
Once cuerpos. Once hábitos. Once silencios que la historia no logra desenterrar. El 1 de agosto de 1943, La Gestapo, la policía secreta del régimen nazi, condujo a once mujeres hasta un bosque cercano a Nowogródek, una pequeña localidad polaca —hoy parte de Bielorrusia— que había sido escenario de exterminios masivos.
Ese día, las religiosas de la Congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, vestidas con sus túnicas grises y la cruz al pecho, fueron ejecutadas sin juicio, sin acusación formal y sin testigos vivos que hayan presenciado su último instante. Ochenta años después, el hecho sigue sin estar por completo esclarecido.
Según reseña The National Catholic Register, la historia se remonta al 4 de septiembre de 1929, cuando las dos primeras hermanas de la orden se instalaron en un convento de Nowogródek. En septiembre de 1939, las fuerzas de la Unión Soviética ocuparon la ciudad, lo que obligó a las monjas a abandonar el convento y trasladarse a las casas de los feligreses.
En 1941, las tropas nazis desplazaron a los soviéticos y solicitaron a las religiosas que regresaran al convento. En ese momento, aproximadamente la mitad de la población local era judía. Los nazis iniciaron entonces una campaña de exterminio. Según la BBC, la primera masacre ocurrió en diciembre de 1941, cuando fueron asesinadas 5.100 personas de la comunidad judía.
El único sacerdote católico que residía en Nowogródek en ese entonces era Alexander Zienkiewicz. La congregación contaba con doce monjas. La mayor era Mary Stella, de 55 años; la más joven, Mary Boromea, tenía 27.

En 1943, la Gestapo arrestó a 180 personas con el objetivo de desarticular la resistencia local. El padre Zienkiewicz documentó la reacción de la hermana Stella tras conocer la noticia. “Con su sencillez característica, dijo: ‘Oh Dios, si es necesario el sacrificio de la vida, acéptalo de nosotras que estamos libres de obligaciones familiares y perdona a los que tienen esposa e hijos a su cargo. Incluso estamos orando por esto’”, escribió.
Esta oración de sacrificio voluntario se convertiría en profética. Una semana después, las monjas fueron citadas en la comisaría.
El 31 de julio de 1943, once de las doce hermanas acudieron a la sede de la Gestapo. La Hermana Stella pidió a la Hermana Małgorzata que se quedara, decisión que le salvaría la vida. Esta religiosa logró esconderse en una iglesia local y sobrevivió, permaneciendo como catequista hasta la década de 1990.
En la sede nazi, las once monjas fueron sometidas a interrogatorios brutales durante toda la noche del sábado. Al amanecer del domingo 1 de agosto, fueron conducidas aproximadamente 10 kilómetros fuera de la ciudad hasta un bosque de pinos, donde las esperaba una fosa común. Cada una fue ejecutada de un disparo y cayó en la fosa donde fueron enterradas.
Al día siguiente, el padre Zienkiewicz celebró misa y notó la ausencia de las monjas en sus lugares habituales. Sintió una “sensación de duelo”. Mientras se preparaba para confesar, recibió la noticia de que las religiosas habían sido asesinadas esa misma mañana.

El motivo del crimen nunca quedó claro. Zienkiewicz escuchó rumores que atribuían la masacre a un error de identidad. La Gestapo habría querido ejecutar a miembros de otra congregación, sospechosos de colaborar con la guerrilla soviética.
En ese contexto, el sacerdote optó por esconderse. En marzo de 1945, una vez derrotados los nazis, Zienkiewicz regresó y encabezó la exhumación de los cuerpos de las religiosas. Durante este proceso se descubrió que, al ser ejecutadas, los cuerpos habían caído uno sobre otro en la fosa común. El hallazgo reveló que el hábito de una de las hermanas había quedado empapado en la sangre de sus compañeras.
El sacrificio de las monjas de Nowogródek no pasó desapercibido para la Iglesia Católica. El 5 de marzo de 2000, el Papa Juan Pablo II, el polaco Karol Wojtyla, beatificó a las once religiosas en el primer paso hacia su canonización.
En la ceremonia de beatificación, el Santo Padre declaró: “Juntas y unánimemente ofrecieron sus vidas a Dios, pidiendo a cambio que se perdonaran las vidas de las madres y padres de familia y la del pastor local. El Señor aceptó graciosamente su sacrificio y, creemos, las recompensó abundantemente en su gloria".
El reconocimiento papal buscó mantener vigente el recuerdo de las llamadas mártires de Nowogródek, cuyo mensaje de amor al prójimo trasciende las circunstancias específicas de su muerte. El proceso de beatificación del padre Zienkiewicz, quien fue instrumental en promover la causa de las hermanas, comenzó en 2010.