
A lo largo de su historia, Estados Unidos ha sido escenario de algunos de los terremotos más devastadores del planeta, eventos que han marcado a ciudades enteras y redefinido los métodos de protección civil.
Desde la costa de California hasta las regiones alejadas de Alaska, los movimientos sísmicos han dejado un rastro de daños materiales y pérdidas humanas, así como lecciones para la ciencia y la sociedad. La actividad sísmica en el país es consecuencia de su ubicación sobre diversos sistemas de fallas geológicas, entre ellas la famosa falla de San Andrés.
Los registros históricos y datos recopilados por el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) muestran que los terremotos de gran magnitud no solo han impactado a la infraestructura, sino también a la forma en que las comunidades se preparan y responden ante estos desastres naturales.

El 18 de abril de 1906, un terremoto de magnitud 7,9 sacudió San Francisco y áreas circundantes. Este evento es considerado uno de los desastres naturales más destructivos en la historia estadounidense.
El sismo destruyó más de 28 mil edificios y provocó incendios incontrolables. Se calcula que murieron alrededor de 3.000 personas y casi 250 mil quedaron sin hogar, lo que representó la mitad de la población de la ciudad.
Según informes históricos del USGS: “el terremoto de 1906 generó una ruptura de aproximadamente 480 kilómetros a lo largo de la falla de San Andrés, alterando el paisaje de California para siempre.” La catástrofe motivó cambios sustanciales en la ingeniería civil y en los códigos de construcción urbanos.

Conocido como el Gran Terremoto de Alaska o el Terremoto del Viernes Santo, ocurrido el 27 de marzo de 1964, este sismo alcanzó una magnitud de 9,2, la mayor registrada en la historia de Estados Unidos y la segunda más potente a nivel mundial.
El evento duró cerca de cuatro minutos y ocasionó tsunamis que azotaron la costa, dañando infraestructuras a más de 1.000 kilómetros del epicentro. Más de 130 personas murieron a causa del terremoto y el posterior tsunami.
El sismólogo George Plafker, citado por Smithsonian Magazine, subrayó que “este terremoto transformó la geología costera de Alaska y elucidó efectos cruciales sobre el comportamiento de las placas tectónicas.”
El 17 de octubre de 1989, el área de la Bahía de San Francisco fue sacudida por un sismo de magnitud 6,9. Este evento es recordado por haber coincidido con la Serie Mundial de béisbol. El temblor causó el colapso de vías, puentes y la interrupción de transmisiones en directo, provocando 63 muertes y más de 3.700 heridos.

La FEMA, citada en medios estadounidenses, señaló que “el terremoto de Loma Prieta demostró la importancia de los protocolos de emergencia y la respuesta comunitaria en contextos urbanos densamente poblados.” La catástrofe aceleró la implementación de nuevas normas de seguridad en infraestructuras críticas.
El 17 de enero de 1994, a primera hora de la mañana, la zona del Valle de San Fernando en Los Ángeles fue el epicentro de un sismo de magnitud 6,7. El terremoto provocó daños en autopistas, hospitales y viviendas, además de causar incendios por rupturas en tuberías de gas. El saldo fue de 57 víctimas mortales y daños valorados en 40.000 millones de dólares.
El USGS detalló que “el terremoto de Northridge expuso la vulnerabilidad de estructuras modernas frente a eventos sísmicos súbitos y sirvió de catalizador para la investigación sísmica aplicada en zonas urbanas.”
Estados Unidos se encuentra en una de las zonas de mayor actividad tectónica del planeta, especialmente en la costa oeste. Los estados de California, Alaska y Washington están ubicados sobre grandes sistemas de fallas geológicas, como la falla de San Andrés y la falla de Cascadia. Estas regiones han implementado importantes iniciativas de monitoreo y educación preventiva.
Las autoridades estadounidenses, junto con instituciones académicas, destacan la necesidad de continuar invirtiendo en tecnología de detección e infraestructura resiliente. Simulacros periódicos y sistemas de alerta temprana, como ShakeAlert, buscan reducir el impacto potencial de futuros sismos.