La inestabilidad emocional de uno de los miembros de la pareja provoca desgaste y ansiedad en el otro, según una psicóloga

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La silueta de una pareja.La silueta de una pareja. (Adobe Stock)

La convivencia con una persona emocionalmente inestable puede generar un desgaste profundo tanto en el cuerpo como en la mente, según advierte la psicóloga italiana Anna María Sepe, fundadora del portal Psicoadvisor y autora de Deja que suceda la felicidad – Lecciones de educación emocional para vivir y vivir mejor. La especialista sostiene que la inestabilidad emocional no siempre responde a un diagnóstico clínico, sino que suele manifestarse como una dificultad para mantener la continuidad afectiva y la cercanía sin experimentar amenaza, lo que provoca en quienes la rodean una constante incertidumbre sobre el estado de la relación.

Lejos de proponer etiquetas o diagnósticos, Sepe identifica cinco comportamientos recurrentes que caracterizan a las personas que se relacionan de forma inestable. Estos patrones, según explica en su página web, no necesariamente surgen de la malicia, sino que suelen estar vinculados a heridas emocionales del pasado. Reconocerlos resulta fundamental para comprender las reacciones ante estas dinámicas y para establecer límites saludables sin confundir el amor con la inestabilidad emocional.

Uno de los rasgos más característicos es la alternancia entre la idealización y la devaluación. La persona inestable puede, en ciertos momentos, hacer sentir al otro como alguien único e indispensable, pero basta un pequeño detalle para que esa percepción cambie de forma abrupta y surjan críticas, desapego o frialdad. Según Sepe, esta tendencia refleja una incapacidad para integrar al otro en una visión compleja y estable, lo que lleva a percibirlo como “todo bueno” o “todo malo”, sin matices. Este patrón suele tener su origen en experiencias infantiles marcadas por la inconsistencia de los cuidadores, lo que genera una percepción fragmentada en el niño. En el plano relacional, quienes conviven con estas oscilaciones viven en un estado de alerta permanente, intentando anticipar los cambios y sintiéndose responsables de las variaciones emocionales del otro, lo que incrementa la inseguridad y reduce la espontaneidad.

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La inconsistencia entre palabras y acciones es un rasgo común entre las personas inestables. Suelen prometer grandes proyectos y compromisos, pero al momento de concretarlos, tienden a retirarse, olvidar o posponer. Sepe explica que esta discrepancia surge de la dificultad para tolerar la frustración y la constancia que requieren los vínculos. Mientras que planificar y prometer genera gratificación inmediata, sostener los compromisos exige disciplina y la capacidad de gestionar emociones menos intensas, como el aburrimiento o la espera. Para la pareja o el entorno, esto implica transitar entre la esperanza y la decepción, cargando con la responsabilidad de mantener la continuidad de la relación y enfrentando una brecha creciente entre expectativas y realidad.

El conflicto como mecanismo de regulación emocional es una tercera dinámica frecuente. En estos casos, los desacuerdos menores se transforman en discusiones intensas y desproporcionadas, seguidas de una reconciliación igualmente intensa. Según Sepe, esta conducta revela una dificultad para tolerar la calma y la estabilidad, que pueden percibirse como vacías o amenazantes. La intensidad emocional, aunque dolorosa, se convierte en una forma de confirmar la existencia del vínculo. En el plano relacional, esto puede llevar a confundir tensión con pasión y a valorar la relación en función de la duración de las reconciliaciones, lo que agota los recursos emocionales y dificulta la construcción de una base estable.

La tendencia a externalizar la responsabilidad es otro rasgo característico. La persona inestable suele atribuir la causa de su comportamiento a factores externos, con frases como “Me enfado porque me provocas” o “No es culpa mía, sino de las circunstancias”, según apunta la psicóloga. Este mecanismo defensivo busca evitar el dolor que implica asumir la propia fragilidad o culpa, pero impide el crecimiento personal y la corrección de patrones disfuncionales. Para quienes conviven con esta dinámica, el resultado es un clima de acusación constante, que lleva a la autocensura y a la renuncia a expresar necesidades auténticas, generando un desequilibrio en la relación.

La persona inestable puede alternar entre exigir una intimidad total y retirarse de manera abrupta, sin transiciones graduales. Sepe señala que este patrón suele desarrollarse en quienes, durante la infancia, experimentaron invasión o abandono respecto a sus límites personales. En la vida adulta, esto se traduce en una oscilación entre la fusión y el desapego como formas de protección ante la angustia. Para la pareja, la experiencia es de precariedad: la cercanía excesiva resulta invasiva, mientras que la distancia genera sensación de abandono, dificultando la construcción de un vínculo basado en la confianza.

Atribuir la inestabilidad a un defecto moral resulta, en palabras de Sepe, una simplificación injusta. En la mayoría de los casos, se trata de la repetición inconsciente de aprendizajes tempranos que dificultaron el desarrollo de un sentido estable de sí mismo y de los demás. “La persona inestable no ‘elige’ oscilar: repite inconscientemente lo que ha aprendido. Esto no significa justificar el daño que causa, sino entenderlo para no confundirlo con mala voluntad. La conciencia, si va acompañada de responsabilidad, puede allanar el camino para un cambio real”, afirma la psicóloga en uno de los artículos de su web.

El impacto de la inestabilidad no se limita al plano emocional. El cuerpo reacciona de inmediato ante la inconsistencia, ya que el sistema nervioso, diseñado para anticipar lo que sucede, se ve sobrecargado por señales contradictorias. Sepe advierte que “esta inconsistencia desencadena una respuesta de alerta constante. Luego experimenta ansiedad, insomnio, mente confundida, dificultad para concentrarse. No es una cuestión de ‘debilidad’: es el cuerpo el que señala la dificultad de vivir sin continuidad”.

Protegerse de la inestabilidad no implica aislarse, sino establecer límites claros y distinguir entre oscilaciones episódicas e inestabilidad crónica. En el primer caso, la persona reconoce y corrige su comportamiento; en el segundo, el ciclo se repite sin reparación. Aprender a pedir coherencia y a respetar los propios tiempos permite construir vínculos basados en la estabilidad. Sepe subraya que muchas personas permanecen en relaciones inestables con la esperanza de que el otro cambie, pero advierte que “tu felicidad no puede depender de la estabilidad de otra persona. No puede permanecer suspendido esperando que el otro se convierta en lo que quieres”.

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