Las rutas más bonitas de los Pirineos para disfrutar en otoño: lagos glaciares, coloridos paisajes e increíbles cascadas

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Otoño en los Pirineos (AdobeOtoño en los Pirineos (Adobe Stock).

El otoño transforma los Pirineos aragoneses en un espectáculo sensorial único. Es en estos meses cuando los bosques se visten de tonos ocres, dorados y rojos intensos, y la luz clara de las mañanas se refleja sobre las primeras nieves de las cumbres. Con la bajada de las temperaturas, el aire se vuelve más limpio y el ambiente más sereno, invitando a los viajeros a adentrarse en parajes de belleza poco habitual. La estación, lejos de arrastrar la melancolía invernal, multiplica las ganas de explorar: los senderos se cubren de hojas crujientes y el silencio del valle solo se rompe con el murmullo del agua o el canto de algún ave.

Quienes buscan experiencias auténticas encuentran aquí su escenario perfecto. El senderismo, lejos de la masificación veraniega, se convierte en una actividad casi íntima y plenamente ligada al ritmo de la naturaleza. El Pirineo Aragonés se convierte así en una invitación abierta a descubrir lagos, cascadas, bosques y leyendas: a vivir el otoño con los cinco sentidos y las botas siempre preparadas.

Lago en el Circo glaciarLago en el Circo glaciar de Colomérs, en el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, Lleida.

La Ruta al Ibón de Anayet figura entre las más espectaculares del Pirineo Aragonés. Este trayecto, de dificultad moderada y unos diez kilómetros de longitud, asciende hasta uno de los ibones más bellos de la región. El lago, de origen glaciar, queda resguardado bajo el imponente Pico Anayet, conformando una estampa casi mágica. Su nombre proviene del aragonés “anayóns”, traducido como arándanos, en referencia a estos arbustos que crecen en las laderas cercanas y aportan matices de color al camino.

El recorrido comienza en el aparcamiento de los Corrales de las Tornadizas, cerca de Formigal, y avanza entre pastos y praderas alpinas. A lo largo de la marcha, pequeños arroyos y zonas de pastoreo recuerdan el uso ancestral de estos valles. Al alcanzar el ibón, el esfuerzo se ve recompensado con unas vistas espectaculares sobre el valle de Tena y, en días de cielo despejado, hacia el colosal Midi d’Ossau. El ibón invita a detenerse, llenarse de calma y contemplar el paisaje antes de iniciar el regreso por la misma senda.

Bosque de Gamueta (Adobe Stock).Bosque de Gamueta (Adobe Stock).

En el corazón del valle de Ansó emerge el Bosque de Gamueta, un hayedo-abetal tan bello como poco transitado. Este trayecto, de unos ocho kilómetros y dificultad sencilla, es una oportunidad perfecta para saborear el senderismo como actividad familiar o de iniciación. Otoño transforma el bosque en un escenario de cuento, donde los verdes, marrones y dorados se mezclan bajo la luz suave de la estación.

El itinerario parte desde el refugio de Linza y se dirige hacia el Paso del Salto de Caballo, atravesando prados naturales y siguiendo cursos de agua cristalina. El sendero circular, que regresa de nuevo al refugio, encierra una atmósfera de quietud y desconexión absoluta. El rumor de los arroyos, el frescor del aire y la sensación de aislamiento invitan a dejar atrás el estrés urbano y dejarse envolver por la naturaleza intacta.

Un desafiante recorrido circular de unos 55 kilómetros que atraviesa el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici. Conecta nueve refugios de alta montaña y permite explorar algunos de los paisajes más icónicos de los Pirineos catalanes. La ruta puede completarse en cinco o seis días y es ideal para quienes buscan una experiencia de senderismo de larga distancia. A lo largo del camino, se pueden admirar lagos de origen glaciar, crestas montañosas y bosques de pinos y abetos. Es una ruta exigente que requiere buena preparación física y experiencia en montaña, especialmente en condiciones climáticas cambiantes.

Ruta de senderismo de laRuta de senderismo de la cola de Caballo, en Huesca (Adobe Stock).

Hablar de otoño en los Pirineos es hablar del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, joya natural de Aragón. De las muchas rutas que surcan este territorio protegido, la que conduce a la Cola de Caballo es un clásico indiscutible para cualquier viajero. Con diecisiete kilómetros y dificultad moderada, este itinerario permitirá adentrarse en el valle de Ordesa, declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1997.

El sendero se inicia en la pradera de Ordesa y sigue el curso del río Arazas, saltando de cascada en cascada —como la del Estrecho o la de la Cueva— y atravesando densos bosques de hayas y abetos. A ambos lados del camino, los acantilados de roca caliza se alzan imponentes, creando una escenografía de gran belleza. La llegada a la Cola de Caballo, una imponente cascada, supone el broche de oro a una jornada exigente, pero perfectamente asumible para senderistas preparados. La longitud del recorrido requiere planificación, pero el desnivel es progresivo y el estado del sendero permite disfrutarlo en familia.

Entre lagos y leyendas, la Ruta al Ibón de Plan —también llamado Basa de la Mora— tiene un atractivo casi místico. Esta excursión de dificultad moderada y unas tres o cuatro horas de duración recorre unos nueve kilómetros por el Valle de Gistaín. El camino empieza en el refugio de Lavasar, desde donde parte una senda tranquila, sombreada y apta para cualquier edad.

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Después de este paseo agradable, el ibón aparece como un espejo natural, reflejando cumbres y bosques con una quietud hipnótica. El lugar es famoso por la leyenda aragonesa que lo envuelve y por la paz absoluta que se respira junto a sus orillas. Es habitual sentarse a tomar un tentempié, respirar el ambiente puro y dejar volar la imaginación antes de desandar la ruta hasta el punto inicial. Aquí, como en cada rincón otoñal del Pirineo, el senderismo se convierte en una celebración de la naturaleza y los sentidos.

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