
Fue un héroe de la Segunda Guerra, casi anónimo, como anónimos son casi los héroes de las guerras. Fue el primero que alertó, o que intentó alertar al mundo, sobre las atrocidades que los nazis cometían contra los judíos polacos en la Polonia ocupada. Dio un grito de alerta sobre la barbarie alemana, sobre los crímenes masivos, sobre el uso de gas para asesinar a miles de personas, sobre fusilamientos masivos, sobre la gran tragedia que vestiría de luto a la moral universal.
El 1 de junio de 1942, hace ochenta y tres años, Emanuel Reingelblum publicó en el periódico socialista polaco y clandestino Brigada de la Libertad, el primer relato público sobre el gaseamiento de miles de judíos en el campo de concentración de Chelmno. Reingelblum nunca estuvo allí, pero relató lo que le habían narrado Michael Podchlebnik, Solomon Weiner y Szlamek Bajler, tres de los pocos prisioneros que lograron huir de aquel infierno.
Reingelblum tenía entonces cuarenta y un años. Había nacido en Buczacz, Polonia, en noviembre de 1900, cuando esa ciudad pertenecía al imperio austro-húngaro que iba a quedar liquidado al final de la Primera Guerra Mundial. Doctor en historia de la Universidad de Varsovia se unió de muy joven al partido socialista-sionista Po’Alei Zion Left, y retrató en sus escritos y en sus investigaciones históricas el alma de la vida judía en Europa. Años después, sería el historiador del gueto de Varsovia, que se alzó contra los nazis en abril de 1943.
¿Qué fue lo que Reingelblum reveló al mundo? Que los nazis gaseaban a miles de personas mucho antes de que ese horror se “industrializara” con el nacimiento de las cámaras de gas en los grandes campos de concentración como el de Auschwitz, y al menos un año y medio antes de que, en la conferencia de Wannsee de enero de 1943, Hitler y la cúpula de su régimen de terror decidieran eliminar a toda la población judía de Europa, calculada en once millones de personas.
Ni bien iniciada la Segunda Guerra, en septiembre de 1939, con la invasión alemana a Polonia, las primeras medidas adoptadas por los nazis fue la de confinar a la población judía en guetos. Crearon alrededor de mil en ciudades y pueblos de la Europa que empezaron a dominar, en especial hacia el Este, el territorio que Hitler ansiaba incorporar a su Reich que iba a durar mil años. En Polonia, los dos guetos más grandes estaban en la capital, Varsovia, y en la ciudad de Lodz, que ya había estado bajo ocupación alemana en la Primera Guerra. En Lodz, cerca de doscientos mil judíos, llegados de los territorios vecinos, fueron confinados en el gueto sin electricidad, sin agua corriente, rodeados de alambres de púas y cercados por guardias nazis. Cuando se cerró, en agosto de 1944, sólo habían sobrevivido novecientas personas.

Chelmno era entonces una localidad cercana a Lodz, a cuarenta y ocho kilómetros al noroeste. Los nazis levantaron allí un campo de exterminio destinado a aniquilar a la población judía que fue el primero de los campos que usó el gas para sus matanzas masivas. Lo que Reingelblum publicó, en esencia, fueron los relatos que le hicieron dos de los fugados del campo, Michael Podchlebnik y Szlama Blajer sobre aquellos primeros gaseamientos. Contó Podchlebnik que los condenados eran llevados al castillo de Chelmno, sede del comando nazi: “La gente entró el primer piso del castillo, donde había un baño. A los hombres, mujeres y niños se les dijo esto. No era un baño, pero los alemanes engañaron a la gente y les dijeron que debían desvestirse. Los obligaron a cruzar la habitación y salir al otro lado, donde los subieron a los camiones. Oímos a los camiones arrancar y a la gente llorar, y recitar el Shemá Israel, y los llantos se hicieron cada vez más débiles. Luego, se hizo un silencio total”.
Blajer explicó cómo eran esos vehículos: “Parecía un camión grande normal, pintado de gris, con dos puertas traseras herméticamente cerradas. Las paredes interiores eran de acero. No había asientos. El suelo estaba cubierto por una rejilla de madera, como en los baños públicos, con esteras de paja encima. Entre la cabina del conductor y la parte trasera había dos mirillas. Con una linterna, se podía observar a través de ellas si las víctimas ya estaban muertas. Bajo la rejilla de madera salían de la cabina dos tubos de unos 15 centímetros de grosor. Los tubos tenían pequeñas aberturas por las que salía gas. El generador de gas estaba en la cabina, donde el mismo conductor se sentaba todo el tiempo. Vestía un uniforme con las calaveras de las SS y tenía unos cuarenta años”.
Los nazis mataban con el monóxido de carbono que despedía el camión en el que iban encerradas las víctimas: después de una andar de unos quince o veinte minutos, el camión regresaba al castillo y el resto de los prisioneros eran obligados a descargar los cadáveres y transportarlos a un bosque cercano, donde eran enterrados o quemados.
El 2 de junio de 1942, al día siguiente de la aparición del artículo de Reingelblum en su periódico clandestino, el diario británico Daily Telegraph publicó una nota con el título “Alemanes asesinan a 700.000 judíos en Polonia”, con un subtítulo sobrecogedor: “Cámaras de gas viajantes”. El artículo, en la página cinco de la edición del diario de sólo seis páginas, se refería a la tragedia de Polonia como “La mayor masacre de la historia del mundo” y reunía datos sobre matanzas en siete pueblos y ciudades polacos. Señalaba que cincuenta mil judíos habían sido asesinados en Vilna en noviembre de 1941 y que trescientos mil habían sido “masacrados en este distrito y en los alrededores de Kovno, Lituania”. Para esa misma fecha, la BBC dio una versión diferente sobre cómo había sido descubierta la información sobre el campo de Chelmno. Afirmó que un activista clandestino, León Feiner, había enviado un informe a Londres en mayo de 1942 en el que documentaba el asesinato de la población judía polaca y describía los camiones de gas en Chelmno.

Reingelblum se convertiría luego en el historiador oficial, secreto y clandestino, del gueto de Varsovia. Se había casado con Yehudie Herman y tuvieron un hijo, Uri, que nació en 1930. Para entonces, Hitler iniciaba su ataque al poder en Alemania y la guerra acaso inevitable todavía estaba lejos, Reingelblum se había ganado un sitio en la elite de historiadores, era un destacado académico que, para cuando estalló la guerra, había publicado ya ciento veintiséis artículos e integraba el Comité Judío Estadounidense.
Ni bien los nazis invadieron Polonia, el joven historiador viajó al pueblo fronterizo polaco de Zbasyn, donde sobrevivían a duras penas seis mil refugiados judíos de Alemania; habían sido abandonados en la frontera porque, por un lado, los habían expulsado de Alemania y, por otro, les negaban el ingreso a Polonia. Reingelblum pasó un mes y medio entre aquellos refugiados sin refugio, creó una oficina de ayuda social, otra de acción legal, y una especie de departamento de migración con la intención de aquellos fantasmas tuvieran cobijo en alguna parte. El pequeño poblado de Zbasyn y el drama que encerraba lo marcaron muy hondo y, de alguna manera, decidieron cuál sería su destino durante la guerra.

Cuando los alemanes se adueñaron de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, Reingelblum regresaba de Suiza, donde había sido delegado de su partido el 21° Congreso Sionista de Ginebra. Él llegaba cuando otros se iban: topó con el exilio forzado de centenares de líderes judíos que huían de la ocupación alemana. Decidió quedarse en Varsovia y participó de la defensa de la ciudad durante el sangriento sitio alemán. Creó entonces el archivo clandestino conocido como Oneg Shabat, que refiere a la tradicional reunión de la comunidad durante la celebración del Shabat y porque era el momento elegido por Reingelblum y los miembros de la organización para sus reuniones clandestinas.
El archivo se inició con una serie de crónicas individuales de Reingelblum, fechadas las primeras en octubre de 1939, ya con la guerra en pleno fuego y con el avance alemán desatado en Europa, Francia había caído en mayo de ese año. Su idea de reunir testimonios de la vida judía en Varsovia contó con centenares de voluntarios entusiastas, una cifra que creció cuando el gueto fue sellado por los nazis en forma total, en noviembre de 1940. Dirigió entonces el departamento de ayuda mutua del gueto, recibió informes precisos del terror nazi en Varsovia y en otras ciudades del interior de Polonia, y comprendió con lucidez que lo que sucedía con el judaísmo polaco, tal vez con el judaísmo europeo, no tenía precedentes y que era fundamental dejar un testimonio para las generaciones futuras. Ese fue el contexto que rodeó a la historia de los gaseamientos masivos en Chelmno, que impulsaron a Reingelblum a dar a conocer al mundo aquellos testimonios, en principio en las páginas de su modesto socialista, polaco y clandestino Brigada de la Libertad.

La gigantesca deportación masiva de judíos polacos desatada en el verano de 1942, cinco o seis meses después de la conferencia que los nazis celebraron en Wannsee, Reingelblum se aferró a la idea de una resistencia armada. Mientras ampliaba la recolección de testimonios y de historias que pintaban la no vida en aquel gueto, redactó con mano propia el perfil de varios de sus más valiosos dirigentes. Cuando enfrentar a los nazis se hizo una decisión inapelable, cuando los judíos polacos intuyeron con dramática certeza que el gueto sería destruido y todos sus habitantes asesinados, Reingelblum reunió todo su riquísimo material histórico para guardarlo en contenedores resistentes, cajas metálicas y hasta “lecheras”, unos tarros de aluminio o latón, con cierre casi hermético.
La primera parte de los documentos fue colocada en diez cajas de hojalata, una tarea que estuvo a cargo del profesor Israel Lichtensztajn y dos de sus antiguos alumnos. El 3 de agosto de 1942 las cajas fueron enterradas en un búnker bajo la escuela pública donde Lichtensztajn había sido maestro, en la calle Nowolipki 68. En febrero de 1943, el propio Reingelblum junto a Lichtensztajn colocaron la segunda parte de los archivos en dos grandes “lecheras” y los enterraron también bajo el edificio de la escuela. El 18 de abril, un día antes del levantamiento del gueto, la tercera y última parte de los archivos fue colocada en un envase metálico cilíndrico que fue enterrado en los sótanos de un edificio de la calle Swietojerska 34. Nunca lo hallaron.
Los otros dos enterramientos fueron recuperados después de la guerra. Dos sobrevivientes de Oneg Shabat, Rachela Auerbach y Hersz Wasser, guiaron a la Comisión Histórica Judía de Polonia a la vieja escuela de la calle Nowolipki: las diez primeras cajas metálicas fueron desenterradas el 18 de septiembre de 1946. La segunda parte de los archivos fue descubierta el 1 de diciembre de 1950. Los atesora hoy el Instituto Histórico Judío de Varsovia.

En marzo de 1943, cuando el levantamiento del gueto era casi un hecho, Reingelblum y su familia, su mujer y su hijo de trece años, lograron escapar y se escondieron en la zona no judía de Varsovia, en el llamado “distrito ario”. Pero Reingelblum regresó solo al gueto, ya en pleno y sangriento levantamiento. Fue capturado por los nazis y enviado al campo de trabajo de Trawniki, un subcampo del complejo de exterminio Lublin-Majdanek. También logró escapar de allí, con la ayuda de dos personas y reanudó su trabajo intelectual, metido como un “topo” en el “distrito ario” de Varsovia. Allí, a casi un año del levantamiento del gueto, el 18 de abril de 1944, fue delatado por Jan Lakinski, un muchacho de dieciocho años que por esa delación fue juzgado y ejecutado después de la guerra.
Emanuel Reingelblum, el historiador de la vida judía en Polonia, el hombre que dio a conocer al mundo el horror nazi, su mujer, su hijo y quienes habían ayudado a esconderlos en el “distrito ario” de la capital polaca, fueron arrestados por los nazis.
Los llevaron a las ruinas del gueto de Varsovia y allí los fusilaron a todos.