Miedosos, despilfarradores, ambiciosos y obsesivos: un mapa emocional del dinero, según cómo te relaciones con los billetes

hace 6 horas 1
"La plata, las finanzas personales"La plata, las finanzas personales son un tema ‘soft’ y ‘hard’ a la vez”, aseguró el autor (Gustavo Gavotti)

“Fluí con el dinero, una guía para disolver creencias limitantes y transformar tu economía personal”, es el nombre que acaba de publicar Grijalbo y escribió Ezequiel Starobinsky.

El autor fue a la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y se licenció con honores con la carrera de Ciencias Económicas de la UBA. Tiene un Máster en Mercado de Capitales y Economía, es gerente financiero del banco Bibank. Integra varias comisiones directivas y es miembro de El Arte de Vivir, donde dicta talleres de superación personal.

“Este libro, leído a conciencia, entendido en su profundidad, va a destrabar ciertas cuestiones energéticas, va a disolver creencias limitantes, va a darte lucidez en tus decisiones técnicas. Te va a acercar a una vida más abundante y fluida en lo que al dinero respecta. En el tiempo, llevará tus finanzas personales a un nuevo nivel. Te lo garantizo. Este libro es una guía integral e íntima. Es integral, porque combina tipos de conocimiento que en apariencia no parecen tener que ver entre sí, pero que hacen a nuestra buena relación con el dinero y las finanzas personales por igual. Me refiero a conocimientos que podríamos considerarlos como ‘soft’ (conceptos blandos) y a otros como ‘hard’ (duros). La plata, las finanzas personales son un tema ‘soft’ y ‘hard’ a la vez”, detalla en autor en la presentación de su obra.

La tapa del libro deLa tapa del libro de Starobinsky

Aquí, un extracto del libro.

Cada persona tiene una forma particular de vincularse con el dinero. A eso me refiero cuando hablo del mapa emocional del dinero: un conjunto de patrones psicológicos que condicionan nuestras decisiones, muchas veces sin que lo notemos. Este apartado está pensado para ayudarte a identificar los tuyos, tomar conciencia de lo que ya no funciona y, si hace falta, soltarlo. Ese es uno de los prime ros pasos para construir una relación más sana y fluida con tus finanzas.

Mientras avances, probablemente te vengan a la cabeza personas que conocés —y quizás también vos mismo— que encajan en más de una de estas tipologías. No se trata de encasillar ni de juzgar, sino de empezar a ver con más claridad dónde estamos parados y qué podemos cambiar.

Es importante entender que las siguientes tipologías no son excluyentes. La siguiente lista no es taxativa. Es simplemente un mapa emocional, para poder conceptualizar mejor qué tipo de relación tiene uno mismo con el dinero.

El territorio es por definición más complejo que un mapa y está bien que así sea, pues un mapa en escala 1:1 sería algo totalmente inservible. De la misma manera, la realidad siempre será más compleja que un libro que pretende describirla. Por ello, en la práctica las siguientes tipologías se superponen y se entremezclan de diversas maneras. Algunas incluyen a otras.

Existen muchas personas que se angustian cuando hablan de dinero. Algunas son conscientes, y otras ni siquiera se dan cuenta de ello. La angustia puede tener diferentes matices. Puede tratarse de una ligera ansiedad, a algo casi paralizante.

En el extremo, hay personas miedosas que se paralizan a la hora de tomar decisiones de dinero o financieras. Demoran indefinidamente decisiones importantes, las esquivan, las procrastinan con mayor o menor disimulo. Incluso a veces sobreanalizan cayendo en la trampa cognitiva de “parálisis por análisis”. El miedo a cometer un error, a arrepentirnos de lo que elijamos, nos lleva muchas veces inconscientemente a demorar de forma indefinida una decisión, nos sobrecargamos de información, de análisis, un típico mecanismo de autoengaño. La información es útil hasta cierto punto. En el mundo del dinero, retrasar decisiones por miedo y/o sobreanálisis puede tener importantes costos, o costos de oportunidad.

También hay personas que, incluso hoy, siguen hablando de dinero como si se tratara de algo prohibido. Lo hacen con cierta incomodidad, como si arrastraran una mezcla de adrenalina y secreto, parecida a la que generaban otros temas tabúes, como el sexo en la época medieval.

Es el caso de quienes gastan dinero sin ninguna planificación, usando la tarjeta como si el futuro no existiera o como si todo se terminara mañana. El hecho de gastar, de comprar impulsiva o compulsivamente, puede tener diversas causas. Es sabido que hay perfiles psicológicos que encuentran placer en gastos y lujos exóticos, pero que en el fondo buscan llenar un vacío interior, que nunca se llena verdaderamente más allá de qué nuevo objeto o experiencia adquiramos.

Otras incurren en gastos desmesurados para mostrar estatus, saberse incluidas en ciertos grupos de pertenencia o clase social, o también para sentirse “superior” a otros.

Este último grupo puede subdividirse en dos. Por un lado, aquellos que sí pueden solventar estos gastos excesivos (por su nivel de ingresos y/o patrimonio) y por el otro lado, los que no. La actitud de este último grupo resulta especialmente cuestionable. Gastar ahorros por ese motivo ya es imprudente si no se cuenta con un buen respaldo, pero endeudarse por lo mismo lo es aún más.

Es común en estos casos subestimar el efecto de la capitalización de los intereses de las deudas, especialmente cuando se trata de tasas de tarjetas de crédito o préstamos personales cuyas tasas son muy superiores al promedio de tasas de la economía. Los intereses impagos generan una “bola de nieve” que se torna inmanejable más pronto que tarde. Demorar el recorte de gastos es una tendencia muy conocida (“lo difícil es bajar”) pero que tiene consecuencias graves cuando la bola de nieve de deuda se torna impagable.

Las personas que responden a este patrón son desmedidamente ambiciosas, al punto que corren riesgos alocados.

El querer “más” es una adicción que muchos de nosotros tenemos, o tenemos en potencia, y no es que hay que ir al casino para caer en ella. Ni siquiera es algo que se limita al dinero o las posesiones. Querer siempre más y más (de cualquier cosa) es estar atrapado en un circuito sin fin. No en vano hay una famosa frase que reza “la ambición rompe el saco”.

Otro tipo de personas corren riesgos inexplicables por desconocimiento, no por ambición. No saben medir los riesgos, o ni siquiera piensan que están allí. En cuanto a finanzas se trata, lo cierto es que nadie se escapa a la regla básica de riesgo-rendimiento. Si una inversión promete mucha renta (en comparación al mercado, es decir, al promedio de inversiones similares) es porque necesariamente tiene más riesgo. Es decir, las probabilidades de que la inversión no cumpla lo prometido, son más altas que el resto.

He visto muchos casos de personas que invierten en financieras informales —como cuevas o ciertas Fintech— atraídas por tasas más altas que las de los plazos fijos tradicionales, sin tener plena conciencia del riesgo que eso implica. Más de una vez, la experiencia terminó con una sorpresa poco agradable.

Las inversiones que ofrecen retornos muy superiores a la media pueden tratarse de esquemas Ponzi1, y por ambición o desconocimiento uno puede quedar atrapado en uno.

Dentro del grupo de personas que corren riesgos injustificados, hay un subgrupo que lo hace por la adrenalina del riesgo en sí misma. Correr “riesgos”, tanto en finanzas como en otros ámbitos —riesgo de perder dinero, riesgo de caerse por el risco, riesgo de un deporte extremo o andar muy rápido por la autopista, o incluso hablar en público— despierta adrenalina. Este neurotransmisor libera sustancias que generan sensaciones de excitación, de aumento de energía de corto plazo, que tienen un componente adictivo.

En los casinos, los sitios de apuestas online, e incluso el mundo de la Bolsa, existe lo que se llama ludopatía o adicción al juego. Específicamente, la ludopatía bursátil es cuando un inversor no puede parar de apostar, de chequear qué pasa con las cotizaciones constantemente, de buscar información sin parar.

Por otro lado, existen perfiles psicológicos fuertemente inclinados a la acumulación. Personas que ahorran como si fueran a vivir mil años, y que en algunos casos llevan una vida innecesariamente austera solo por el afán de guardar un dinero que no necesitan. Detrás de esta actitud actúan dos emociones, que no siempre se excluyen entre sí.

Una de ellas es esta trampa de querer siempre “más”, como si el dinero fuera una golosina interminable y el ahorrador compulsivo un niño que no puede dejar de comer azúcar. Hay personas golosas de dinero, y otras que son “un poco peor que solo golosas”: personas angurrientas de dinero. Ambas siempre quieren más, pero el goloso al menos puede ser generoso. El angurriento es más apegado. A su vez, corresponde puntualizar una sutil pero importante diferencia: no es lo mismo la sensación de tener dinero (el stock) que la sensación de ganar dinero (el flujo).

La otra emoción detrás de los acumuladores seriales es el miedo. Pero es un miedo diferente a lo desconocido o al error que mencionábamos antes. Este se trata de miedo a que falte dinero en el futuro, el miedo a que pase algo (ahorro “por las dudas”), el futuro de los hijos, el futuro de los hijos de los hijos. ¿Acaso el futuro no tiene un componente de sueño, de ilusión? Deshonrar el presente por posibles futuros puede no ser un buen negocio… en términos emocionales.

Este patrón es muy disfuncional especialmente cuando nos lleva a invertir tiempo y energía en actividades generadoras de dinero pero que no nos gustan o no nos completan, cuando ya contamos efectivamente con el ahorro necesario para prescindir de tales actividades. Aunque no lo creas hay mucha gente atrapada en esta rueda. Para peor, cuando gran parte del ahorro injustificado son dólares escondidos en cajas de seguridad, los colchones, las macetas, eso tiene un efecto negativo doble. A nivel sutil el dinero se impregna con la energía del estancamiento, y a nivel técnico se va desvalorizando por la inflación en dólares, lenta pero implacable.

Repasemos esta obviedad una última vez: ahorrar es en general algo muy positivo. Lo que no es positivo es transformarse en un acumulador serial por temor o angurria.

Otro grupo de personas son aquellas totalmente improvisadas (incluso desinteresadas) respecto del dinero, sus finanzas personales, el mundo de las inversiones. Simplemente trabajan y van gastando dinero sin organización ni planificación, muchas se apoyan en la pareja (si es que están en pareja) para este aspecto de la vida. Sus frases típicas cuando se tiene que tomar una decisión importante de plata son del siguiente tipo: “qué se yo, decidí vos, yo prefiero no meterme en cosas de plata” o “ay, no tengo ni idea, soy un desastre con la plata” o “bueno, hagámoslo y vamos viendo qué pasa”.

En el extremo opuesto al caso anterior, hay gente que es obsesiva del control. Controlan cada ingreso, cada gasto, llevan detallistas planillas de Excel. El Excel es un gran amigo de las finanzas personales, es una herramienta de presupuestación, de control de gastos, de planificación, de control patrimonial espectacular, pero… ¡la vida no es un Excel! En finanzas, la obsesión por medir todo en forma constante, por tener todo bajo control, reduce el espacio y la energía para la creatividad, para las opciones laterales.

Otro perfil de gente es aquella que se limita a dar, que tiende a poner al servicio de los demás todo el dinero que gana. También da su energía, su tiempo, lo da todo a los demás. Si bien dar es algo hermoso, creo que pierde virtuosidad cuando uno en el afán de dar siempre, no sabe recibir, no se permite recibir. Hay gente que inclusive da lo que no tiene, con tal de brindarse (o no “lastimar” al prójimo con un “no”) se compromete a hacer cosas que les resultan casi imposibles o para las que no tienen tiempo ni energía.

En la otra punta, se encuentran aquellos que solo pretenden obtener algo de los demás, y dan muy poco o nada a cambio. Así como existe gente que da lo que no tiene, hay quienes no comparten ni un poquito de lo que sí tienen. Por ejemplo, personas de muchísimo dinero que son avaras hasta en las propinas, que discuten el precio de un viaje a un remisero, que no ayudan a la gente en situación de calle (ni hablar de hacer donaciones), que no reconocen las horas extras a la empleada doméstica.

Las tipologías descritas, repetimos, no son taxativas. Sus bordes no están del todo definidos. La enorme mayoría de las personas tienen perfiles superpuestos. Hay combinaciones típicas como alguien miedoso que es muy ahorrativo (pero eso no necesariamente lo hará goloso del dinero o angurriento). O gente improvisada que tiende a dar de más, y gastar de más. También hay combinaciones que no son tan obvias, como gente que es miedosa y ambiciosa a la vez, o gente muy dada y generosa pero que a su vez son controladores de los gastos, de las ganancias y las pérdidas.

O uno podría cruzarse con personas que son ahorrativas en los detalles (no se compran una gaseosa en un kiosco porque es caro) pero son improvisadas y arriesgadas a la hora de hacer grandes inversiones o viajes exóticos. ¡En cuanto a finanzas respecta, nuestra sociedad está llena de contradicciones!

Para poder construir una relación sana con el dinero es clave previamente identificar qué tipo de tipologías nos atraviesan, y cuáles ameritan una buena revisación y mejora. Es importante hacer esto siendo sinceros con nosotros mismos y especialmente sin juzgarnos. No hay nada malo ni bueno en definitiva. Es un camino de aprendizaje. Estamos simplemente limpiando el terreno para poder cimentar unas finanzas personales saludables sobre bases firmes.

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