En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, el médico y divulgador científico Ignacio Crespo reflexionó sobre la capacidad que tenemos de moldear nuestro cerebro mediante la disciplina, el aprendizaje y las experiencias. Señaló que la neuroplasticidad es la base de este proceso y remarcó que, aunque el cerebro no es perfecto, justamente en esa imperfección reside su poder de adaptación.
Además, compartió su mirada personal sobre la gestión de las emociones, la memoria y la identidad. Contó cómo atravesar momentos difíciles lo llevó a redescubrir la importancia de cuidarse, cultivar hobbies y mantener una disciplina consciente. El episodio completo podés escucharlo en Spotify y YouTube.
Ignacio Crespo es un médico de formación que se reinventó como divulgador científico: combina artículos y columnas, podcast y apariciones en radio y televisión para acercar la ciencia al público general. Coordina la sección de ciencia y firma reportajes en La Razón Ciencia, presenta el podcast Noosfera y ha dirigido formatos como Serendipias en la Cadena SER; además es autor de Una selva de sinapsis y participa como director de contenidos en la plataforma educativa Amautas, ofreciendo conferencias y contenidos divulgativos.
— Sos médico, sos neurocientífico, sos divulgador. Quiero arrancar con una frase tuya: “Todos podemos elegir el cerebro que queremos tener”.
— Voy a intentar justificarla. Si bien mi información es de médico, por supuesto, y que me interesé por la neurociencia, no ejerzo ninguna de las dos cosas, sino que me dedico a la comunicación. Lo digo porque hay gente que se deja la vida dedicándose a los pacientes, investigando en el laboratorio y no quiero que parezca que estoy usurpando nada. Me dedico a la comunicación, pero me interesan mucho esos temas.
Y respecto a esa frase, es verdad que, si nuestras expectativas son tener el cerebro de Albert Einstein, igual está fuera de nuestras capacidades, pero podemos dar mucho más de lo que normalmente pensamos, nos limitamos. Y esto no es nada esotérico, nada que se escape de lo medible y de lo científico. Es simplemente que, si tú te repites no soy suficientemente bueno para una actividad musical, por ejemplo, la música no es lo mío, y nunca lo pruebas, desde luego que nunca vas a ser bueno. Nunca vas a conseguir desarrollar esas habilidades y modificar tu cerebro para desarrollar esas habilidades y ser bueno. Que cabe la posibilidad de que te enfrentes a la música y descubras que no tienes oído, que tus manos no funcionan suficientemente rápido, que hay algún problema, pero vas a ser mejor que antes de probarlo. Y eso está claro.

— Entiendo que lo que vos me decís también es mucho un tema de actitud de frente a la vida y con tener la disciplina que lleva ponerse a estudiar. ¿De qué manera el cerebro se rediseña con eso?
— El cerebro está ya de partida. Mi forma de ver esto, y realmente es la forma mayoritaria de verlo dentro de la neurociencia, es que los comportamientos, las actitudes, las habilidades, tienen un sustrato material que está en el cerebro. Aunque la comparación del cerebro y el ordenador tiene muchas lagunas y muchos errores, nos ayuda a entender que lo que ocurra en la pantalla tiene su base en el propio ordenador, en la placa base, en las estructuras que hay ahí. Si cambiamos nuestra actitud, algo tiene que estar cambiando en el cerebro, algo tiene que estar modificándose. Y sabemos cómo son parte de esas modificaciones. En primer lugar, hay modificaciones rápidas a corto plazo, que son sustancias químicas que se liberan en mayor cantidad o en menor medida en distintas partes del cerebro, que tienen diversas funciones cada una.
Estamos, por ejemplo, aprendiendo a jugar al tenis y va a haber algunas estructuras, algunas ramificaciones de esas redes de neuronas que hay en nuestro cerebro, que estén más predispuestas a activarse de la forma adecuada para poder responder al revés del otro, para recoger la pelota al rebote, para hacer aquello que estamos practicando en ese instante. Pero esos cambios químicos son efímeros. Las sustancias químicas se reabsorben por las neuronas y desaparecen de esos espacios, dejan de actuar. Lo que pasa es que al haber estado presentes y al haber facilitado que algunas rutas de esas neuronas se activen con más frecuencia, con más facilidad, esas rutas se han reforzado. Y poco a poco, ahí ya no es un entrenamiento de un día, un intento de desarrollar una habilidad de una tarde, sino una tarde y otra y otra. Esas ramificaciones que se han ido reforzando, se consolidan.
Y ahí es donde estamos aprendiendo. Esto es la plasticidad cerebral, que tanto se ha hablado de ella, simplificada. Y esa sería la manera en la cual el cerebro, sin serlo todo, porque el cerebro existe en un contexto, existe con tus experiencias, tus sentidos, el resto de tu cuerpo, que también influye, pero el cerebro influiría en ese comportamiento.
— ¿Cuáles crees que son algunos hábitos que podemos incorporar en nuestra vida para tener un cerebro más sano y, por ende, una vida mejor?
— Puede ser aprender un idioma que implica la atención, la memoria, el lenguaje, en sí que es muy complejo, incluso el razonamiento lógico. Hay muchos procesos ahí. Hablar con otras personas. Sabemos que una de las maneras de mantenerse sano y ya no cerebralmente, sino incluso cardiovascularmente, es estar inmerso en un entorno social enriquecedor, participar de una comunidad. Quiere decir pensar, intentar responder, desarrollar, interactuar con el mundo. Entonces, esto va a ayudar en general a mantener la neuroplasticidad, a poder aprender mejor, qué es lo que queremos. Cuanto más sano esté el cerebro en general, más fácil es que aprenda y que desarrolle estos mecanismos. Por ejemplo, el sueño.
Sabemos que mantener unos buenos patrones de sueño no quiere decir 8 horas, quiere decir aquello que el cuerpo te pida, con salvedades. Pero si estamos en un rango normal, entre unas 6 horas, unas 8 o 10, en algunos casos, hay personas en momentos de la vida que necesitan dormir más, eso estaría bien. Y luego, la calidad del sueño. Sabemos que podemos dormir ocho horas y despertarnos cansados, porque tal vez roncamos y eso nos saca de las fases profundas del sueño, altera la arquitectura de nuestro sueño, que esto es las distintas fases por las que vamos pasando a lo largo de un sueño normal que nos ayudan a descansar, a que sea reparador. Cuando nos sacan de esa arquitectura, cuando nos mueven de una fase a otra por estímulos externos, porque roncamos, porque tenemos algún problema, ahí es cuando nos despertamos reventados, sean las horas que sean. Si tenemos suficientes horas y con una buena arquitectura, hay mucho menor riesgo de desarrollar, por ejemplo, enfermedades neurodegenerativas: alzhéimer, Parkinson, etcétera. Eso ya está bien, eso ya va a ayudar a que el día siguiente estemos más despiertos para prepararnos mejor y enfrentarnos mejor a esto.

— Hay algo que a mí me impresiona mucho del cerebro y es la velocidad con la que a veces asume o interpreta una realidad. Y cómo a veces cuando le falta información, termina rellenándola con cosas que tal vez no sabe. Y esto puede llevarnos hasta incluso a crear memorias que nunca pasaron.
— El cerebro no es perfecto y no puede serlo, porque no surge para descubrir la realidad. El cerebro surge, a través de selección natural para sobrevivir. Incluso el “para” es conflictivo, porque no hay nada que dirija la evolución de los seres vivos y diga: “Vamos a acabar aquí”, como un cerebro que te permita sobrevivir. Pero es lo que se ha seleccionado, el cerebro que era capaz de encontrar patrones en la naturaleza, anticiparse a esos patrones si eran peligrosos, porque había tal vez un felino que nos estaba acechando detrás de, de las plantas o lo que sea. Entonces, ese cerebro, como ha tenido que desarrollar algunas habilidades básicas para llegar a esa supervivencia, como puede ser reconocimiento de patrones, anticipación, pensamiento lógico, comunicación... Esas habilidades han tomado control de alguna manera, porque lo que era simplemente por supervivencia, empezó a tener otras funciones. Nuestra comunicación, que tal vez al principio era solamente para decir: “Oye, que ahí hay un peligro”, de repente empieza a tener una capacidad mayor, una potencialidad para comunicar cosas que incluso no están ahí. Y el cerebro se apaña como puede con eso. Ha conseguido desarrollar poemas preciosos, epopeyas, teorías tremendamente precisas, capaces de predecir la realidad con un margen de error equivalente a un cabello humano entre la distancia de Madrid y Nueva York. Unas teorías increíbles. Y eso, que es lo que decía, no era su propósito, no es para lo que se empezó a seleccionar. Así que es esperable que tenga errores. Errores con los que tenemos que lidiar.
Cuestiones en nuestro día a día, cuando intentamos interpretar la realidad, que son heurísticas, que son aproximaciones, que no tenemos por qué estar 100 por cien convencidos de que lo que había detrás del árbol era un tigre para tomar decisiones. Solo lo suficiente. Esas aproximaciones hacen que completemos toda la otra parte. ¿Estamos seguros en un setenta por ciento? Me voy a justificar que es un cien, porque eso es lo que me va a permitir sobrevivir. Entonces, tenemos estas tendencias, estos impulsos. Es natural y es bueno tenerlo en cuenta.
Es bueno saber cómo de falible es la memoria. Hasta qué punto los recuerdos que creemos tener super grabados de nuestra infancia, tal vez no son tales. Nos los hemos contado tantas veces, nos los han contado incluso otros de nuestra familia, que los hemos resignificado y hemos ido modificando como si fuera un teléfono estropeado de estos niños que se cuentan un chisme unos a otros, hasta que al final es casi irreconocible. Pero, esto es lo que decíamos, como el sustrato es cerebral, esos recuerdos están almacenados en un cerebro que es cambiante, que ha ido modificando sus conexiones, que ese cambio de nuestros recuerdos ha sido un cambio estructural... No podemos saber hasta qué punto los hemos modificado solo con evocarlos. Tenemos que asumir que podemos estar equivocados constantemente y que tenemos que apoyarnos en otros y en la evidencia y en las mediciones para poder superar esas limitaciones de nuestro cerebro.
— ¿Cuál crees que es el error más costoso, el error del cerebro más costoso para nosotros?
— Tendemos a convertir los casos particulares que hemos vivido en generalidades. Si nosotros hemos vivido un evento extraño, alguna relación curiosa de acontecimientos, por ejemplo, nos hemos puesto malos de la tripa y justo ese día hemos comido algo distinto, tendemos a vincularlo. Decimos: “Ha sido por comer esto, sin ninguna duda”. ¿Sin ninguna duda, realmente? Bueno, debería haber algunas dudas. Hemos hecho muchas más cosas en nuestro día a día que comer eso. Pero por esa heurística, tendemos a vincular los acontecimientos entre sí y controlar la realidad con este tipo de narrativas, de justificaciones. Intentamos, pues, ponerle los grilletes de la racionalidad cuando no tenemos suficiente información para hacerlo a veces. Y no está necesariamente mal, porque, vale, cabe la posibilidad de que sí, que nos haya sentado mal, que seamos alérgicos a esa comida y nos salvará la próxima vez. Pero lo llevamos a veces muy al extremo. Creo que eso nos lleva a conclusiones que pueden ser muy restrictivas, que nos limitan de experimentar cosas y que, por otro lado, también hacen que le quitemos valor a los estudios científicos que no han cogido la experiencia de una persona, sino que han intentado medir y parametrizar todas esas variables que a veces se nos escapan como individuos y ver si realmente cuando cogemos a la población existe una conexión entre ellas.
— A veces asumimos que somos lo que pensamos y en realidad los pensamientos están todo el tiempo en movimiento, van cambiando, son fugaces. ¿Qué me podés decir de diferenciar ese “yo” y lo que pienso?
— Es muy interesante porque hay normalmente tres pilares de los que se suele hablar. Uno, por supuesto, son esos recuerdos de nuestra vida, nuestro pasado, que se almacenan y forman parte de lo que somos nosotros, de lo que es nuestra mochila. Otro es cómo nos ven los demás, nuestra relación con los demás, porque tendemos a sobrevalorarnos, por lo general. Hablamos mucho del síndrome del impostor y estas cuestiones, pero luego los estudios psicológicos indican que nos creemos un poquito más inteligentes de lo que somos, un poco más guapos de lo que somos, un poco más todo de lo que realmente somos en general. Habrá muchos casos y todos tenemos nuestros talones de Aquiles, pero no vamos a ser objetivos. No somos un narrador objetivo. Así que tal vez es igual de importante o al menos en parte importante lo que otros piensen de nosotros. No quiere decir que vivamos para ello, no quiere decir que nos angustiemos por ello, pero es bueno escuchar y eso también significa lo que somos. Y hay un tercer pilar que es más físico, digamos. Y es, imagínate que ahora te clonaran y hubiera aquí una persona con tu mismo aspecto, pero sobre todo con tus mismos recuerdos y que la sociedad percibe exactamente igual.
¿Sentirías que eres tú? Y ahí estamos todos de acuerdo en que hay algo que nos diferencia y es que estoy sintiendo lo que hay en este cuerpo, no en ese cuerpo clónico. Así que hay otro tercer pilar de la identidad, que es esa encarnación en un cuerpo, estar conectado con los sentidos de un cuerpo concreto. Con esos tres pilares podemos empezar a definir cosas. A partir de esa identidad ya podemos construir, ya podemos plantearnos cuestiones. Pero los problemas son mayores, lógicamente. Luego, a partir de ahí, a medida que vamos explorando, encontramos problemáticas. Aceptando esto, posiblemente tengamos que descartar cuestiones esencialistas como que el yo es algo absolutamente permanente, como puede ser el alma, que es inmutable, que es trascendente. El yo parece que es casi un río que fluye, en el que ocurren cosas, cosas que llegan, cosas que se van. Y esto es algo que tiene muy aceptado, por ejemplo, en filosofías asiáticas. Y no es algo esotérico de nuevo, algo que esté al margen de la ciencia, es algo que desde un enfoque materialista se puede comprender perfectamente. El yo es impermanente, esto es lo que desde el budismo se plantea. El yo es una serie de procesos que van entrando, saliendo, memorias que tenemos hoy y puede que mañana no tengamos, porque algunas las perdemos, otras las transformamos, otras llegan. ¿Qué te vincula a ti con quién eras hace dos años? De alguna forma algo tiene que haber, ¿no? Pero parece que es más el proceso, un proceso cambiante y que no podemos agarrarnos y anclarlo, que simplemente a algo profundo, trascendente, inmutable, que va más allá de nosotros y de la realidad.

— En tu caso, con todas las herramientas y todo lo que sabés del cerebro, ¿cuáles son algunas de las cosas que hacés para gestionar mejor tus emociones, la frustración, la ansiedad?
— Nunca he tenido grandes problemas de ansiedad hasta el año pasado. El año pasado, por distintas cuestiones personales y profesionales, fue un año muy complejo y me enfrenté con todo lo que yo ya había divulgado. Yo ya había hablado de salud mental porque había presentado y dirigido un podcast de varias temporadas de salud mental. Evidentemente, lo había estudiado en la carrera, pero no lo había vivido en carne propia. Y eso cambió bastante cómo veía algunas cuestiones, cómo comprendí realmente la profundidad que tenían estas, estos temas. Y he aprovechado el espacio que me dejó, que acabaran algunos proyectos durante el año pasado para cuidarme un poco más este año. Y esto tiene varios mensajes.
El primero es cuidarse. Está bien. No creo que esté diciendo nada que la gente no sepa. Hacer ejercicio, tomarse las cosas con más calma, eh, poder dedicarte a tus hobbies. Yo he recuperado este año la lectura a un ritmo que no tenía desde la adolescencia y me está haciendo muchísimo bien. Yo te diría que la clave ahí es lo que decía antes, que nos engañamos constantemente y que tenemos que comprender que si bien el concepto de verdad lo estudia la filosofía y no es algo etéreo, está ahí, podemos hablar de verdad y no todo el mundo tiene razón, por supuesto. Lo que sí que hay que comprender es que estamos constantemente teñidos en nuestra interpretación de la realidad por nuestras emociones y por cómo, eh, nuestro cerebro procesa la información. Que a mí me frustre algo no quiere decir que ese algo sea relevante y que yo llegue a una conclusión superfirme de que algo me ha molestado y que es terrible, no quiere decir que realmente lo sea. Quiere decir, posiblemente, que esté experimentando una tormenta de determinadas sustancias en mi cerebro que me hacen darle más peso a unas cuestiones negativas que a otras positivas de lo que estoy viviendo. Eso va a ser, por un lado.
Y luego otro, por ejemplo, en las discusiones, que me parece fundamental, es este punto de que nuestros recuerdos no son del todo fiables. En una discusión, lo importante no es llevar la razón o demostrar que te acuerdas perfectamente de las cosas, incluso de aquellas que estás más seguro, puedes estar perfectamente equivocado. Digo una discusión personal, típica discusión con tus padres, con la pareja, con lo que sea. Creo que es bueno en ese momento parar un poco y decir: “Ostras, con tantos fallos que puede haber en mi cerebro, que yo soy consciente de que estoy interpretando esto desde el lugar equivocado ahora mismo, que estoy caliente. Que mis recuerdos, que son la base a partir de la cual interpreto, posiblemente también, como mínimo, son parciales, como mínimo son solo los míos”. Frenas ahí y dices: “Ya lo hablaremos en otro momento”.
Vamos a calmarnos, vamos a recuperarlo y sobre todo vamos a replantearnos qué es lo que queremos conseguir con esa discusión. Porque en el momento en el que encontremos realmente esa meta, descubriremos que posiblemente es la misma que la de la persona que está enfrente, que es estar bien, posiblemente, estar bien juntos. Sea esa la relación personal que sea, estar bien juntos. Así que, ¿cómo vamos a conseguir eso? Yo estoy dispuesto a reconocer errores, errores que tal vez no he sido consciente que he tenido, porque mi atención en ese momento, y ahí digo, atención como función cognitiva, como mi cerebro no puede estar al tanto de todos los estímulos, de todos los detalles, de todas las inflexiones de la voz de lo que me estás contando, tenía la atención en otro sitio. Yo no percibí esto. Para mí esto no estaba en mi realidad. No pude incorporar esto en cómo interpreté las cosas, pero escucha, es que me lo creo, me creo que esto haya sido así. Vamos a trabajar juntos con ello.
— ¿Por qué crees que nos sobrevaloramos? ¿Es una cuestión de protegernos o creemos realmente que somos mejores y tenemos más habilidades de las que tenemos?
— No lo sé, pero sí que puedo elucubrar. Quiero que esto quede muy claro. Ahí ya no es, eh, partir de estudios que indican exactamente por qué ocurre, pero me parece bastante razonable suponer que como solo tenemos nuestra versión de los hechos y nosotros nos conocemos mejor de lo que nos conoce nadie, por mucho que haya cuestiones que se nos puedan escapar de por qué nos comportamos como nos comportamos, yo tengo mucha información de mi día a día, yo sé lo que estoy pensando en un momento concreto. Por lo tanto, no conozco a nadie tan bien como me conozco a mí. Es posible que acabe siendo, por un lado, o muy indulgente, asumiendo que todas esas cuestiones que percibo en mí y que no percibo en otros son especiales, o lo contrario, que son terribles, que otros no tienen, por ejemplo, pensamientos intrusivos, que cuando van al metro y ven a una viejecita al lado de las vías, no hay una parte de su cerebro que dice: “¿Y si empujo?”. Esto nos pasa a todos de alguna manera y no se nos ocurriría hacerlo. No quiere decir que queramos hacerlo, pero hasta que no lo hablamos, no podemos suponer que otra gente también está teniendo estos impulsos extraños, estas ideas que no sabemos exactamente de dónde salen.
Así que, de esa información tan desequilibrada, respecto a lo que sabemos de nosotros y sabemos de los demás, llegan interpretaciones extremas. Por un lado, de creernos absolutos genios por encima de todo y que las ideas que tenemos nosotros son maravillosos, tal vez porque nosotros las expresamos y otros que son más modestos se las callan. O, por otro lado, que somos monstruos cuando todos tenemos luces y sombras en un cerebro muy complejo con muchas ideas que simplemente aparecen en esa consciencia. Y parte del alivio que producen los diagnósticos va por ahí. Cuando tú llevas sintiendo algo que te genera dolor toda la vida porque tu relación con los demás no es exactamente como crees que debería ser y de repente te dicen: “Oye, que lo que tienes es esto”, hay un pequeño alivio. Le han puesto nombre y que le pongan nombre significa que hay otra gente que ha sentido lo mismo, que te puede comprender y tal vez incluso que tiene alguna especie de remedio. El poder de la palabra va por los dos lados. Cualquier cosa que tiene poder se puede utilizar para lo bueno y para lo malo. Y precisamente la cuestión de la identidad que decíamos, esos recuerdos, esa encarnación, cómo nos ven los demás, a veces no es como nos gustaría. Esa identidad que creemos que tenemos no es la que queremos tener y nos forzamos a formar parte de algo, a sentir que somos parte de un grupo, a tener una etiqueta, a veces por la fuerza. Y ahí es donde las etiquetas creo que a veces juegan un papel negativo, donde compramos todo un pack de cómo deberíamos comportarnos o lo que está más de moda y que además tiene relación con la salud mental.
— ¿Qué significa cuando la gente te dice que el cerebro es un órgano social?
— Lo mismo que cuando me dicen que el ser humano es un animal social. Es que existe dentro de un contexto gregario, que no somos un animal que viva aislado de todo lo demás. Esto de cualquier ser humano que viva en soledad es o un monstruo o Dios, como concepto. Estamos dentro de una sociedad siempre, tenemos relaciones con otros y el cerebro, por lo tanto, se ha preparado dentro de ese contexto. Ha desarrollado habilidades, estructuras que parecen enfocadas a la comunicación, como decíamos, a leer el, el rrostro de otras personas e interpretar qué está sintiendo, a anticiparnos, a desarrollar un concepto del mundo gregario. Para mí significa eso.

— Quiero que me cuentes algo que sentís que tal vez en el último tiempo incorporaste, que te hace bien, que te ayuda a gestionar los estresores del día a día mejor. Tal vez es una actividad, lo que sea…
— Lo de la disciplina creo que es muy importante. Siempre he sido muy disciplinado con cuestiones académicas y con aprender, pero hace unos años empecé a hacer deporte y me lo tomo de una manera muy, muy disciplinada desde el principio, porque sinceramente no disfruto el deporte en sí mismo. Yo empiezo a hacer ejercicio físico, tengo que hacer una serie de cualquier ejercicio. No me siento bien mientras, pero sé que me siento bien después. Entonces, mantener una disciplina al principio de muchas actividades que no nos gustan, nos ayuda a perseguir un fin que sí, que nos va a gustar. Esto va a estar en prácticamente toda la vida. Deberíamos ser disciplinados con cuestiones, incluso cuando no perseguimos un fin muy concreto con ellas, porque nos ayuda a comprender qué es lo relevante, qué es lo que no, cuáles son los beneficios de esa disciplina en sí misma, a mantenerlo e integrarlo en nuestro día a día. Pero te diré algo que creo que es bastante importante en un mundo donde estamos muy enfocados a emprender, desarrollarnos, ser mejores, y es que a veces es bueno disfrutar de las cosas sin pensar en esos fines también. El caso más claro, por mi parte, es la literatura. Siempre he leído mucho, pero he leído casi siempre ensayo, ciencia, tema con mucha información que me puede ayudar a aprender, a comprender mejor el mundo, a ser mejor. He leído literatura, pero menos. Este año estoy cambiando totalmente eso y estoy disfrutándolo muchísimo. Estoy encontrando que es un momento en el cual no estoy persiguiendo nada y estoy disfrutando del mundo tal y como es.
— Ignacio, te voy a hacer la última pregunta que les hago a todos y es que me cuentes algo que en el último tiempo te sorprendió, te dejó pensando o tenés dando vueltas en la cabeza, lo que sea que quieras dejar acá para compartir.
— Estoy intentando tener muy presente dos cuestiones que tal vez no descubrí hace poco, pero sí que le he dado importancia hace poco. Y son sobre cómo interpretamos lo que otros hacen y lo que otros piensan. Porque creo que en general somos muy poco caritativos. Tendemos a hacer lo que se llama en psicología una atribución hostil de lo que otros hacen. Si por el motivo que sea nos ha cogido con el día cruzado y hay algo que hace otra persona y no nos gusta, posiblemente asumamos que ha sido a propósito, que ha sido con maldad, con mala intención. Por lo general, la gente es más torpe que mala. Y además, nosotros también tenemos ese sesgo por el que puede que interpretemos algo negativo que en realidad no lo era, ni siquiera, ya no era ni torpeza, era cuestión que estaba dentro de nosotros. El sesgo de atribución hostil está. Ser consciente de él ayuda a que, como decía hace un rato, cuando me encuentro con una de esas situaciones, luego lo tengo presente y digo: “Vamos a intentar forzar aquí una interpretación en la cual no iba esto con maldad”. Y vamos a partir de ahí, que luego hay gente que actúa con maldad, ¿eh? Y cuando te lo demuestran una tras otra, tras otra vez, pues tendrás que tomar cartas de la manera que sea. Apartarte de esa persona, tomar determinadas decisiones... Pero por lo general no es así.
Y creo que ayuda porque todos estamos con algunos días cruzados, que no somos demasiado caritativos en ese aspecto. Y el otro es que cuando discutimos temas relativamente profundos o temas que nos mueven mucho, y a mí son temas que me interesan, cuestiones como, la esencia de la realidad en sí misma, en ontología, en filosofía. O sea, el mundo es material, hay algo aparte de la materialidad o cuestiones de la religión. Yo soy ateo, soy ateo militante, de hecho, y para mí es muy interesante entender la historia de las religiones, la filosofía de las religiones. Y cuando entramos en una de esas discusiones, es fácil que un argumento de la otra persona me parezca ridículo, facilón... Veo muy claramente los errores. Y ahí es cuando toca pararse y decir: “Ostras, las personas, por lo general, son más inteligentes de lo que creemos”.
Y si ha llegado a esta conclusión esta persona y otros tantos a lo largo de la historia, dudo mucho que esté omitiendo un error tan evidente que a mí me ha resultado claro en cuestión de segundos. Posiblemente, sea yo el que no esté entendiendo algo. Y eso no significa que la otra persona tenga razón. Tal vez está equivocada igualmente, pero el problema de su argumento es mucho más complejo. Y esto, llevado al día a día, sería, como conclusión, que cuando alguien te comunica algo que te parece una tontería y pasa a diario, de distintas maneras, es posible que no tenga razón, pero con casi toda seguridad, tampoco es tan tonto como tú crees. Una de las cosas que hago en ese tipo de situaciones, en lugar de intentar plantear mi argumento y confrontarlo con la otra persona bien ordenadito, con pasos lógicos y tal, es preguntar. Preguntar: “Oye, ¿y por qué piensas esto?” Y: “¿Por qué piensas esto otro?” Cuando parece que hay un desacuerdo muy evidente y podemos interpretar que la otra persona está diciendo algo que no tiene ningún sentido, es muy probable que se deba a que partimos de definiciones distintas de unos mismos conceptos, que estemos utilizando una palabra con sentidos distintos. Entonces, a través de esas preguntas, creo que, por un lado, descubres eso y valoras de forma más justa a la otra persona y a su forma de interpretar el mundo y su conocimiento. Y, por otro, permites que la conversación sea mucho más amable, sea más de escucha y no solamente confrontativa.