A mediados de los años noventa, Leonardo DiCaprio todavía era considerado un joven prometedor con una carrera incipiente en el cine. Fue entonces cuando Robert De Niro, ya consolidado como uno de los grandes actores de su generación, reconoció su talento durante el rodaje de Vida de este chico (El enemigo) y decidió hablar de él con Martin Scorsese. “Robert De Niro me dijo: ‘Por cierto, estoy trabajando con este jovencito. Es muy bueno. Deberías trabajar con él algún día. Se llama DiCaprio‘”, recordaría más tarde el propio Scorsese. Esa recomendación se convirtió en la semilla de una de las asociaciones actor-director más prolíficas y celebradas del cine contemporáneo.

La voz de De Niro tuvo peso. No solo por ser un actor galardonado, sino por haber sido parte central de la filmografía de Scorsese durante décadas. Su aval sobre DiCaprio no era un elogio superficial, sino un verdadero acto de legitimación artística. En ese momento, DiCaprio ya había protagonizado películas como This Boy’s Life y La habitación de Marvin, pero el respaldo del actor de Toro Salvaje abrió otra dimensión en su trayectoria.
La recomendación de De Niro fue también un gesto de continuidad generacional dentro del universo narrativo de Scorsese, en donde los personajes al borde de la obsesión y la autodestrucción encuentran su expresión más intensa a través de las interpretaciones de sus actores fetiche.
La colaboración efectiva entre DiCaprio y Scorsese se concretó recién en 2003 con Gangs of New York. Desde entonces, se sucedieron proyectos como El aviador, Los infiltrados, La isla siniestra, El lobo de Wall Street y Los asesinos de la luna. Con cada uno de estos títulos, DiCaprio consolidó su lugar como heredero directo del tipo de actor que De Niro representó durante los años setenta y ochenta: comprometido, visceral, dispuesto a llevar al límite cada personaje.
Trabajar con Scorsese no fue solo una evolución profesional para DiCaprio. Fue, según ha expresado públicamente, una forma de reencontrarse con la emoción fundacional que sintió cuando descubrió Taxi Driver, una película que lo marcaría para siempre.
En una entrevista televisiva con Charlie Rose, DiCaprio confesó que vio Taxi Driver a los 15 años y que la experiencia lo dejó profundamente trastornado. “Recuerdo haberla visto a los 15 años y quedar fascinado con Travis Bickle porque me enganché con este personaje y sentí una empatía increíble hacia él. Lo entendía, entendía su soledad, y luego me engañó”, explicó el actor.
La película no solo lo impactó como espectador, sino que actuó como una suerte de despertar artístico. Lo que más lo afectó fue el quiebre interno de la narrativa: el momento en que su identificación con Bickle se ve traicionada por las acciones del personaje. “En el momento en que me engañó, pensé: ‘¿Quién es este tipo al que estoy viendo? ¿Quién es esta persona?’. Me identifiqué con él y lo acompañé en este viaje, y de repente, ‘esta no es la persona que creía que era’. Para mí, es realmente la mejor película independiente jamás realizada”, afirmó.

Martin Scorsese recordó, en esa misma conversación, cómo llegó a dirigir Taxi Driver. El guion, escrito por Paul Schrader, llegó a sus manos por recomendación de Brian De Palma. “Paul Schrader es extraordinario. Brian De Palma me dio el guion, me dijo: ‘Tienes que leer esto‘”, relató. Aquel consejo marcó el inicio de un proyecto que terminó consolidando no solo la carrera de Scorsese como cineasta, sino también su vínculo artístico con Robert De Niro.
La construcción del personaje de Travis Bickle, un veterano de guerra alienado en una ciudad de Nueva York plagada de violencia y decadencia moral, fue uno de los retratos psicológicos más crudos del cine de la época. Para De Niro, fue un papel transformador. Para Scorsese, una obra que desafiaba los códigos narrativos de Hollywood. Para DiCaprio, fue la primera vez que comprendió la potencia emocional del cine.
Estrenada en 1976, Taxi Driver fue la primera colaboración entre Scorsese y De Niro. Aunque recibió cuatro nominaciones al Oscar —incluyendo mejor película, mejor actor y mejor guion original— no obtuvo ninguna estatuilla. A pesar de eso, con el paso de las décadas, el filme se instaló como una de las piezas centrales del cine estadounidense del siglo XX.
Su legado es tal que actores de generaciones posteriores, como DiCaprio, lo consideran una obra fundacional. No solo por su estética, sino por su carga emocional, su ambigüedad moral y su forma de representar la violencia urbana como síntoma de una alienación más profunda. La figura de Travis Bickle, con su mohicano improvisado y su ya célebre “You talkin’ to me?”, trascendió la pantalla y se convirtió en ícono cultural.
El hecho de que DiCaprio haya sido afectado de tal manera por esta película cuando aún era adolescente explica, en parte, la intensidad con la que abordó sus trabajos con Scorsese. Cada colaboración entre ellos lleva consigo la sombra alargada de aquel primer impacto emocional. Y cada proyecto nuevo parece reafirmar el linaje artístico que De Niro, como figura puente, ayudó a establecer entre el director y su nuevo actor fetiche.