La Revolución Industrial: cómo cambió la vida en las ciudades, el trabajo y la sociedad británica

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El éxodo rural, la expansiónEl éxodo rural, la expansión de fábricas y la precariedad delinearon el destino de millones en el Reino Unido

El auge de la Revolución Industrial, entre 1760 y 1840, transformó radicalmente la vida cotidiana de millones de personas. El avance de las máquinas a vapor y la mecanización de la producción impulsaron una migración masiva hacia las ciudades. La promesa de empleo contrastó con la realidad de la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida, según documenta World History Encyclopedia.

Durante este periodo, el Reino Unido experimentó un crecimiento demográfico sin precedentes. La población pasó de seis a veintiún millones entre 1750 y 1851, y ciudades como Londres y Manchester multiplicaron sus habitantes en pocas décadas. El censo de 1851 reveló que, por primera vez, la mayoría de los británicos residía en entornos urbanos.

La urbanización acelerada propició que jóvenes de ambos sexos se encontraran y contrajeran matrimonio a edades más tempranas que en el campo. En el Lancashire urbano hacia 1800, el 40% de los jóvenes de 17 a 30 años estaban casados, frente al 19% en zonas rurales, según datos recogidos por World History Encyclopedia.

El crecimiento de las ciudades trajo consigo hacinamiento y precariedad. Familias enteras compartían viviendas mal construidas y, en la Liverpool de la década de 1840, unas 40.000 personas vivían en sótanos, con un promedio de seis personas en cada uno. La falta de agua corriente, drenaje y baños adecuados favoreció la propagación de enfermedades como el tifus y el cólera, con epidemias en 1831, 1837, 1839, 1847 y 1849.

Aunque la esperanza de vida general aumentó gracias a mejoras en la dieta y la vacunación, la mortalidad infantil seguía siendo elevada, superando en ocasiones el 50% entre los menores de cinco años. En las grandes urbes, el anonimato facilitó la impunidad de los delitos y la criminalidad también se incrementó.

La pobreza urbana se hizo visible en las calles, donde niños mendigaban o trabajaban como limpiabotas gracias a organizaciones benéficas que intentaban evitar su ingreso en los asilos para pobres, instaurados por la Ley de Enmienda de Pobres de 1834. Estos asilos ofrecían condiciones deliberadamente duras, con trabajos repetitivos y poco gratificantes bajo la premisa de que la caridad excesiva desincentivaría la búsqueda de empleo remunerado.

Pese a estas dificultades, la vida comunitaria persistía en barrios obreros y en torno a minas y fábricas, donde el sentido de pertenencia se reforzaba mediante actividades colectivas y clubes de ahorro.

La migración masiva a lasLa migración masiva a las ciudades británicas impulsó el crecimiento demográfico y la urbanización (Public domain)

El panorama laboral cambió de forma radical. Los hombres accedieron a empleos en la minería, fábricas mecanizadas, construcción naval y ferrocarril, aunque la mayoría de los trabajos carecían de cualificación y los oficios tradicionales quedaron relegados por la maquinaria.

Los salarios se volvieron más estables, pero el trabajo resultaba monótono y peligroso. Los sindicatos surgieron para defender los derechos de los trabajadores, aunque estuvieron prohibidos entre 1799 y 1824 y, en sus inicios, solo representaban a los obreros más calificados, dejando fuera a mujeres y niños.

Las mujeres ingresaron masivamente al trabajo asalariado, principalmente en la industria textil. Una encuesta británica de 1818 determinó que constituían poco más de la mitad de la fuerza laboral en el sector del algodón. Sin embargo, sus salarios eran mucho más bajos: la trabajadora mejor paga recibía solo una cuarta parte de lo que ganaba el hombre mejor remunerado en el mismo sector.

En las minas, las mujeres trasladaban cargas pesadas de carbón en condiciones insalubres hasta que la Ley de Minas de 1842 prohibió el trabajo subterráneo a mujeres, niñas y niños menores de diez años. Esta medida buscaba proteger a los más vulnerables, pero dejó a muchas familias sin ingresos suficientes.

El trabajo infantil fue una de las características más notorias de la época. Al menos la mitad de los niños en edad escolar trabajaba a tiempo completo, según World History Encyclopedia. Los menores, desde los cinco años, asumían tareas que los adultos no podían ejercer, como arrastrar carbón por pasadizos estrechos o limpiar maquinaria en funcionamiento.

En la minería, los niños representaban entre el 20% y el 50% de la mano de obra, y en las fábricas, cerca de un tercio del total. Los salarios infantiles eran ínfimos: un 80% menos que los de los hombres y un 50% menos que los de las mujeres.

La educación quedaba relegada; las familias priorizaban el aporte económico, y solo a partir de la década de 1870 se instauró la escolarización obligatoria de cinco a doce años. La alfabetización mejoró de forma gradual gracias a la proliferación de libros y periódicos asequibles.

La estructura social británica se polarizó durante la Revolución Industrial. La élite mantuvo su poder mediante la propiedad de la tierra y, cada vez más, del capital invertido en empresas, bancos y grandes proyectos de infraestructura.

Para 1876, el 95% de la población no poseía tierras y la concentración de riqueza se acentuó. Los empresarios actuaban con gran autonomía; la intervención estatal en asuntos laborales era mínima y la normativa, cuando existía, rara vez se aplicaba. No había salario mínimo ni protección frente al despido, y los trabajadores soportaban largas jornadas con un deterioro económico relativo.

La movilidad social resultó todavía más complicada. Los obreros carecían de habilidades transferibles y solo algunos podían costear educación o aprendizaje formal. Ascensos excepcionales, como el de Robert Owen que pasó de aprendiz a gran industrial, no eran habituales. Las diferencias se reflejaban en la esperanza de vida: en 1842, los fabricantes y las clases altas vivían en promedio 44 años, los comerciantes 27 y los obreros apenas 19.

La estructura social británica seLa estructura social británica se polarizó y la movilidad social fue limitada durante la industrialización

En paralelo, surgió una clase media urbana, que hacia 1800 representaba el 25% de la población. Profesionales, ingenieros y comerciantes se mudaron a suburbios más saludables y pudieron costear la contratación de personal doméstico y la educación de sus hijos. El acceso a bienes de consumo y nuevas formas de ocio, como restaurantes y teatros, se expandió en estos sectores.

Desde la década de 1830, la moral victoriana y el impulso reformista promovieron la idea de “mejorar” a las clases bajas. La National Society for Promoting the Education of the Poor, fundada en 1811, reflejó la preocupación filantrópica de la clase media e intelectuales por las condiciones de los más desfavorecidos.

Las respuestas a los problemas de la industrialización incluyeron filantropía, creación de leyes laborales e impulso de la educación. Sin embargo, la aplicación de estas reformas fue lenta y limitada. La escolarización obligatoria y la protección efectiva de los trabajadores se consolidaron solo tras la Revolución Industrial, mientras que el arte y la literatura, como “La edad de la inocencia” de Joshua Reynolds y “Oliver Twist” de Charles Dickens, sensibilizaron a la opinión pública sobre la situación de los niños y los pobres, según destaca World History Encyclopedia.

A pesar de las profundas desigualdades y dificultades iniciales, el nivel de vida promedio aumentó en torno a un 30% durante la Revolución Industrial. Este progreso alcanzó a las clases bajas únicamente a partir de la década de 1830. La visibilidad de la pobreza y la infancia desprotegida impulsó cambios culturales y políticos; sin embargo, las reformas estructurales necesarias para la protección efectiva de los más vulnerables solo se materializaron tras este periodo, como concluye World History Encyclopedia.

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