Los colibríes de California evolucionan: tiene picos “más afilados y largos” gracias a los comederos urbanos

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En respuesta al exceso deEn respuesta al exceso de néctar de los comederos para colibríes, los colibríes de Anna desarrollaron picos más largos y grandes en cuestión de décadas. - (Imagen Ilustrativa Infobae)

Colocar comederos para colibríes en jardines y balcones se ha convertido en un pasatiempo entrañable para millones de personas. Estos bebederos, usualmente llenos de agua azucarada, no solo permiten que las aves consigan alimento fácil, sino que también representa una oportunidad única para observar de cerca a estas fascinantes aves.

Esta práctica, aparentemente inocente, parece que está generando cambios notables en la biología de algunas especies. Un estudio reciente sugiere que la alimentación suplementaria mediante comederos no favorece la expansión geográfica de ciertas poblaciones de colibríes, sino que también influye directamente en su morfología, específicamente en el tamaño y forma de sus picos.

La investigación, que se publicó en la revista Global Change Biology y fue liderada por Nicolas Alexandre —actualmente genetista en Colossal Biosciences, una firma biotecnológica con sede en Dallas—, documenta los cambios morfológicos acelerados en el colibrí de Anna (Calypte anna), atribuidos a la presencia creciente de comederos artificiales en zonas urbanas y suburbanas del oeste de los Estados Unidos.

Algunas acciones de los seresAlgunas acciones de los seres humanos puedan parecer insignificantes y benéficas, sin embargo, generan alteraciones al medio ambiente. - (Imagen Ilustrativa Infobae)

La investigación se desarrolló desde 2019 por un equipo compuesto por 16 científicos de 12 instituciones, con la cual se generó un modelo evolutivo que conecta la urbanización humana con transformaciones físicas en estas aves.

El equipo analizó datos de varias fuentes por ejemplo, registros del censo estadounidense para medir la expansión urbana, archivos periodísticos antiguos que documentaban la aparición y proliferación de comederos, el Conteo Navideño de Aves de la Sociedad Audubon para estimar la distribución poblacional de C. anna, y especímenes de museos que permitieron medir, en dos y tres dimensiones, los cambios en la forma y tamaño de los picos. También se consideraron variables como la introducción masiva de árboles de eucalipto en California —una fuente de néctar exógena que florece durante casi todo el año— como factor coadyuvante.

Los resultados concluyeron que los colibríes de Anna alargaron sus picos de forma considerable en regiones donde los comederos son abundantes, probablemente como adaptación para aprovechar de manera más eficiente estas fuentes de alimento de acceso continuo. Alexandre lo explica con una analogía en la publicación del estudio: “Imaginen un ramo de flores con corolas pequeñas, cuya forma limita cuánto néctar puede absorberse. En cambio, un comedero representa una fuente inagotable, accesible sin esfuerzo. Un pico más largo permite beber más rápido antes de que otro colibrí lo desplace”.

Curiosamente, en las zonas más frías hacia el norte de su distribución actual, donde la necesidad de conservar calor es mayor, se detectó una tendencia opuesta con picos más cortos y compactos, lo cual refuerza el hallazgo de que estas aves también utilizan sus picos como mecanismo de termorregulación. Gracias a las cámaras infrarrojas empleadas en el estudio se demostró que el pico actúa como superficie disipadora de calor y que, por ende, un pico más pequeño ayuda a retenerlo en climas fríos.

Además de estos cambios fisiológicos, los investigadores observaron que en áreas de alta densidad de comederos, los machos desarrollan picos más puntiagudos, una característica vinculada a comportamientos agresivos, lo que a su vez sugiere una presión selectiva ligada a la competencia territorial por el acceso a los comederos, donde las disputas entre individuos son frecuentes.

Este fenómeno de rápida transformación —ocurrido en apenas unas 10 generaciones de aves— se considera un ejemplo paradigmático de evolución acelerada. El autor principal del estudio sugiere que el colibrí de Anna podría considerarse una especie comensal, es decir, que se beneficia evolutivamente al convivir estrechamente con los seres humanos, sin perjudicarlos. Este concepto es común en especies como las palomas (Columba livia), que han prosperado en entornos urbanos durante siglos.

Este animal se considera unaEste animal se considera una especie comensal, ya que se beneficia de la urbanización y la expansión humana, sin representar una amenaza. - (Imagen Ilustrativa Infobae)

El colibrí de Anna (Calypte anna) es una especie de ave perteneciente a la familia Trochilidae, endémica de la costa oeste de América del Norte. Su nombre rinde homenaje a Anna Masséna, duquesa de Rivoli, una figura prominente de la nobleza europea del siglo XIX. Esta ave, de unos 10 a 11 centímetros de longitud, presenta un claro dimorfismo sexual, pues los machos lucen una corona y garganta iridiscentes de color rojo rosado, mientras que las hembras exhiben un plumaje más apagado, con tonos verdes y grises.

Originalmente restringido a áreas del sur de California y el norte de Baja California, el colibrí de Anna amplió su distribución en las últimas décadas. Actualmente puede encontrarse desde el sur de México hasta la Columbia Británica en Canadá, e incluso en estados del este de Estados Unidos, lo que sugiere una notable capacidad de adaptación a nuevas condiciones climáticas y ecológicas.

De acuerdo con National Geeographic, este colibrí se alimenta principalmente del néctar de flores, que extrae mediante una lengua larga y bifurcada, pero también incluye pequeños insectos en su dieta para cubrir sus necesidades proteicas. En condiciones adversas, como noches frías, puede entrar en un estado de torpor para reducir su gasto energético.

Según, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el colibrí de Anna está clasificado como especie de “preocupación menor”, gracias a su amplia distribución y poblaciones estables. No obstante, su caso ilustra cómo las actividades humanas, incluso aquellas bienintencionadas como alimentar aves silvestres, pueden desencadenar efectos evolutivos significativos.

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