La región Caribe necesita liderazgo empresarial con conciencia ambiental

hace 1 semana 7

En su edición 2025, la encuesta PwC Caribbean CEO reveló un dato que puede leerse con optimismo cauteloso: El 42% de los ejecutivos caribeños ya vinculan su remuneración ejecutiva con las métricas de Medioambiente, Sociedad y Gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés).

Aunque es un paso alentador, el mismo estudio indica que los propios líderes reconocen que ESG sigue siendo el área que demanda mayor supervisión y, paradójicamente, aquella sobre la que menos dominio tienen.

Este contraste, aunque comprensible, no puede ignorarse. El Caribe figura entre las regiones más vulnerables ante la creciente crisis climática, por lo que, en la medida de lo posible, las empresas privadas deberían comenzar a priorizar estas prácticas en sus operaciones diarias y visiones a futuro. Después de todo, cuando todos sumamos nuestro granito de arena, el impacto colectivo puede mover montañas.

Más allá de las postales de playas idílicas y aguas turquesa que venden los folletos turísticos, las islas caribeñas son el rostro de la crisis climática global.

Según un reciente informe de World Weather Attribution (WWA), Climate Central y el Centro del Clima de la Cruz Roja, la región registra más días de calor extremo que ninguna otra zona del mundo.

En 2024, las típicas rachas de calor intenso que se experimentaban por 15 o 20 días en islas como Puerto Rico, Barbados y las Bahamas, se dispararon a temporadas de entre 30 y 50 días. De los 14 territorios que atravesaron más jornadas de altas temperaturas entre mayo de 2024 y mayo de 2025, 13 fueron islas ubicadas en el Caribe.

Teniendo esto en cuenta, no sorprende que la región sea considerada el “epicentro” de la emergencia climática global por las Naciones Unidas. Su ubicación expuesta, su aislamiento logístico y su alta dependencia del turismo y la agricultura lo convierten en un territorio especialmente vulnerable.

En Haití, donde más de la mitad de la población trabaja en el sector agrícola, las temperaturas extremas, las sequías y las inundaciones reducen la disponibilidad de agua, amenazando cultivos y ganado.

En la isla de la Unión en San Vicente y las Granadinas, el huracán Beryl destruyó el 90% de las viviendas el año pasado. Y en el sector turístico, un estudio reciente estima que la pérdida de playas por el aumento del nivel del mar podría reducir los ingresos turísticos hasta en un 47% hacia 2100.

Ante este contexto, hablar de ESG, deja de ser una tendencia corporativa o un ejercicio de marketing para convertirse en una necesidad estratégica.

Pero también hay que estar alerta al greenwashing: ese disfraz ecológico sin acciones concretas detrás. No basta con informes bien escritos ni campañas bonitas si no se traducen en resultados tangibles.

La buena noticia es que ya hay empresas realmente comprometidas con cambios profundos y efectivos. Y si bien ningún esfuerzo aislado puede revertir por sí solo los efectos del cambio climático, estos ejemplos nos recuerdan que sí es posible marcar una diferencia.

A través de políticas ESG bien aplicadas, el sector privado tiene la capacidad de reducir los efectos climáticos y construir resiliencia donde más se necesita.

Un ejemplo claro de este compromiso es la GraceKennedy Foundation, brazo filantrópico del GraceKennedy Group, que colabora con Clean Harbours Jamaica y The Ocean Cleanup para limpiar el puerto de Kingston. Tras cada lluvia intensa, las aguas del puerto se ven invadidas por botellas plásticas y residuos arrastrados desde los drenajes urbanos. Su trabajo conjunto busca detener esa marea de basura antes de que llegue al mar, protegiendo el ecosistema marino.

En la República Dominicana, la empresa DOCALSA, también ha integrado buenas prácticas ambientales en sus operaciones. Con paneles solares, programas sociales en comunidades como Pomier y Naranjo Dulce, y la modernización de sus hornos con tecnología Flex Reversy, ha logrado reducir en más de 50% su consumo energético y disminuir en 90% las emisiones de partículas. Además, sus niveles de gases están por debajo del 15% del límite legal, reflejando un impacto ambiental positivo y tangible en su entorno.

Asimismo, en Guyana, la empresa First Bauxite ha demostrado que la minería responsable también puede ser una herramienta de desarrollo comunitario. En las zonas donde opera, ha construido escuelas, instalado redes de agua potable y electrificación doméstica, y facilitado acceso a internet en comunidades remotas. Además, apoya programas de salud y entrega becas educativas, fortaleciendo el tejido social a largo plazo. Este enfoque integral demuestra que una operación minera puede ir más allá de la extracción: puede ser también una plataforma para elevar la calidad de vida en su entorno

Lo interesante es que este tipo de iniciativas no solo benefician al entorno. También traen ventajas concretas para las empresas mismas con un mayor acceso a financiamiento verde, mejoras en la eficiencia operativa, reputaciones corporativas más fuertes y una mayor resiliencia frente a shocks económicos o climáticos.

En definitiva, el Caribe, necesita toda la ayuda posible para hacer frente a la emergencia medioambiental. Las soluciones no llegarán solo desde los organismos multilaterales o gobiernos, pero también desde las juntas directivas del sector privado, como hemos visto con los casos de GraceKennedy Group, DOCALSA o First Bauxite. En esta carrera contra el reloj, cada acción cuenta y adoptar buenas prácticas de ESG es esencial para contribuir al bienestar del planeta.

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