
El pasado 2 de octubre, Laurent Cazenave, apicultor en la localidad de Bénesse-Maremne, en el departamento francés de las Landas, vivió una jornada de horror e indignación. Al acudir a revisar el estado de sus colmenas con la llegada del frío, se topó con una escena desoladora: quince de sus colmenas habían sido cerradas de manera deliberada, provocando la asfixia de unas 750.000 abejas.
“Vine a comprobar su salud porque se acerca el invierno”, explica el apicultor. Lo que encontró fue un ataque directo y premeditado a sus colmenas, un hecho que denunció inmediatamente a través de un video publicado en su cuenta de Instagram. “Es un acto cobarde, cruel e incomprensible. Hay cabrones que no tienen nada mejor que hacer que cerrar colmenas”, afirma visiblemente afectado.
Aunque Cazenave no apunta directamente a ningún responsable, está convencido de que se trata de alguien con conocimientos en apicultura. “Es gente que sabe de colmenas”, escribió en su publicación, subrayando la gravedad del hecho: “Mientras luchamos a diario por preservar estos polinizadores esenciales para la vida, algunos los destruyen, por envidia o por estupidez”.
La empresa que dirige, Apis Mellona, dedicada a la producción de miel, enfrenta no solo un golpe emocional, sino también económico. Cada colmena tiene un coste aproximado de 300 euros, lo que representa una pérdida directa de al menos 4.500 euros. A esto se suma la interrupción de la producción de miel que, según el apicultor, no podrá recuperarse hasta dentro de un año. “De media, producimos 15 kilos de miel por colmena. Esta pérdida es un duro golpe para nuestra estructura”, lamenta.
Sonia Gasnier, apicultora en formación dentro de la empresa, comparte la frustración: “No pensé que pudieran atacar a las abejas directamente. Es triste, estamos realmente devastados porque nos pasamos la vida haciendo este trabajo”. Se trata de un negocio arriesgado donde los ingresos muchas veces son inferiores a todo el dinero que se aporta, ahora eso se ha incrementado mucho más.
Costará meses reponerse para llegar al nivel donde estaban, la cría de abejas requiere tiempo y dedicación para obtener beneficios y esto entorpece el futuro. Los trabajadores están centrados e intentando conseguir llegar al mismo punto donde estaban antes del incidente.
Ante esta agresión, la empresa se ha visto obligada a considerar medidas de seguridad adicionales para proteger sus colmenas. “Vamos a instalar cámaras y nuevos equipos de vigilancia. Pero es complicado, no podemos ponerlos en todas partes. Vamos a intentar adaptarnos a la situación”, explica Cazenave, que busca mantener una actitud resiliente pese a las circunstancias.

El sindicato Miels des Landes no tardó en reaccionar, condenando lo ocurrido como un “acto deplorable” y expresando su solidaridad con el apicultor afectado. La comunidad apícola de la región también ha manifestado su preocupación, temiendo que este tipo de acciones se repitan.
Este atentado no solo pone en jaque la economía de una pequeña empresa local, sino que vuelve a poner sobre la mesa la fragilidad del ecosistema y la necesidad urgente de proteger a los polinizadores, esenciales para la biodiversidad y la agricultura mundial.