
La Ciudad de Buenos Aires, con su rica historia religiosa y arquitectónica, alberga numerosos templos católicos que reflejan la influencia de la Iglesia en la vida urbana desde la época colonial hasta el presente. Sin embargo, no todos estos proyectos llegaron a completarse según sus planes originales. Algunos, como el templo parroquial de la Santísima Trinidad, el templo de la Consolata, la iglesia escondida de Barracas y el derrotero de Nuestra Señora de Caacupé, son ejemplos destacados de construcciones que, por diversas razones —económicas, políticas o sociales—, quedaron inconclusas o sufrieron transformaciones que alteraron sus propósitos iniciales.
La catedral de Buenos Aires: Plaza de Mayo, barrio de San Nicolás. El edificio tuvo un proceso constructivo que abarcó siglos (desde fines del siglo XVI hasta el siglo XX) y múltiples diseños que no se ejecutaron plenamente como se proyectaron. El diseño definitivo, con su fachada neoclásica de doce columnas corintias, fue obra de Próspero Catelin en 1822, pero el proyecto original contemplaba elementos que no se concretaron, como una mayor ornamentación y una torre a su costado, el cual hoy en lo que sería la base de la torre lo ocupa un nicho con la imagen de Nuestra Señora de la Rábida. Además, la cúpula proyectada por Antonio Masella en el siglo XVIII no alcanzó la monumentalidad inicialmente planead, y el interior es una mezcla de estilos debido a las interrupciones, cambios de planes y, muchas veces, falta de presupuesto.

El Templo Parroquial de la Santísima Trinidad: ubicado en el barrio de Saavedra, es uno de los ejemplos más claros de una obra católica inconclusa en Buenos Aires. Su historia comienza en 1919, cuando la parroquia se estableció provisionalmente en una casa en la calle Núñez 3543, adaptada como capilla. En 1924, se adquirió el terreno actual y, en 1925, se colocó la primera piedra de lo que se proyectaba como un gran templo con torre y pináculo, inspirado en la devoción a la Santísima Trinidad y la tradición de la orden trinitaria, fundada por San Juan de Mata y San Félix de Valois para rescatar cautivos. El proyecto avanzó lentamente. Para 1929, se había concluido la cripta, un espacio subterráneo que hoy funciona como el área principal para las misas, con un altar decorado con un cuadro de la Santísima Trinidad y ornamentos en mármol y bronce. Sin embargo, la estructura superior, que incluía la iglesia elevada con su característica torre, nunca se construyó. Las razones de esta interrupción parecen estar ligadas a la falta de fondos y al cambio de prioridades en la comunidad parroquial. La cripta, inaugurada oficialmente el 25 de mayo de 1929, se convirtió en el corazón de la parroquia, pero el sueño del templo completo quedó trunco. Este caso ilustra cómo las ambiciones arquitectónicas a veces chocan con las realidades económicas y logísticas, y dejan un legado de intenciones más que de concreciones. Se pueden observar el ábside de estilo gótico y algunas paredes inconclusas.

Templo de la Consolata: Situado en el barrio Mitre, es otro caso intrigante. Este proyecto está vinculado a la congregación de los Misioneros de la Consolata, fundada en Italia por el beato José Allamano en 1901, con una misión enfocada en la evangelización y la caridad. En Buenos Aires, la congregación llegó en el siglo XX y planeó erigir un templo que reflejara su espiritualidad y sirviera como centro misional. Sin embargo, las obras nunca se completaron según el diseño original.
El edificio actual es funcional, pero carece de los elementos que suelen caracterizar a los grandes templos católicos, como una fachada imponente, una torre destacada o una cúpula prominente. Los registros históricos sugieren que el proyecto enfrentó dificultades financieras y, posiblemente, cambios en las prioridades de la congregación, que optó por centrarse en actividades misioneras fuera de la ciudad en lugar de finalizar una obra monumental en Buenos Aires. Aunque el templo opera como parroquia y espacio comunitario, su estado “inconcluso” se percibe en su simplicidad estructural, que contrasta con las expectativas de un santuario dedicado a la Virgen de la Consolata, conocida por su devoción en Turín, Italia. Este caso evidencia cómo las congregaciones extranjeras a veces adaptaron sus planes a las circunstancias locales y descartaron proyectos ambiciosos a medio camino.

“La iglesia escondida”: En el barrio de Barracas, existe un caso peculiar que mezcla historia, abandono y misterio. A finales del siglo XIX, muchas congregaciones religiosas migraron desde Francia hacia Buenos Aires. Entre ellos los padres Lourdistas, a los que la familia Guerrero les donó las tierras lindantes con la iglesia de Santa Felicitas (construida en el lugar del asesinato de su malograda hija). El templo iba a ser una capilla interna para los sacerdotes. Se construyó entre 1893 y 1901, con dinero de los Guerrero y con un préstamo bancario. Y, como la gruta, es una copia exacta en escala del santuario de Lourdes de Francia. Cuenta con 28 vitrales de gran valor patrimonial realizados por el francés Gustave Pierre Dagrant, el mismo que hizo los vitrales de la basílica de Luján. Cuenta la leyenda que el padre Alejo Rouseaud, a cargo del lugar, era quien había firmado el préstamo del banco. Para saldar las cuotas, le daba el dinero a un empleado para que fuese a pagar regularmente, pero el empleado se quedaba con el dinero y le entregaba al sacerdote un recibo falso. Cuando se descubrió la estafa, todo este edificio entró en remate y el padre Rouseaud se suicidó, dicen que en el mismo templo por el que había solicitado el préstamo. Por tanto y al haber un suicidio de un sacerdote en un lugar que iba a ser sagrado, nunca se pudo erigir como tal y quedó sin consagrar.
Esa es la leyenda, la verdadera historia es más sencilla: carencia de fondos y cambios de titularidad del edificio. Los padres Lourdistas dejaron el lugar a las “Damas de San Vicente de Paul” que le entregaron el colegio a la administración de varias congregaciones a través del tiempo: a los padres de la misión de San Vicente de Paul, a las Hermanas de Jesús María y la de los Santos Ángeles Custodios. Más allá de la leyenda, el espacio del templo nunca se utilizó como tal.

La Parroquia Santuario de Nuestra Señora de Caacupé: emplazada en el barrio porteño de Caballito, es un relato de transformaciones y proyectos truncos que reflejan las vicisitudes urbanas de Buenos Aires. En el siglo XIX, el terreno donde se alza el templo era una quinta perteneciente a la familia británica Wanklin, que luego pasó a manos de Julio Argentino Roca durante su presidencia. En 1882, las religiosas de la Santa Unión de los Sagrados Corazones adquirieron la propiedad y construyeron una escuela y una capilla, bendecida en 1885. En 1908, esta capilla fue reemplazada por una iglesia diseñada por el arquitecto noruego Alejandro Christophersen, un edificio más ambicioso que reflejaba el crecimiento de la comunidad.
Sin embargo, en 1930, el gobierno de Agustín P. Justo aprobó un plan para instalar la Municipalidad de Buenos Aires en ese terreno, considerado el centro geográfico de la ciudad. La expropiación, concretada en 1939, dejó el templo abandonado tras la última misa celebrada por Monseñor Rocca. Durante décadas, el edificio tuvo usos insólitos: garaje, depósito y hasta se ubicaron los consultorios externos de la ex municipalidad de Buenos Aires (de chico, quien esta línea escribe, concurrió a esos consultorios y llamaba la atención un techo tan alto y lleno de ángeles y cruces, lo que demostraba, sin duda alguna, que había sido una iglesia) por tanto, quedó en ruinas, con palomas anidando en su interior. En 1983, el Municipio cedió el templo a la arquidiócesis de Buenos Aires y en 1984 se iniciaron trabajos de restauración, culminando con la llegada de la imagen de Nuestra Señora de Caacupé desde Paraguay. Aunque hoy es un santuario activo, el proyecto original de Christophersen no se completó plenamente: la estructura restaurada es una versión adaptada, no el templo monumental inicialmente concebido. Este “derrotero” refleja cómo los planes eclesiásticos pueden quedar a medio camino por decisiones políticas y urbanísticas. Lo extraño es que el santuario no posee su frente a la Av. Rivadavia, sino el ábside del mismo. Esto es porque era la capilla del colegio, que daba su frente al patio del colegio adyacente y nunca fue pensado como un lugar de concurrencia masiva y pública, sino que era para el servicio interno de la escuela.

Los templos católicos sin concluir en Buenos Aires, como la Santísima Trinidad, la Consolata, la iglesia escondida de Barracas, Nuestra Señora de Caacupé y otros casos, son testigos de la compleja interacción entre fe, arquitectura y contexto histórico. Algunos quedaron a medio construir por falta de recursos, otros fueron abandonados por decisiones políticas, y otros más se transformaron para adaptarse a nuevas realidades. Estos sitios, aunque incompletos, no son meras ruinas: muchos siguen siendo espacios de culto y memoria, revelando la resiliencia de las comunidades religiosas frente a las adversidades. En una ciudad que combina lo colonial con lo moderno, estos templos inconclusos son un recordatorio de que la historia, como la fe, a veces avanza en fragmentos.