
Viajar ya no significa solo conocer un lugar: cada vez más personas buscan experiencias que impliquen desafíos y pongan a prueba su resistencia, curiosidad y espíritu de exploración.
Desde las arenas infinitas de un desierto hasta las selvas más impenetrables de Centroamérica, las propuestas para vivir la aventura están al alcance de quienes se animen a salir de la zona de confort.
Un listado elaborado por National Geographic reúne algunas de las actividades más intensas y sorprendentes del planeta. Recorrer selvas en lancha, cabalgar por las estepas asiáticas o caminar entre glaciares son solo algunas de las experiencias que invitan a descubrir territorios salvajes y culturas únicas.

La Namib Race plantea el desafío de completar un recorrido de 250 kilómetros en una semana a través del desierto del Namib, considerado uno de los más antiguos del mundo. La carrera atraviesa dunas rojizas, lechos de sal y zonas costeras donde la arena termina abruptamente en el Atlántico, cerca de la ciudad de Swakopmund.
De día, las temperaturas superan los 45 °C y las noches pueden ser extremadamente frías. Muchos tramos cruzan paisajes lunares, conocidos como el “Moon Valley”, y el itinerario incluye segmentos de recorrido junto al mar. Además, los participantes instalan campamentos móviles en cada etapa.

En el extremo austral de Chile, el Parque Nacional Torres del Paine es un destino emblemático para caminatas prolongadas. El circuito de la “W” lleva a los visitantes por lagunas con icebergs, bosques nativos y panorámicas directas a las icónicas torres de granito y glaciares que dominan el paisaje.
Esta travesía de cuatro o cinco días implica pernoctes en refugios o campings preparados para el clima de la Patagonia chilena.
La biodiversidad local incluye guanacos, ñandúes, zorros y aves rapaces, en un entorno marcado por condiciones meteorológicas muy variables y una luz diurna que se extiende hasta casi las 21 horas durante el verano austral.

El acceso al campamento base del K2, la segunda montaña más alta del planeta, exige atravesar el glaciar Baltoro desde el pueblo de Askole. El sendero se extiende por valles que concentran varias de las veinte cumbres más elevadas del mundo.
El trayecto requiere al menos once días, en promedio, y quienes buscan una experiencia aún más intensa pueden subir hasta el paso Gondogoro La, a aproximadamente 5.600 metros de altitud.
El recorrido solo es posible con permisos especiales, ya que atraviesa áreas restringidas del Parque Nacional del Karakórum.

La Reserva Biológica Indio Maíz, en el sudeste de Nicaragua, es un refugio de selva virgen donde gran parte del territorio no tiene caminos y el acceso depende de lanchas en el río San Juan. El ingreso habitual parte desde el municipio San Carlos y recorre hasta el pueblo de El Castillo, donde se encuentra una fortaleza del siglo XVII.
En el camino, es frecuente observar caimanes, aves tropicales y monos entre la densa vegetación ribereña.
Los senderos guiados y con accesos controlados abren la posibilidad de internarse en territorios dominados por orquídeas, plantas carnívoras y fauna escurridiza como pumas y jaguares.

La isla de Tahití, en la Polinesia Francesa, se consolidó como escenario internacional de surf: en 2024 fue sede de competencias olímpicas. El oleaje del Pacífico sur y las playas de arena clara se combinan con el paisaje dominado por el monte “Orohena”, que supera los 2.200 metros.
Allí los instructores eligen diariamente el lugar adecuado según la marea y el viento.
Papeete, la capital, es el punto de partida para alquilar equipos y recibir clases tanto para principiantes como para surfistas experimentados. El surf fue documentado en este lugar desde hace varios siglos por los antiguos polinesios y que la isla mantiene una escena activa y respetuosa de esta tradición.

La región de Merzouga, en el sur de Marruecos, permite experimentar la inmensidad del Sahara en formato accesible mediante las famosas dunas del Erg Chebbi. Las travesías se organizan en dromedario, quad o sandboard, con posibilidad de pasar la noche en campamentos bajo tiendas bereberes.
Las dunas alcanzan hasta 150 metros de altura y ofrecen amaneceres que tiñen el paisaje de tonos dorados y rojizos.
La región cuenta con infraestructura turística y carreteras asfaltadas hasta las zonas de inicio del recorrido, lo que facilita la organización incluso para viajeros sin experiencia previa en el desierto.

En Mongolia, la vida nómada y la equitación son parte de la identidad nacional. Un recorrido a caballo durante cinco días permite cubrir unos veinte kilómetros diarios, cruzando zonas que alternan las arenas del desierto de Gobi con praderas de montaña y lagos profundos.
Las etapas incluyen visitas a campamentos de familias nómadas, templos budistas y campamentos itinerantes bajo cielos nocturnos de claridad notable.

En el extremo sur de Colombia, la región amazónica ofrece un 10% de la selva compartida con Brasil y Perú. Desde Leticia, los visitantes se internan por ríos secundarios donde se observan delfines rosados, caimanes y mariposas de colores intensos.
La inmersión incluye caminatas elevadas en la Reserva Tanimboca y visitas a comunidades indígenas que habitan viviendas sobre pilotes. El aislamiento de la región permite experimentar un modo de vida profundamente integrado a la naturaleza, donde la selva conserva una altísima biodiversidad.

En la costa atlántica de África, Gabón alberga trece parques nacionales que reciben poco turismo internacional. El Parque Nacional Lope es famoso por su selva espesa y la presencia de mandriles, un primate de rostro colorido. El vecino Parque Nacional Ivindo es conocido por sus cascadas y los caminos abiertos por elefantes.
La falta de carreteras obliga a moverse en pequeñas embarcaciones o caminando por terrenos casi inexplorados.
La labor de los guías es fundamental en zonas donde la observación de fauna y el acceso dependen casi exclusivamente del conocimiento local y la capacidad de adaptación a un entorno salvaje.