Daniel Canogar: “Me interesa indagar en la creación como un acto de resistencia”

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 “Me interesa indagarDaniel Canogar: “Me interesa indagar en la creación como un acto de resistencia”

Hace no mucho tiempo, diría hasta el año pasado, observar videos, en las redes sociales, de gatitos o perros haciendo travesuras era casi un hábito familiar. La Inteligencia Artificial destruyó ese momento. Aparecen hoy en el feed, de manera mucho más seguida, situaciones inverorsímiles, a veces hasta desagradables, con animales como protagonistas que no despiertan los mismos sentimientos. Ni de cerca.

El placer, la risa, el asombro, el encuentro, se convirtió en indigestión. En este diálogo con el artista español Daniel Canogar no habrá referencias animalísticas, pero sí sobre la manera en que consumimos información y cómo ese cambio de paradigma alteró nuestra posibilidad de diálogo, de entendimiento del otro.

Canogar nos habla de una “dictadura del algorítmo” empresarial, aunque -aclara- que los algortimos “no son buenos ni malos” y por eso, junto a su estudio, realizan los suyos propios de manera artesanal para dar vida a una serie de obras tecnológicas que nos ponen el aquí y el ahora frente a las narices, pero desde la belleza.

El artista pasó por BuenosEl artista pasó por Buenos Aires como parte del programa "Presente continuo"

Canogar dialogó con Infobae Cultura durante su paso por Buenos Aires, como parte del programa Presente continuo —organizado por la Fundación Bunge y Born y la Fundación Williams— y donde dio la clase magistral abierta “Los algoritmos del arte” en la Fundación Andreani, además de dictar un workshop intensivo para los 24 becarios de distintos puntos del país que participan de la tercera edición del programa.

El artista tecnológico, especialista en imagen proyectada e instalación artística, quien vive entre Estados Unidos y España, es hijo del pintor Rafael Canogar, ​uno de los principales representantes de la abstracción española, y la estadounidense Anne McKenzie, reconocida por su arte botánico caligráfico, de quienes -por distintas circunstancias- recibió el empujón para dedicarse al arte, pero fue recién cuando dejó su país que pudo encontrar su propia voz.

Es imposible no pensar que tu “historia de origen” con el arte no estuvo relacionada con tus padres. ¿Hay algún momento que recuerdes como fundacional?

— Supongo que la tecnología relacionada con la fotografía y más específicamente la del laboratorio fotográfico, que lo descubrí a los catorce años, un adolescente un poco perdido, como suele ocurrir. Yo ahí de repente me encontré, vi la luz en la oscuridad, digamos, del laboratorio. Y es una síntesis de tecnología y de magia. La magia de ver la imagen aparecer ahí entre los líquidos, el misterio de la luz que atraviesa la oscuridad del laboratorio. Todo el ritual también de la música, de la radio al fondo, suavecita, la luz roja. En fin, había algo ahí de tecnología que me marcó, pero también de la parte más mágica que tienen las imágenes creadas tecnológicamente, que parece que son reales, pero no lo son. Que de repente, sobre todo en el entorno digital, también tiene ese componente de algo que está entre el mundo de la realidad y lo onírico, ¿no?

Mi padre tomaba las fotos de sus pinturas para catálogos. Entonces, vivíamos en una casa estudio. Entonces, había un laboratorio fotográfico que a mí desde pequeño me daba francamente miedo, pero luego, eso se convirtió en fascinación.

Mi entorno era muy artístico, muy abocado hacia la pintura. Yo, en un “acto de rebeldía” opté por la fotografía. Pero mis padres estimulaban mucho la creación y lo valoraba. Esto fue en España. Luego, ya me trasladé a Estados Unidos a los veintipocos años.

Ya ahí como artista, con una mirada clara de lo que querías hacer.

— Sí, totalmente. Y también un poco con una necesidad de buscar mi propia voz, mi propio camino. Al final, la sombra de los padres era grande. Toda mi vida, incluida también mi infancia, siempre estaba saltando de Estados Unidos a España, es parte de mi identidad.

De Contra balanza (1996), AlienDe Contra balanza (1996), Alien memory (1998) y Roll (1997)

En tu desarrollo artístico, en tus primeras obras se puede observar un trabajo con instalaciones donde la figura del cuerpo estaba muy presente y eso con el tiempo se va como difuminando. ¿Cómo fue ese proceso?

— Por un lado, tenía mucha influencia de muchos discursos artísticos de los ’90 que hablaban de las problemáticas del cuerpo. Desde mi perspectiva, esas problemáticas tenían que ver mucho con la dificultad de creerse con una identidad corporal en un mundo tan virtualizado. La idea de ese espacio fantasmagórico de la imagen es que resulta difícil encontrarse con el cuerpo humano, con la parte física de la carne, digamos.

La paradoja del trabajo de ese momento fue intentar encontrar lo carnal en un espacio donde no existía. Entonces, todo mi trabajo de esa época tenía que ver con la relación del cuerpo con la imagen, el cuerpo transformado en imagen, el cuerpo fantasmagórico que intenta encontrar su fisicidad en el espacio del mundo del carbono. Es un poco un contacto que de hecho sigue estando muy presente en mi trabajo, no tanto con el tema concreto del cuerpo, sino en la materialidad de la obra, donde casi siempre hay una relación entre un elemento escultórico matérico, que se le parece bien el cuerpo, y algo mucho más relacionado con la imagen proyectada, la imagen fantasmagórica, la imagen onírica. El choque de esas dos realidades es algo que sigue presente con la materialidad escultórica de la obra de arte.

Y es un cuerpo que en un punto tiene como muchos guiños con la historia del arte, entran el minimalismo, la abstracción, el informalismo...

— Es curioso cómo cambian las cosas. De joven me parecía que era redundante revisitar la historia del arte y ahora es lo único que hago. Porque la historia del arte para mí es dónde encuentro no solamente un refugio emocional, claves en el pasado para procesar y entender mejor el presente, y también enorme inspiración. De alguna forma eso es un elemento muy importante. Es algo que creo que ha hecho el artista desde el principio de los tiempos. Siempre ha revisitado el arte del pasado para darle un nuevo sentido en el presente. Eso es un aspecto.

Otro aspecto importante para mí es que creo que el mundo profesional del arte está dándole la espalda a la cultura visual del momento. En la cultura de la calle, que hoy en día se llama la cultura online, la cultura del streaming, la cultura de las redes sociales. Y toda mi última obra, de alguna forma, intenta crear un poco un choque entre el espacio refinado y un poco burbuja del espacio estético del mundo del arte, y la parte más sucia, más viva y más en contacto con el público general de la cultura visual de Internet. Casi todas las obras últimas minimalistas están todas conectadas a temas relacionados con el streaming, streaming pornográfico, streaming de videojuegos, streaming de información de alertas de cambio climático en tiempo real. Es decir, algo que de alguna forma tiene el pulso del momento de la realidad y que ocupa gran actividad del mundo online.

"Diorama II", de Daniel Canogar

De allí sale este interés por mostrar el mundo online en tiempo real, ¿no? Darle cuerpo, materialidad a situaciones que en un punto son efímeras y hasta inmateriales, más allá del soporte tecnológico.

— Yo creo que ha habido un cambio fundamental que he testimoniado, que tiene que ver con vivir un momento de consumo audiovisual que tenía su horario, sus ciclos. Por la mañana comprabas el periódico, quizás al final de la jornada, veías las noticias en la televisión. Pero más o menos se cerraba el ciclo de noticias ese día que luego volvía a empezar al día siguiente. Esos ciclos se han dinamitado completamente con el streaming veinticuatro horas, siete días a la semana, donde nunca se acaban las noticias, donde nunca llegamos al final de nuestro feed de Instagram o de Internet, que es un vasto casi infinito, o de TikTok. Siempre hay más y más y más. Y eso genera, yo creo, unos nuevos comportamientos relacionados con el consumo, con la producción y la distribución. Una producción de información que creo tiene consecuencias muy importantes, sociales, culturales, incluso políticas. Creo que cada vez está más claro cómo las redes sociales están generando una política populista muy problemática en el momento actual, y que mucho tiene que ver con no saber cómo procesar esta nueva realidad. Yo no sé cómo procesarla, y uso el arte para intentar entenderla. Pero no desde fuera, sino literalmente meterme y querer trabajar, “ensuciarme”, con esos nuevos ciclos algorítmicos, podríamos llamarlo, donde nada para nunca, donde siempre hay más y más y más. Y que crea, además, una verdadera crisis de conocimiento, una crisis epistemológica sobre cómo conocer, cómo relacionarse con la realidad, cómo distinguir lo importante de lo banal. Yo creo que ahí hay muchos temas muy importantes.

Decías recién que las redes generan una política populista, ¿a qué te refieres?

— Las redes sociales han radicalizado, a través de lo que se llama la dictadura del algoritmo, la mirada del ciudadano. Se nos da lo que ya conocemos y lo que ya, de alguna forma, confirma nuestra visión del mundo. Tanto de izquierda como de derecha, las redes sociales se alimentan de conflicto, que yo creo que es una gran naturaleza del ser humano, ¿no? Si vamos en carro por la autopista y vemos un accidente, es que nos paramos y queremos verle, nos atrae el conflicto, nos atrae la violencia. Y eso está generando un clima político a nivel global que de alguna forma ha contaminado nuestra capacidad de poder tener un diálogo, de poder escuchar opiniones contrarias y no pasa nada. Las redes sociales, con los algoritmos hechos muy ex profeso a nuestros gustos, han creado una burbuja de la cual es muy difícil salir. Y bueno, esto yo creo que está estudiado y que cada vez se ven más las consecuencias un poco nefastas que está creando esta polarización.

El algoritmo es esencial en tu trabajo. En ese sentido, los algoritmos tienen un sesgo, el del creador, son construcciones que buscar dirigir hacia algún lugar. Nunca son inocentes, inocuos o inocentes ¿Cómo interfiere en cómo vos producís?

— Claro, pero tienen un sesgo artístico, tienen un sesgo de concepto, tienen un sesgo, sobre todo humanista y sobre todo muy importante, yo y mi equipo codificamos los algoritmos, no nos vienen dados, no vienen dados por una empresa, por Google o Charge. El trabajo que hacemos nosotros, algorítmico, es artesanal. Cada vez estoy más convencido. Usamos nuestras manos para explicar códigos, es una paradoja, pero no entregamos el trabajo para que lo haga un ente de inteligencia artificial. Entonces, mi algoritmo, nuestros algoritmos, son diferentes. Los algoritmos no son ni buenos ni malos, pero el algoritmo que sale del estudio de Daniel Canogar es un algoritmo que cuestiona la realidad, que intenta buscar humanismo, que intenta buscar belleza y sobre todo, que intentan reflexionar sobre la realidad que nos ha tocado vivir.

Al principio hablabas de este ser humano fantasmagórico, que también se relaciona con esto que estás diciendo ahora: con toda esta información y tecnología, la presencia del humano pasa a ser un poco fantasmagórica dentro de la misma realidad, no solo en las redes sociales, sino también en cómo recibe la información. ¿Es algo que a vos te interesa indagar en las últimas obras?

— Sí, me interesa indagar en la creación como un acto de resistencia, como un cuestionamiento y sobre todo como una respuesta. O sea, yo creo que la gran dificultad que tenemos en el momento que estamos viviendo es que no somos incapaces de digerir, de procesar el bombardeo diario que recibimos de información. Nos aturde, nos traumatiza directamente. Las noticias de hoy día son traumáticas porque tenemos información muy actualizada de todo tipo de horrores que están ocurriendo en este momento. Y yo creo que el ser humano, parte de la salud mental y psíquica tiene que ver con poder procesar la información. Y si no, eso se enquista y crea una enorme desazón, un enorme trastorno, podríamos decir ¿no?

Entonces, volviendo al tema de lo fantasmagórico, tenemos que dejar de ser fantasmas para poder sujetarnos a la realidad, tenemos que recuperar el sentido del sujeto, del individuo, de nuestra identidad separada de la vorágine del mundo. Eso tiene que ver con poder digerir la realidad y responder a ella a través de cada uno con las herramientas que tenga a mano, que puede ser una pluma, puede ser una cámara fotográfica, puede ser un instrumento de música o puede ser, en mi caso, un algoritmo. Pero es una forma de resistencia a esa fantasmagorización del ser humano que está ocurriendo. No es un fenómeno reciente. Yo diría que incluso desde finales del XIX, principios del XX, entre 1800 y 1850, la cultura visual ya estaba aturdiendo la capacidad de ese humano de consumir el fenómeno urbano. La multiplicación de información por anuncios, carteles en las calles, transportes, todo ese bombardeo sensorial, que es algo que me interesa mucho, es algo que, de alguna forma, ya puso en marcha ese mecanismo de transformar al ciudadano en un fantasma, en un sujeto que recibe, recibe, pero no responde.

Otro de los temas que te interesan es la indagación sobre la memoria, ¿dónde nace ese interés en ese abordaje de la memoria?

— Todos los temas de los artistas son personales, ¿no? Lo personal para mí es el miedo a perder la memoria. Yo considero que tenía antes una memoria muy buena, tanto visual como verbal. Ahora es que no me acuerdo ni de mi propio nombre. O sea, eso tiene mucho que ver con el bombardeo de consumo audiovisual al que me he sometido. Yo soy adicto a las noticias. Si no hubiera sido artista, hubiera sido periodista, me interesa mucho el mundo del periodismo, leo mucho. Y eso ha hecho que mi memoria se haya erosionado bastante. Y yo sé que uno es lo que recuerda, ¿no? La identidad viene marcada por tus recuerdos. Y esos recuerdos son cada vez más intangibles, cada vez menos asimiles, se me escapan, me genera angustia. Una especie de afasia acelerada, de un presente que estás ahí en el momento constante, del momento actual, pero que de repente, ese eco del pasado, que es tan importante, es como que empieza un poco a perderse el contacto con él, ¿no?

Y luego, por otro lado, está la memoria colectiva, que también me interesa mucho. Y esto es lo que trabajo mucho a través de la obsolescencia tecnológica. Hubo una época en mi trabajo artístico, una fase que realmente empezó porque no tenía dinero, y descubrí que había mucha basura y que era gratis, y que esa basura contenía mucha información. Una arqueóloga especializada en el basurero de la Roma Imperial, que la conocí en un cóctel, me dijo que a una cultura realmente se la conoce por lo que tira. En ese sentido, eso me hizo pensar en mi propia cultura y la cantidad de basura que generamos y las memorias que están encerradas en esos objetos que yo, sobre todo de índole tecnológica, me interesaron mucho. Empecé a ir a centros de reciclaje, empecé a ir a puntos limpios, donde el ciudadano en España podían llevar un móvil o un ordenador antiguo. Empecé a ver el tsunami de material electrónico que estamos generando como basura a una velocidad increíble, y empecé a darme cuenta que dentro de esas tecnologías hay una memoria colectiva encerrada. Tanto la información que contiene, pero también de los recuerdos que tenemos del VHS o de los CDs, o los DVDs, e ir al videoclub a alquilar películas, eso a la gente le enternece, pensar en esos momentos. Y ahí, todas unas memorias colectivas de un pasado no tan remoto que activan las memorias en el público que hay en mis obras que me interesan mucho.

Otras Geologías (2005) Otras Geologías (2005)

Es como un arte povera tecnológico en un punto, ¿no?

— Sí, y no, busco no sucumbir a lo nostálgico. Tampoco se trata de pensar que esos tiempos eran mejores que los de ahora. Gran parte de mi trabajo con obsolescencia, con el arte povera tecnológico, como tú dices, tiene que ver con darles una nueva vida desde lo digital, generar un puente con ese momento, activar esas memorias, pero sobre todo para atraerlas al presente, ¿no?

Nombrabas a la inteligencia artificial. En una entrevista con Heather Dewey-Hagborg, dentro de Presente Continuo, me decía que en un momento, hace varios años, había como una búsqueda poética, filosófica, en el uso de la inteligencia artificial y que en los últimos años se había transformado como un hacedor de imágenes feas. ¿Estás de acuerdo con esa mirada?

— Bueno, tengo otra perspectiva. Ella viene un poco del mundo de la vida artificial, la biotecnología, y ahí especialmente es muy interesante. Sí, las imágenes que se están creando son feas, pero sobre todo son muy banales. Pero para mí, lo realmente interesante de la inteligencia artificial tiene que ver con el archivo. La inteligencia artificial es un devorador de archivos y los devora con tal rapidez que se le están acabando archivos que escanear y que procesar. El archivo, la biblioteca es un tema fascinante, porque yo que soy muy aficionado a las bibliotecas y librerías, que se están dejando de visitar. Las bibliotecas en Estados Unidos, las cosas buenas que tiene este país, están pobladas de homeless, prácticamente, donde van a pasar el día y donde pueden usar los edificios y encontrar refugio. La biblioteca tradicional, que se ha distinguido en general por intentar guardar lo mejor de cada tiempo, de archivar el conocimiento, es algo que con el archivo digital se está perdiendo, porque se ha explotado víricamente la cantidad de información que se está archivando y almacenando y está dificultando separar, como digo, lo trivial de lo trascendente. Lo que debemos guardar para el futuro de lo que es la basura. Posiblemente, como decía esa arqueóloga, hay más información ahora mismo en la basura digital que en lo que creemos que es importante, no lo sé. Pero en cualquier caso, creo que es importante reenfocar la discusión sobre la IA relacionada con el archivo y con la idea de la biblioteca mundial del conocimiento humano.

"Spool", de Daniel Canogar

¿Eso es lo que más te interesa dentro de tu trabajo, el abordaje entre IA y los archivos?

— Sí. Y también, desde una postura ya muy práctica, no conceder mi trabajo artístico a un chat GPT, sino seguir codificando, reivindicando lo artesanal. Utilizamos la IA y hay muchos proyectos recientes. Por ejemplo, tengo un proyecto, Data work, que es toda una serie de obras que hago con obras generativas, algorítmicas. Ya debo tener como 15 o más. Son todas en tiempo real, no tienen ni piso ni final. Y una que he hecho recientemente, crea composiciones a lo Mark Rothko, haciendo un análisis de inteligencia artificial de una página web americana que se llama TMZ, que es como de super paparazzi, lo más amarillista que uno se puede imaginar. Entonces, el algoritmo analiza la noticia y eso es lo que decide la paleta de colores en la composición.

Entonces, no quiero decir que no hay que utilizar el IA, yo creo que hay que mojarse y yo quiero ver a más artistas meterse con la IA para humanizarla, para generar ironía, generar complejidad, generar discursos contradictorios e incluso, por qué no, un poco de sentido del humor, que es lo más humano del mundo.

Esta indigestión de información que comentabas, ¿cómo haces para que tu obra no ingresa en esa lógica teniendo en cuenta que trabajas con la sobreadundancia de información del instante?

— Mis obras, cuando las presencias utilizan mucha información para generar esas imágenes, para consumirlas visualmente. El resultado suele ser hipnótico, suele ser visualmente atractivo y busco también no generar ansiedad, no generar caos, sino intentar buscar un orden en ese caos, encontrar un pulso a esa vorágine de información en la que claramente el ser humano se le ha ido las manos y no tiene capacidad de procesar tanta información. Yo a veces creo que siento que estoy haciendo un trabajo casi como desde la perspectiva de un extraterrestre que está observando el ser humano y está intentando encontrar ciertos patrones de comportamiento. Entonces, intento utilizar toda esa información para crear una síntesis, para crear una reflexión, tanto en un punto inicial visual, como que te atraiga visualmente. Yo quiero atrapar la mirada de mi público, porque como hay tanto ruido y nos distraemos tan fácilmente, quiero como: “Mírame, observa este trabajo”. Y en el mejor de los casos, espero conseguirlo, igual no es simple, crear una reflexión sobre lo que está viendo, una reflexión desde un punto de una atención alterada de la mirada del público. El arte tiene el potencial de cautivar nuestra mirada, de mantener nuestra atención durante más de tres segundos, que es lo que pasamos viendo pasando los posts de Instagram, ¿no? El arte tiene esa capacidad de que paremos y de que observemos y que pensemos lo que estamos observando. Eso me parece super rico. Es una experiencia que yo quiero que tenga mi público. La idea tiene que ver un poco con intentar crear una síntesis. Sí, es como intentar encontrarle el pulso a este nuevo ente que hemos creado, casi como una criatura. Y estamos tan metidos dentro que no lo vemos y nos aturde. Pero a lo mejor si nos distanciamos un poco y le ponemos un marco, un marco de una pantalla, de una imagen, podemos empezar a procesarlo, a entenderlo.

Maelstrom San Fernando, de Daniel Canogar

Tomando estas últimas definiciones que decías, ¿creés que esa es un poco la función del arte en la sociedad? Reformulo: ¿cuál crees que es la función del arte? Si es que la tiene.

— Para mí el arte es una herramienta muy egoísta. Es decir, yo necesito el arte para entender y observar mi realidad. Si no, me congestiono, me bloqueo, me aturdo. Y el arte yo lo necesito como herramienta para entender mejor mi realidad y procesarla en un sentido a veces muy emocional y muy profundo. En general yo creo que es lo que hace el arte. Lo que pasa es que tampoco me atrevería a decir que es la única función. Otra función, yo creo que es importante traer un poco de belleza al mundo.

Otra función es sorprender y sacarnos de nuestras burbujas y nuestro espacio de confort. Hay muchas funciones del arte, pero todas yo creo que tienen su razón de ser. Sí que creo que en el momento actual que estamos viviendo, que podemos estar de acuerdo que es un momento de una enorme fluctuación, de transición, de transformación, realmente casi día a día, ¿no? Vemos que, que lo que hemos conocido como nuestra realidad está cambiando a una velocidad trepidante, creo que hace falta más que nunca utilizar el arte para intentar... Sí, para mí la palabra digerir es la palabra. Yo además que tengo unos problemas digestivos, creo que es porque me cuesta digerir esta nueva realidad, ¿no? Pero, pero bueno, para mí eso es una función que creo que es bastante urgente en el momento actual. Me resulta difícil hacer un arte que sea meramente decorativo. Yo creo que tiene que trascender, tiene que indagar, tiene que intentar, conectar con esa realidad. No podemos permitirnos, entonces, aislarnos excesivamente.

No es momento para ser fantasmas.

— No lo es.

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