El pueblo de Toledo a una hora y media de Madrid que no te puedes perder en otoño: un paraíso de castañas y rutas de senderismo

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El Real de San Vicente,El Real de San Vicente, en Toledo (Adobe Stock).

Entre las hojas doradas del otoño y el olor a tierra húmeda, Toledo revela un perfil diferente lejos de la monumentalidad de su capital: el de los pequeños pueblos que mantienen vivas tradiciones, sabores y paisajes. Es en estos enclaves donde se vive la transición de colores y de paisajes cuando los castañares tiñen las laderas y las plazas se llenan del aroma inconfundible de las castañas asadas. Allí, bajo la sombra de montañas suaves, esta región esconde secretos que invitan a perderse sin prisa, especialmente cuando llega la temporada de recolección de este fruto emblemático del otoño.

En un rincón privilegiado de la Sierra de San Vicente, se localiza El Real de San Vicente, uno de los grandes tesoros naturales de Toledo para los amantes de la naturaleza y la recolección de castañas. Este pueblo, rodeado de laderas húmedas y frío seco, atesora más de 600 hectáreas de castañar, la mayoría en manos de vecinos que cada campaña recolectan en torno a 700 toneladas de este fruto. El castaño, cuyo “erizo” espinoso custodia la preciada semilla, se convierte en símbolo verdadero del otoño, sosteniendo la economía local y marcando el calendario vital de la comarca.

El entorno no solo deslumbra por la abundancia de castaños; aquí también brotan robles, encinas y una fauna rica, donde resalta la presencia del águila imperial ibérica, especie protegida cuyo vuelo surca estos cielos indómitos. Senderos y rutas atraviesan la masa forestal, regalando cada paso paisajes de una biodiversidad poco común en Castilla-La Mancha. El clima —fresco, húmedo y protector— garantiza la salud y la fuerza de los castañares, cuyas cosechas aportan vida y trabajo a la zona.

Castaña en Toledo (Adobe Stock).Castaña en Toledo (Adobe Stock).

La recogida de castañas en El Real de San Vicente tiene su propia normativa. La mayoría de los castañares son fincas privadas y valladas, por lo que entrar en ellas sin autorización está prohibido. En las zonas públicas la recolección está regulada y se gestiona a través del ayuntamiento. No obstante, para apoyar al comercio y disfrutar del fruto local, basta con acercarse a los productores y tiendas de la localidad, donde la hospitalidad y el conocimiento del producto son parte esencial de la experiencia.

Igualmente, durante el mes de noviembre, El Real de San Vicente celebra uno de sus momentos más esperados: “Las Luminarias”, una fiesta popular en la que se encienden grandes hogueras en la plaza y se asan castañas para vecinos y visitantes en un encuentro cálido, bullicioso y lleno de sabor a tradición compartida. A su vez, el municipio vecino de Navamorcuende refuerza la celebración del otoño con la “Muestra de la Castaña”, evento que reúne rutas guiadas, degustaciones y concursos, y convierte a la Sierra de San Vicente en punto de encuentro para familias, excursionistas y apasionados de los sabores de la tierra.

Castañar en El Real deCastañar en El Real de San Vicente, en Toledo (Adobe Stock).

Pero más allá de su tradición castañera, El Real de San Vicente cuenta también con un amplio patrimonio histórico y monumental. Su nombre rememora el campamento real instalado por Alfonso VIII en 1187, con la mirada puesta en la defensa de Talavera o Toledo frente a los almohades, aunque relatos locales sitúan el primer poblamiento en tiempos de Alfonso VI.

En 1631 obtuvo el privilegio de villazgo y la independencia de Bayuela, lo que otorgó autonomía en la administración de sus bienes y nombramiento de alcaldes. Vestigios de esta autonomía y prosperidad se hallan todavía en sus monumentos más emblemáticos. De todos ellos, la imponente iglesia parroquial de Santa Catalina, declarada Bien de Interés Cultural, se erige como referencia del arte y la fe local. Su interior, rebosante de tallas religiosas y retablos barrocos, destaca por la presencia de la Virgen de los Dolores, obra del escultor Luis Salvador Carmona.

Completan el recorrido la ermita de San Nicasio, reciente pero enclavada en parque restaurado, y la impresionante fuente de los Veneruelos, con grandes sillares y tres caños de agua de sierra. A su lado, el tradicional lavadero y la fuente de los Caños hablan de las costumbres cotidianas del pueblo. Igualmente, el cercano convento carmelita de El Piélago, construido en el siglo XVII, y los históricos pozos de nieve, atestiguan la espiritualidad y la pericia en la gestión de los recursos en otro tiempo. Todo ello se complementa con los molinos harineros de La Tejea, vestigio etnográfico de la comarca, alineados junto al arroyo que acompaña el ritmo de la naturaleza y los trabajos del hombre.

En la Península Ibérica se esconden algunos lugares únicos y llenos de historia.

Desde Madrid, el viaje es de alrededor de 1 hora y 25 minutos por la carretera A-5. Por su parte, desde Toledo el trayecto tiene una duración estimada de 55 minutos por las vías A-40 y A-5.

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