
Nacido alrededor del año 412 en Constantinopla, Proclo vivió más de 700 años después de Euclides y unos 1000 años después de Pitágoras.
Sin embargo, y esto es realmente increíble, sus escritos son las primeras fuentes documentadas que tenemos sobre muchos de estos gigantes de la antigüedad y sus obras. Si hoy sabemos algo sobre ellos, en buena parte es gracias a Proclo. ¿Por qué tanta diferencia de tiempo? Porque en el mundo antiguo, los textos eran copiados a mano y muy susceptibles a perderse: guerras, incendios, desinterés, o simplemente el paso del tiempo.
Muchos manuscritos se perdieron sin dejar rastro. Pero Proclo tuvo acceso a documentos que hoy están completamente desaparecidos. Fue, en cierto modo, un “testigo de segunda mano” de una época brillante. Y decidió dejar constancia.

Un ejemplo clave es su referencia a la Historia de la Geometría de Eudemo de Rodas, un discípulo de Aristóteles. Hoy no conservamos esa obra, pero sabemos de su existencia y contenido gracias a que Proclo la menciona y comenta. Así, como si fuera un arqueólogo de ideas, nos permite reconstruir lo que de otro modo se habría borrado del mapa del conocimiento.
Su principal obra es un comentario exhaustivo sobre Los Elementos de Euclides, el libro más influyente de geometría en la historia de la humanidad. En sus anotaciones, Proclo analiza definiciones, postulados, axiomas y demuestra un profundo entendimiento de los fundamentos matemáticos.
Pero no se queda ahí: también ofrece contexto histórico, anécdotas y menciones a otros matemáticos griegos. Gracias a ese texto, Los Elementos se mantuvieron vivos durante siglos, siendo un pilar en la enseñanza matemática desde la Edad Media hasta el Renacimiento.

Proclo no solo fue un gran matemático. Fue también director de la Academia de Platón en Atenas.
La misma institución fundada por el propio Platón siglos antes. En una época de transición cultural, donde el pensamiento griego empezaba a diluirse, él fue un puente entre mundos. Un preservador del saber antiguo en tiempos inciertos.
A veces nos olvidamos de lo frágil que puede ser el conocimiento. De cómo la ciencia y las ideas dependen no solo de genios creadores, sino también de mentes cuidadoras. Proclo no inventó el teorema de Pitágoras ni los axiomas de Euclides, pero si no fuera por él, tal vez no los conoceríamos.