción, una conversación casual o incluso una sensación de incomodidad.
Tal vez no recordemos qué comíamos en el almuerzo o qué película vimos en el cine, pero sí las emociones asociadas a esos momentos. Por ejemplo, el sonido de una canción puede transportarnos instantáneamente a un verano de nuestra juventud, o el sabor de un plato en particular puede hacernos revivir una tarde de invierno en la que nos sentimos especialmente felices o tranquilos.
Estos recuerdos fragmentados nos ofrecen una versión más auténtica de nuestra experiencia, una que no necesariamente depende de la “importancia” de los eventos, sino de cómo nos afectaron.
El acto de recordar, entonces, se convierte en una forma de conexión profunda con nosotros mismos. A medida que prestamos atención a estas memorias, la relación con nuestro pasado se hace más rica y completa.
Recordar, como sugiere Rothman, no solo nos permite reconectar con lo que fuimos, sino que también nos ayuda a comprender mejor quiénes somos ahora.
Cada fragmento de memoria, por pequeño o insignificante que parezca, actúa como un eslabón en la cadena que constituye nuestra identidad. De esta forma, el proceso de recordar se transforma en una vía para explorar nuestra vida, nuestra personalidad y nuestras experiencias desde una perspectiva más amplia.
Sin embargo, recordar no siempre es un proceso fácil. En la vida cotidiana, la rapidez de nuestras rutinas y la presión constante por estar presentes en el aquí y ahora a menudo nos impiden darnos el tiempo necesario para realizar este ejercicio introspectivo.

En su análisis, Rothman plantea cómo los recuerdos más profundos surgen cuando nos damos el espacio para dejarnos llevar por la nostalgia o la reflexión.
Pero en la era moderna, donde las demandas del presente son tan absorbentes, a menudo nos resulta difícil desconectar lo suficiente como para viajar a través del pasado.
En este sentido, la memoria se ve afectada no solo por el tiempo que pasa, sino también por la forma en que nos relacionamos con él. Si la vida moderna nos lleva a centrarnos en lo inmediato, la memoria puede desvanecerse o incluso ser distorsionada.
Como explica Rothman, los recuerdos que una vez parecían accesibles pueden volverse borrosos cuando no se les dedica la atención que requieren. Para muchos de nosotros, este distanciamiento del pasado es una realidad diaria.
No obstante, es importante recordar que, aunque la memoria puede parecer menos fiable a veces, sigue siendo una herramienta poderosa para comprendernos y expandir nuestra visión del mundo.

El acto de recordar, entonces, es mucho más que un simple ejercicio de traer al presente eventos pasados. Es una manera de establecer un vínculo más profundo con nuestra propia historia, un medio para ampliar nuestra comprensión de quiénes somos, de cómo hemos llegado hasta aquí y de las emociones que nos definen.