Todas las discusiones sobre el programa económico del gobierno de Milei parecen reducirse al valor del dólar, considerado subvaluado. Como prueba de esa afirmación se recurre a señalar las filas de automóviles argentinos que se trasladan a Chile para hacer compras trayendo productos informáticos, electrodomésticos y textiles. Ninguno señala que Chile importa esos productos con aranceles reducidos en comparación a los aplicados en el país, lo que explicaría el menor valor en ese mercado y justificaría las compras en ese país. Otros sostienen que la recurrir a la sobrevaluación de la moneda es una estrategia utilizada en el pasado para reducir la inflación que termina con una drástica devaluación para contener la salida de dólares.
Las distintas opiniones recomiendan la intervención de las autoridades para acelerar la pérdida de valor del peso con el propósito de generar un nuevo equilibrio que desaliente el atesoramiento en moneda extranjera. Una cotización competitiva favorecería el ingreso de dólares, reduciría las importaciones, impulsaría las exportaciones y los argentinos elegirían pasar sus vacaciones en el país en vez de malversar las divisas en el extranjero. La devaluación favorecería esa estabilidad añorada por la mayoría de los economistas.
La recomendación pareciera de aplicación sencilla. Más aún, la Argentina tiene una larga experiencia en recurrir a esa receta con resultados no siempre satisfactorios porque al cabo de un tiempo se vuelven a plantear los mismos problemas generando otra vez el clamor de los expertos por otro ajuste del valor del peso. En realidad, las recetas devaluatorias han tenido poco éxito, pero sí han servido para aumentar el escepticismo logrando que los argentinos no tengan dudas de desechar el peso y volcarse a la acumulación de otras monedas incluso aquéllas de países vecinos donde esas discusiones pertenecen a épocas pretéritas. Pocas dudas quedan que tarde o temprano los que apuestan al dólar ganan.
Las recomendaciones de devaluar siempre son incompletas. Nunca presentan todo el panorama para evaluar sus consecuencias. El menor valor del peso implica una caída de los ingresos porque lleva a un ajuste de los precios no solo por el aumento de los productos importados y exportados sino también por las expectativas en futuros ajustes. No sólo encarece los bienes importados de consumo sino también aquellos intermedios o de capital utilizados en la producción local. Cuando todos claman por una recuperación del consumo, la fórmula apunta a buscar una recesión para equilibrar las cuentas externas.
Tampoco está garantizado o es falsa la premisa de un posible aumento de las exportaciones. La estructura de las exportaciones ha permanecido inalterable en las últimas décadas; no hubo un aumento en las cantidades ni tampoco la aparición de nuevos sectores como consecuencia de un cambio en la estructura productiva. La modificación solo puede provenir de inversiones para el desarrollo de nuevas áreas como se está produciendo ahora en petróleo, minería, gas, petroquímica y siderurgia que necesitan de bienes importados que por su complejidad no son producidos localmente.
La devaluación apunta también contra un aspecto central de la política oficial. El mayor precio del dólar implica más pesos del presupuesto para el pago de la deuda externa y sus intereses por la falta de refinanciación internacional. Estos pesos solo pueden provenir en un ajuste de otras partidas si se mantuviera la premisa del equilibrio fiscal como ancla del objetivo de restaurar la confianza perdida ya hace muchos años. No solo para obtener la refinanciación de la deuda o atraer capitales para inversión sino también para lograr que los argentinos mantengan sus ahorros en el país en vez de llevarlos a otros lares para evitar su confiscación.
Las expectativas constituyen una piedra angular en las decisiones de los agentes económicos. Cuando la evaluación basada en experiencias pasadas asegura que constituye una ilusión las posibilidades de que el peso mantenga su valor se abre como única alternativa “atesorar en moneda extranjera”. Más aún cuando se le brinda la posibilidad de adquirirlo sin restricciones sabiendo que en la Argentina todo es transitorio y que todo volverá a ser como antes. La memoria juega un papel fundamental en la construcción de las decisiones y esto explicaría las razones que llevan a desprenderse de los pesos. Esa falta de confianza minada con el repiqueteo de los mensajes de los devaluadores compulsivos se suma a los intentos de dinamitar la premisa de “gastar con lo nuestro”.
El economista Daron Acemuglu, conocido por sus estudios sobre la importancia de las instituciones, sostuvo hace tiempo en un reportaje que “Los procesos dependen de la confianza y el éxito de ellos depende de la confianza. Este es el talón de Aquiles de la existencia de cualquier país en el pasillo estrecho”. El Presidente Milei suele repetir que la economía es la ciencia de la distribución de bienes escasos. Como la confianza pareciera pertenecer a esa categoría, quizás sería necesario con sus conocimientos que le dedicara más tiempo y paciencia para aumentar su disponibilidad en este mercado.