Estados Unidos y China vuelven a enfrentarse en un feroz conflicto comercial

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El secretario del Tesoro deEl secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, reunido con el viceprimer Ministro chino, He Lifeng, en Ginebra, el pasado 10 de mayo (KEYSTONE/EDA/Martial Trezzini/vía REUTERS)

Una de las sorpresas del año ha sido la poca cantidad de países que decidieron tomar represalias contra los aranceles de Donald Trump con impuestos propios. La mayoría supuso que era mejor apaciguar al presidente que arriesgarse a una costosa confrontación. China ha sido la excepción. Respondió a las amenazas de Trump con un ojo por ojo hasta que ambas partes alcanzaron una tregua de último minuto en primavera.

Esa paz se ha roto. El 9 de octubre, China implementó un nuevo conjunto de controles a la exportación de tierras raras, minerales necesarios para la fabricación de la mayoría de los productos electrónicos, tanto de consumo como militares. Al día siguiente, Trump respondió anunciando un arancel adicional del 100% a China y controles a la exportación de “todo software crítico”.

Las bolsas se desplomaron al conocerse la noticia de las represalias. El índice de referencia S&P 500, compuesto por grandes empresas estadounidenses, cayó casi un 3%, interrumpiendo un repunte de meses impulsado por el entusiasmo por la inteligencia artificial. Pero aún hay tiempo para que las dos superpotencias se recuperen del abismo. Las represalias de Trump no surtirán efecto hasta el 1 de noviembre, un mes antes de que entren en vigor los controles más rigurosos de China. El presidente reconoció que la mecha larga fue en parte una táctica negociadora, dejando tiempo para las conversaciones. “Por eso lo fijé el 1 de noviembre... ya veremos qué pasa”, dijo.

Ese tipo de espera vigilante está demostrando ser una estrategia inteligente para las relaciones chino-estadounidenses, que se han vuelto difíciles de gestionar y predecir. Trump, como muchos otros, se vio sorprendido por la escalada de China. “Nunca pensé que llegaría a esto”, escribió en sus redes sociales. Las dos superpotencias parecieron resolver la disputa sobre las tierras raras en junio. Tras las conversaciones en Londres, China prometió desatascar el flujo de minerales críticos, y Estados Unidos retiró las restricciones con las que amenazaba a exportaciones como motores a reacción y software crucial para el diseño de chips. También se esperaba que Trump y el líder chino, Xi Jinping, pudieran aliviar las tensiones en una reunión prevista en Corea del Sur a finales de este mes.

La hostilidad de China “surgió de la nada”, escribió Trump. Pero eso no puede ser literalmente cierto. Es posible distinguir tres posibles motivos: preparación, presión y resentimiento. Es probable que las nuevas regulaciones chinas sean el resultado de una combinación de los tres.

Primero que nada, la preparación. Los líderes chinos reconocen desde hace tiempo que las tierras raras son su mejor arma en una era de guerra económica. Por lo tanto, se han mostrado interesados ​​en construir un marco regulatorio que les permita aprovechar al máximo esta arma, si fuera necesario.

Las nuevas normas se ajustan a ese proyecto. Amplían el alcance de la medida mucho más allá de los controles anteriores. Los requisitos de licencia se aplican, al menos en teoría, a cualquier producto que contenga trazas de tierras raras chinas, incluso si dicho producto es vendido por una empresa extranjera a un cliente extranjero. También se aplican a productos que no contienen tierras raras chinas, si se fabricaron con tecnologías chinas de minería, fundición o fabricación de imanes. Las normas serán extremadamente difíciles de supervisar y aplicar. Pero, en principio, reivindican el tipo de jurisdicción de “brazo largo” que tanto enfurece a China cuando Estados Unidos recurre a ella.

Una vez que las normas estén en vigor, China podrá decidir con qué rapidez y liberalidad aprobar las licencias y con qué firmeza reprimir a quienes las infrinjan. En tiempos de paz, China podría otorgar licencias con rapidez, minimizando la interrupción de las cadenas de suministro mundiales. Pero si las relaciones comerciales se deterioran, también puede intensificar la interrupción rechazando licencias, retrasando las solicitudes y reforzando la aplicación de las normas. Las nuevas normas, tanto en las buenas como en las malas, incrementarán la carga regulatoria que soportan las empresas de toda la cadena de suministro tecnológica. Sin embargo, según esta interpretación, se conciben como un paso preparatorio, no como una escalada.

También podrían ser una táctica diplomática. Es de suponer que China intenta aumentar la presión sobre Trump antes de su reunión prevista con Xi en el marco de la cumbre de la APEC a finales de mes. Los controles sobre tierras raras no son la única forma en que China está construyendo su poder de negociación. Las autoridades antimonopolio chinas han investigado recientemente las adquisiciones de dos diseñadores de chips estadounidenses, Nvidia y Qualcomm. Es posible que China esperara usar estos palos junto con diversas zanahorias, como promesas de comprar soja estadounidense o invertir en plantas de fabricación estadounidenses. Según esta interpretación, China vio la próxima reunión como una oportunidad para sorprender a Trump en un estado de ánimo negociador. Quizás pensaron que una combinación de amenazas y recompensas podría impulsarlo a reducir los aranceles existentes sobre China y flexibilizar aún más los controles estadounidenses a las exportaciones de chips avanzados. La tercera interpretación es que las regulaciones tienen como objetivo una represalia, no una escalada. Podrían ser una respuesta airada a la llamada “regla del 50%” que Estados Unidos introdujo a finales del mes pasado. Funcionarios estadounidenses afirmaron que cualquier restricción comercial que impongan a una empresa extranjera también se aplica a sus filiales, si la matriz posee al menos el 50% de ellas. Los estadounidenses consideraron la regla del 50% como una medida inocua para cerrar un vacío legal. Sin embargo, China, muy sensible a este tipo de medidas, podría haberla visto como una violación del espíritu de las recientes conversaciones comerciales entre ambos países.

Ya sea que los nuevos controles de exportación de China se concibieran como un paso preparatorio, una táctica de presión o una expresión de resentimiento, no pretendían provocar el tipo de represalia airada que ha anunciado Trump. El presidente estadounidense ha amenazado con cancelar su reunión con Xi, lo que frustraría los planes diplomáticos de China. Y la industria china de semiconductores tendría dificultades para sobrevivir a corto plazo sin el software estadounidense para el diseño de chips. Los líderes chinos tampoco verán con buenos ojos la perspectiva de aranceles aún más altos, aunque podrían calcular que unos aranceles de tres dígitos perjudicarán más a la economía estadounidense que a la suya propia. Los aranceles vigentes de Trump no han sumido a la mayor economía del mundo en la estanflación. En muchos casos, las empresas estadounidenses se han mostrado reacias a trasladar los aranceles a sus clientes. Sin embargo, las empresas no podrán asumir gravámenes superiores al 100 %. Si se mantiene la fecha límite de noviembre de Trump, los precios más altos llegarán justo antes del inicio de la temporada de compras navideñas. Papá Noel podría ser el aliado improbable de China en las próximas negociaciones.

Ninguna de las dos superpotencias desea, pues, el conflicto comercial que se está gestando. Pero a ninguna de las partes le resultará fácil ceder. Si bien China podría estar dispuesta a ofrecer garantías sobre el funcionamiento práctico de su nuevo régimen de licencias, podría mostrarse reacia a derogar una regulación bajo presión extranjera. Por su parte, Trump no querrá parecer débil. Y sus colegas más sensatos, como Scott Bessent, secretario del Tesoro, y Jamieson Greer, representante comercial de Estados Unidos, se sentirán agraviados tras haber invertido tanta energía en reiteradas conversaciones comerciales con sus homólogos chinos.

Tras su primera reunión en Ginebra, Bessent afirmó que las escaladas previas de la guerra comercial podrían haberse evitado si ambas partes hubieran establecido una comunicación regular antes. Pero los acontecimientos de los últimos días demuestran que, incluso cuando hablan, las dos superpotencias mundiales siguen siendo propensas al conflicto y a los errores de cálculo. Si bien están unidas por la dependencia mutua, las divide la desconfianza mutua.

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