
En la frontera más al noroeste de Estados Unidos, una franja de tierra de apenas 12,7 kilómetros cuadrados conocida como Point Roberts permanece geográficamente separada del resto del país. Esta singularidad se debe a una definición de límites que se remonta a mediados del siglo XIX. Según explicó CNN, el Tratado de Oregón de 1846 estableció el paralelo 49 como la frontera entre EEUU y Canadá, pero no contempló las consecuencias prácticas de esa línea recta. Como resultado, la punta meridional de la península de Tsawwassen quedó en territorio estadounidense, aunque solo es accesible por tierra cruzando territorio canadiense.
El enclave, habitado por unas 1.200 personas, limita al norte con la ciudad canadiense de Tsawwassen, mientras que sus otros tres lados están rodeados por las aguas del estrecho de Georgia. Este tipo de formación territorial se denomina “pene-exclave”: una porción de un país que está separada del resto y no tiene acceso directo por tierra a su nación sin atravesar otra jurisdicción.
Aunque hay quienes sostienen que esta configuración fue producto de un descuido, otros defienden que Estados Unidos optó por mantener el dominio de la zona para garantizar acceso estratégico al Pacífico Noroeste y preservar derechos sobre áreas pesqueras de valor económico. Lo cierto es que, desde entonces, Point Roberts ha constituido un caso geográfico atípico que exige una vida cotidiana marcada por la constante interacción fronteriza con Canadá.
El ambiente en Point Roberts se distingue por su marcada desconexión con el ritmo urbano. El relato de Hannah Shucard, vecina del lugar, resume a CNN la experiencia de cruzar la frontera hacia el enclave: “Cuando cruzas la frontera y doblas hacia la calle principal, estás rodeado de árboles. Respiras hondo y sientes alivio, como ‘caramba, estoy en casa’”.
Este sentimiento de refugio se acentúa con una vida nocturna dominada por la oscuridad total, en la que no hay luces de tránsito, ni sirenas, ni zumbido urbano, sino cielos estrellados y sonidos naturales. Según Shucard, en primavera “los sapos hacen un ruido muy fuerte, y en ciertas épocas del año se escuchan los aullidos de los coyotes”.
La seguridad es una de las características más valoradas por los habitantes. Es común dejar las llaves en el auto, que los niños vayan solos en bicicleta a la playa o que jueguen en el bosque. La vida allí transcurre como en una mezcla entre pueblo pequeño y reserva natural, según la descripción de CNN.

Krystal King, otra residente, expresó al medio: “Apenas cruzas la frontera, sientes que retrocediste 40 años en el tiempo. Todo es lento y agradable. Es muy tranquilo. Es un lugar tan seguro”. En ese sentido, la comunidad parece operar con una confianza mutua, difícil de encontrar en otros entornos.
La vida en Point Roberts, más allá de sus particularidades geográficas, presenta un contraste radical con la velocidad y las demandas del mundo contemporáneo, proponiendo una rutina regida por el entorno natural y los vínculos vecinales.
La identidad de Point Roberts está fuertemente marcada por sus orígenes migratorios. A fines del siglo XIX, el enclave recibió una ola de colonos islandeses que se establecieron en la zona, atraídos por las oportunidades laborales en las fábricas de conserva de salmón y en la agricultura. Estas primeras familias dejaron una huella cultural perdurable que aún se manifiesta en la vida del pueblo.
“La familia de mi abuela era islandesa y se instaló acá hace mucho. Ella todavía vive en una casa que mi abuelo construyó en el terreno original de la familia, y habla islandés, igual que algunas de sus amigas”, dijo Shucard. Esta continuidad generacional, que mantiene vivas las prácticas lingüísticas y los lazos familiares, ejemplifica el peso de la herencia en la configuración social del lugar.
La conexión con Islandia no se limita al plano simbólico. Según testimonios recogidos por CNN, varias familias actuales trazan su linaje directamente hasta aquellos primeros pobladores. La comunidad ha integrado esa procedencia en su tejido cotidiano, combinando la tradición islandesa con el carácter fronterizo del enclave.
Kristin Lomedico, bibliotecaria local y también descendiente de inmigrantes islandeses, expresó algo similar al recordar su infancia llena de reuniones familiares y aventuras en los bosques. Tras haber vivido en Seattle y en América Latina, volvió con su familia a Point Roberts en 1982 para estar más cerca de sus raíces: “Me alegré de volver. Siempre extrañé el mar, las playas y los bosques”.

En Point Roberts, la escala reducida del territorio y su baja densidad poblacional determinan una infraestructura mínima pero funcional, que obliga a los residentes a adaptarse a una vida donde la autosuficiencia y la colaboración vecinal son fundamentales. Según CNN, el pueblo cuenta con “al menos uno” de cada servicio esencial: un plomero, un electricista, un supermercado, una escuela primaria, una biblioteca, un cuerpo de bomberos voluntario y un banco de alimentos.
El carácter reducido del sistema educativo ilustra con claridad esta situación. La escuela primaria local solo ofrece clases hasta segundo grado y tiene actualmente cinco alumnos inscriptos para el año 2025. Más allá de esa etapa, las familias deben optar entre la educación en casa o el traslado a escuelas en Blaine, Washington, o en el lado canadiense, lo que implica gestionar viajes diarios a través de la frontera.
Esta precariedad estructural no impide una vida social activa. Muy por el contrario, la comunidad de Point Roberts mantiene una red de asociaciones que incluye clubes de jardinería y caminatas, un club de radioaficionados, una junta de parques, asociaciones de votantes y una sociedad histórica. Hannah Shucard y Kristin Lomedico participan en esta última, reflejando la implicancia de los vecinos en la preservación de la memoria local y el fortalecimiento del tejido social.
La vida diaria se desenvuelve en torno a dos arterias principales —Tyee Drive y Gulf Road— sin semáforos, apenas señalizadas con luces intermitentes. En ese entorno compacto, los roles tienden a superponerse: Lomedico recordó que en su infancia, “la bibliotecaria también manejaba el autobús escolar, era la conserje y una amiga de la familia”.
Point Roberts mantiene una economía sumamente vulnerable, basada casi en su totalidad en el turismo estacional y el comercio transfronterizo. La dependencia de los visitantes canadienses es central: muchos cruzan la frontera para comprar combustible, víveres u otros productos a precios más bajos que en su país. Este flujo constante constituye la columna vertebral de varios comercios locales.
En ese contexto, los recientes roces diplomáticos entre Estados Unidos y Canadá han tenido un efecto inmediato y concreto. CNN recogió testimonios de residentes que reportaron un descenso de visitantes canadienses a raíz de las tensiones, que se tradujo en boicots a destinos como Point Roberts.
Krystal King, una de las afectadas, relató a CNN que algunos clientes canadienses habituales dejaron de cruzar la frontera como gesto de protesta: “Ya recibimos cartas de proveedores avisándonos que los costos subirán para los minoristas estadounidenses. Y también cartas de clientes diciendo: ‘Lo siento mucho, pero no puedo cruzar más la frontera. Es importante que los canadienses estemos unidos ahora’”.
Además de los vínculos económicos, Point Roberts depende estructuralmente de Canadá para el suministro de electricidad y agua, lo que refuerza el carácter simbiótico —aunque frágil— de la relación con el país vecino. Este entrelazamiento diario, que históricamente favoreció una convivencia práctica de ambas culturas, se ve presionado cuando surgen fricciones políticas o comerciales.