
Jack Black ha sabido construir a lo largo de más de dos décadas una figura pública que combina excentricidad, humor desbordado y cercanía. Aclamado por su rol en Escuela de rock (2003) y adorado por fans de todas las edades, es, sin lugar a dudas, una de las personalidades más reconocibles del cine de entretenimiento.
Sin embargo, según un análisis crítico de Far Out, esa simpatía no oculta una verdad incómoda: su carrera representa, con claridad inquietante, los males estructurales de la industria cinematográfica de nuestros días.
Black irrumpió en la cultura popular con la banda cómica Tenacious D, una mezcla de rock teatral y humor autorreferencial. Su actitud despreocupada y su imagen alejada del canon estético de Hollywood lo convirtieron en un personaje atractivo para una audiencia que valoraba la autenticidad por sobre el glamour.
Su debut actoral destacado llegó con Alta fidelidad (2000), donde interpretó al impetuoso empleado de una tienda de discos, un papel que cautivó por su intensidad cómica y musical. Poco después, Escuela de rock lo catapultó al estrellato.
Encarnando a un profesor sustituto que transforma una clase de niños en una banda de rock, Black encontró un personaje que parecía hecho a su medida. El éxito fue rotundo.

Pero lo que fue una fórmula triunfante se transformó, con el tiempo, en un molde restrictivo. Como señala Far Out, la “persona Jack Black” —el adulto con alma infantil, ruidoso y desbordado— ha terminado por devorar al actor. Su filmografía muestra una alarmante repetición de arquetipos cómicos sobreactuados, sin voluntad visible de experimentar con otros registros.
Más preocupante aún es la percepción de que Black no carece de talento dramático, sino que ha decidido no utilizarlo. Si bien ha ofrecido interpretaciones notables en cintas como Bernie (2011) o No te preocupes, no irá lejos (2018), estas apariciones son escasas excepciones dentro de una carrera dominada por productos comerciales de consumo rápido.
Revisar la trayectoria cinematográfica de Black permite trazar un patrón. En lugar de explorar el potencial actoral que demostró en ocasiones contadas, ha optado por protagonizar películas de bajo riesgo artístico, como Nacho Libre (2006), Una guerra de película (2008) o Amor ciego (2001), esta última duramente criticada por su representación superficial del sobrepeso y la apariencia física.

Además, se ha convertido en rostro habitual de franquicias destinadas al público infantil o juvenil: Kung Fu Panda (2008), Escalofríos (2015), Jumanji (2017), The Super Mario Bros. Movie (2023) y Borderlands (2024), entre otras.
La constante en todas ellas es una narrativa simple, fórmulas recicladas y el predominio del efecto visual por sobre la construcción de personajes o tramas significativas.
La crítica de Far Out subraya que no se trata de una condena personal hacia el actor, sino de una denuncia más amplia. La figura de Jack Black es representativa de una industria que premia la repetición, la espectacularidad y la rentabilidad inmediata por sobre la innovación, la colaboración con nuevos talentos —incluidas directoras o creadoras independientes— y el desarrollo de historias con profundidad emocional o política.
Pese a su carisma, Black ha demostrado escaso interés en participar en proyectos independientes o en películas que desafíen las convenciones narrativas.
Según el artículo, su filmografía reciente evita sistemáticamente las propuestas lideradas por mujeres o las que apuestan por contenidos complejos, una omisión que también dice mucho del estado actual de Hollywood.
Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta deriva fue su participación en Una película de Minecraft, cinta que generó una de las peores muestras de conducta en las salas de cine en los últimos años.
Con gritos, pochoclos lanzados y referencias virales, las funciones fueron más una experiencia de ruido colectivo que un acto cinematográfico. Black, como era de esperarse, lideró un producto que priorizó la conexión con una base de fans sobre cualquier valor narrativo o artístico.
Far Out matiza la crítica. Jack Black no es un villano ni un actor sin capacidad. Por el contrario, ha demostrado que, en contextos propicios, puede ofrecer actuaciones memorables.
El problema, insisten, es que ha elegido —o ha sido empujado por el sistema a elegir— lo más fácil. Su caso ejemplifica cómo Hollywood ha construido una maquinaria que favorece las franquicias y los memes por encima de la búsqueda genuina de calidad.
Quizás por eso su figura sigue siendo celebrada, incluso mientras los proyectos en los que participa se acumulan con escasa huella artística. El riesgo es que, con cada nueva película basada en fórmulas y merchandising, esa simpatía se agote. Y con ella, también el último destello de lo que alguna vez fue un talento impredecible.