En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, el filósofo y profesor universitario Diego Garrocho reflexionó sobre la búsqueda de una buena vida, el papel del miedo en nuestra felicidad y la importancia de recuperar el largo plazo en una época marcada por la prisa y la dispersión. Señaló que gran parte de nuestro malestar nace de temores infundados y que aprender a reconocerlos es clave para vivir mejor.
Destacó el valor de los vínculos familiares y comunitarios como un sostén esencial del bienestar, frente al mito contemporáneo de la autosuficiencia individual. También habló sobre la necesidad de educar el deseo, moderar expectativas y reconocer la riqueza que hay en una vida “normal”, sin la obsesión por la felicidad extraordinaria que propone la cultura actual. El episodio completo podés escucharlo en Spotify y YouTube.
Diego S. Garrocho Salcedo es filósofo y profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, donde también ejerce como vicedecano de Investigación y coordina el Máster en Crítica y Argumentación Filosófica. Es columnista de El País, tras haber sido jefe de Opinión en ABC, y en 2021 recibió el Premio de Periodismo David Gistau. Como ensayista, es autor de títulos como Sobre la nostalgia. Damnatio memoriae y El último verano, y ha realizado estancias de investigación en la Sorbona, Boston College y el MIT.
— Sos escritor, sos filósofo, sos profesor universitario. ¿Cómo entra la filosofía en tu vida, qué estabas buscando y qué encontraste en ese camino?
— Entró en la vida de muchas personas de mi generación en la enseñanza media por culpa de un profesor que aparece un día en un instituto público de Madrid en primero de bachillerato. Ese fue el primer contacto. Yo tendría dieciséis años para diecisiete y una disciplina que tenía un nombre muy raro, pero que yo conocía porque había algunos libros de Ortega por mi casa porque mi padre había sido lector de Filosofía. Pero no la conocía de una manera tan ortodoxa como lo que uno conoce en el instituto. Sigo teniendo contacto con aquel profesor, a veces bromeo con él y le digo que tuve la mala suerte de cruzarme con él, porque eso hizo que en lugar de dedicarme al derecho y de ser abogado como era mi padre, pues me dedicara a algo como la filosofía. Me parecía que era la disciplina que afrontaba de manera más radical todos los problemas. Pero creo que la filosofía me interesa en la medida en la que, así sea tentativamente, se obliga a dar respuestas. Respuestas que no sean definitivas, que estén abiertas a ser disputadas y discutidas por otras personas, pero que hay que correr el riesgo de formular, de aventurarse a dar algunas respuestas.

— Este pódcast, centrado en el bienestar mental, físico y emocional, que se cruza con la filosofía, porque el bienestar surge del autoconocimiento y de hacerse preguntas que guíen nuestra vida. En tu caso, ¿cuáles son las preguntas que te haces con frecuencia, las que más te interesan o te atrapan?
— La pregunta por el bienestar y la vida buena es una de las preguntas esenciales de la tradición filosófica. Y es curioso cómo casi en todo momento, la filosofía se ha preguntado por esa vida buena. Yo creo que esa opción por la vida buena, con cómo debería vivirse la vida, cuál es la mejor vida posible, esa es una de las preguntas donde, no porque me la haga yo, sino porque creo que me puedo servir de la tradición filosófica para responderla, es de las más habituales. Y si me preguntaras ahora, y eso es fruto también de mi circunstancia, creo que uno de los elementos vertebrales en esa construcción de la vida buena es el vivir una vida sin miedo. El miedo está detrás de gran parte de nuestro malestar.
Podemos sentir miedo sobre cosas que no van a ocurrir nunca. El miedo nos genera en muchas ocasiones una infelicidad mayor que la vivencia o la experiencia de las cosas que nos hacen sentir ese miedo. Y luego hay otra pregunta muy clásica es la experiencia del sentido, ¿no? El hacia dónde, el rumbo de una vida. Tratar de buscar metas últimas o metas finales que nos permitan orientar las acciones de cada día. Y creo que ahí, normalmente, sobre todo en el mundo contemporáneo, tan atravesado por la prisa y por estímulos que rompen nuestra concentración y conciencia, somos muy hábiles a la hora de detecta ok r o de saber o de discernir qué tenemos que hacer hoy, pero rara vez orientamos lo que vamos a hacer hoy en virtud de lo que hemos decidido que queremos que sea nuestra vida a 5, 10 o 30 años. Y ese largo plazo, que es casi un enemigo del mundo contemporáneo, es otro de los elementos que parte de la tradición filosófica nos puede ayudar a reparar. Yo creo que no hay ningún problema que pensar en los disfrutes y en el deleite presente razonable y es un elemento vertebral de nuestra felicidad, pero sí creo que se han quebrado las condiciones materiales con las que alguien podía imaginar su vida a largo plazo. En general, yo creo que el siglo XXI es un siglo enemigo del largo plazo.
— Creo que otra de las cosas que se dejan de pensar un poco a largo plazo tiene que ver con lo más vincular, con la institución de la familia, con la pareja...
— Sí, el proyecto de vida sin raíces que nos habían enseñado. Yo, generacionalmente nazco en el año 84, me educo en los 90, he vivido el crecimiento de las democracias liberales, y la receta que nos daban era que teníamos que salir de casa relativamente pronto, que tendríamos que tener una experiencia internacional, que a ser posible nuestra familia tendría que ser una familia vinculada a un territorio que no fuera nuestro territorio de proximidad, tener una pareja noruega, norteamericana, y que ese sería el mejor sueño posible.
Yo he tenido la suerte de poder, eh, vivir fuera en distintos momentos de mi vida y hoy puedo decir con mucha convicción que de los mayores logros de mi vida está el vivir a quince minutos de casa de mi madre, veinte de casa de mi hermana y a veinte minutos de la tumba de mi padre, ¿no? Pues este escenario de proximidad, a mí me parece que es un asidero que a mí personalmente me genera bienestar y creo que puedo encontrar razones públicas y exhibibles que expliquen que ese debería ser un derecho al alcance de aquellos que quisieran vivir de esta manera. Quien no quiera vivir de esta manera no tiene por qué hacerlo. Pero creo que hurtarle a las nuevas generaciones la posibilidad de vivir así, de lo que yo he considerado que para mí era una vida valiosa, creo que es peligroso e injusto.
— ¿Cómo diferenciás entre un miedo real de uno que está en tu cabeza? ¿Cómo detectás ese patrón y qué hacés cuando lo identificás?
— Distingues muy bien entre el miedo que puede ser saludable o que puede ser interesante y el miedo infundado, que es el miedo que tiene sesgos más patológicos. Esta es una de las pocas ocasiones donde yo creo que la filosofía me ha ayudado. Y digo pocas ocasiones porque yo desconfío en general de que la filosofía sea una disciplina utilísima y que nos haga más felices o mejores. No siempre es cierto, pero cuando has reflexionado acerca del miedo, y es otra de las constantes, sí he encontrado en las recetas a lo mejor más teóricas, desde Aristóteles hasta Jobs, soluciones que me permiten, por lo menos, hacerme consciente del modo que tememos. Luego el ejercicio autoconsciente de vigilarte, autoconocerte y de prestar atención a cuáles son las cosas que normalmente has temido y que nunca se han cumplido.
Ahí uno puede tener un cierto patrón. Yo, por ejemplo, era un estudiante muy inseguro que tardé muchos años en darme cuenta de que sacaba muy buenas notas, movido precisamente por el miedo a suspender. Yo siempre estaba convencido de que iba a suspender. Bueno, pues cuando temes diecisiete veces algo que no ocurre, pues tienes que regalarte la opción de ser un agente racional. Muchas de las cosas que tememos se vuelven muy pequeñas cuando asumimos que dentro de ¿cuánto? ¿Dos años, 30 años, 50 años? No vamos a estar, ¿no? Entonces, vivir desde esa perspectiva la condición, la asunción de la mortalidad, yo creo que es otro elemento lúcido y que nos ayuda a vivir. Pero yo en eso sí confío que el conocimiento suele salvarnos. Yo en eso soy muy platónico. Saber es preferible a no saber. La verdad, por dolorosa que sea, acaba asentándose en una región que te ayuda a soportarla. Y siempre es mejor, conocer que ignorar.
— Hace un tiempo entrevisté a Enrique Rojas y él decía que “la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria”. En este caso sería como no acordarse o decidir ignorar ciertas verdades.
— Lo de la mala memoria lo expresaba también Nietzsche con mucha gracia. Decía que se puede vivir sin recordar, pero lo que es absolutamente imposible es vivir sin olvidar, ¿no? Y es muy curioso porque existen muchos protocolos para entrenar la memoria, pero nadie nos enseña a olvidar. Es algo que todos deseamos cuando uno rompe con una pareja, siempre hay algún amigo que te dice: “Tienes que olvidarla”. Y uno dice: “¿Cómo se aprende a olvidar?” ¿Hay receta para la felicidad? Pues yo lo desconozco y creo que no, y que quien diga que la tiene, está tomando un atajo.

Si hubiera una receta para la felicidad, no seguiríamos durante tantísimos siglos preguntándonos qué es la felicidad o qué es la vida buena o el bienestar.
A veces, en momentos de urgencia, de crisis social, parece que deberíamos conformarnos ya no con una vida buena, sino con una vida soportable. Que no exista una respuesta definitiva nos permite seguirnos preguntando. Pero sí creo que la vida consciente, con examen, que no es pura anticipación espontánea, que la vida consciente, al fin y al cabo, es una vida normalmente más rica. Y la vida, en ocasiones volcada no tanto a hacer acopio para tu propia felicidad, también creo que puede ser un buen recurso para la vida buena. Mi abuelo, que era un hombre muy sencillo, no había leído a Hegel ni a Kant ni a ninguno de los cabezones que solemos citar los filósofos, guardaba un papelito en su cartera de hombre humilde donde se leía: “La felicidad es hacer felices a los demás”.
Y yo, después de mucho tiempo, creo que mi abuelo llevó una vida más rica, más admirable y probablemente más feliz, a pesar de las muchísimas dificultades, que la de muchos gurús que andan ganando mucho dinero vendiendo recetas de felicidad y que en el fondo no son más que formas de sublimar el egoísmo. mi abuelo fue combatiente en una guerra y vivió miseria, un país destrozado con una dictadura, posguerras. Pero sí creo que de las cosas que se perdieron o que si hacemos un balance de lo que es mitad de los años 50 en adelante, el desarrollismo posterior, luego la bonanza económica...
De las cosas que nos dejamos por el camino, sí fue la experiencia comunitaria. Y de hecho creo que eso es algo que se está empezando a recuperar. La necesidad de reconstruir vínculos comunitarios es algo que está detrás de todas las ideologías de izquierdas y derechas contemporáneas. Y esto sirve para explicar los identitarismos vinculados con el universo woke, si queremos, con el desarrollo de nuevas formas de nacionalismo o con las experiencias más conservadoras de reivindicar la familia estable. Todas tienen en el centro la recuperación de la necesidad de reconstruir la comunidad, porque el mito del self-made man o de la persona que sola puede hacer frente a la realidad, yo creo que se ha demostrado falso, ¿no? Entonces ya no queda gente a la que puedas engañar con eso, o ya no puedes construir un relato social ganador. Somos porque somos en comunidad y necesitamos construirnos en una reciprocidad. Incluso si hablamos de felicidad, esa es una idea platónica que sin duda es bella y podemos discutir si es verdad, pero desde luego es bella. Platón decía que no se puede ser feliz en una ciudad de personas infelices, como que hay una suerte de contagio, una dimensión del rebaño que determina también lo feliz que tú puedas ser. No sé si es verdadero. A lo mejor hay alguien, algún apologeta del egoísmo con los que hay que dialogar y me parece que es una tentación intelectual relevante. Pero yo sí creo que hay una deuda recíproca en el bienestar y que no podemos aspirar a ser felices sin preocuparnos por la felicidad de otros.

— Recién mencionábamos algunas cosas de esta época actual, de estar siempre muy apresurados y en busca de la próxima cosa. ¿Cómo se puede tener un buen equilibrio entre lo que es deseo, que nos moviliza, nos genera sensaciones y estar satisfechos? Porque creo que algunas veces son como opuestas.
— Eso sería muy estoico ese equilibrio con respecto al deseo. Lo primero es que el deseo se educa y esa es otra de las cuestiones esenciales dentro de toda la tradición clásica. A mí me decepciona mucho cuando todos en algún momento decimos: “Bueno, es que yo soy así”. Abandonarse a ese estado de acabamiento, donde uno piensa que es de una determinada manera, eso no es cierto. En cada deseo, acción y decisión, nos vamos construyendo. Y si hemos tenido deseos que han ido normalmente en una dirección, lo podemos educar. Y de la misma manera que educamos el oído para que nos pueda gustar la ópera, si antes no nos gustaba, podemos educar nuestro deseo. Luego hay otro rango relevante que es adecuar las expectativas. Hay gente que aspira a cosas que no son saludables, ¿no? Pues hay jóvenes que a lo mejor aspira a tener tres Lamborghini y ser un billionaire.
No digo que esté mal, pero a lo mejor no es una expectativa razonable en alguien que haya nacido en una ciudad española dentro de la clase media. Tampoco sé si es admirable ese tipo de construcciones desiderativas, pero creo que mantener ese equilibrio entre lo que vas a poder conseguir y lo que efectivamente te dinamiza y te hace transformar tu vida, yo creo que es una de las soluciones posibles. Hay cosas que damos por sentadas y que nos parecen muy livianas, como por ejemplo tener una familia funcional, que parece que es una cosa muy sencilla y a mí me parece que es un deseo ambiciosísimo. No hay tantas.
Entonces, esto que nos puede parecer como muy normal es, oye, ser una familia normal o llevar una vida normal. Por lo menos para mí forma parte de mi primera ambición y no he llegado a conseguirlo, ¿no? Me sigue excitando lo suficiente como para trabajar y construir una vida así, pero me sigue constando y sigo teniendo suficientes agujeros en mi vida como para tenerme que esforzar todos los días.

— Uno de afuera ve todo normal, pero si hilas fino y entrás a la trastienda, empezás a ver los detalles y te das cuenta que casi nadie tiene una vida normal. Aunque también sería interesante definir qué es una familia normal o una vida normal.
— Si pensamos en términos familiares, una familia que tiene los suficientes agujeros como para hacerse soportable. Porque una familia normal, pues no hay un modelo de familia única que sea normal. Es una familia que no colapsa, ¿no? Pues una familia, un contexto cotidiano donde tu realidad es más o menos soportable, donde es más o menos llevadera, que es una relación de amor normal, pues lo trasladaría a eso, ¿no? Pues las relaciones normales están llenas de secretos, frustraciones, previsiblemente traiciones. Pero a lo mejor puede operar el perdón como un elemento asequible para una familia o una pareja normal. Es decir, también hay una normalidad en esa aspiración, donde se encuentra esa tonalidad que puede acabar siendo frecuente y que no llama la atención por no ser extravagante en ningún sentido, pero que, sin embargo, es un refugio suficiente.
Entonces, este furor casi californiano de querer ser muy feliz, extravagante, superlativamente gozoso, a mí es que me puede. Entonces, por eso cuando hablo de normalidad, habrá quien esté sospechando que estoy prescribiendo normativamente un tipo de familia o de vida y no. Habrá otros que piensen que lo que estoy haciendo es una apología de la mediocridad, y sí. Esa mediocridad a mí me parece que es muy difícil de conseguir. Muchas veces no admiramos cosas que son frecuentes, pero que forman parte del trabajo y del afán de casi todas las vidas y debemos darnos un aplauso cuando alguien lo consiga.
— Escuchaba a una escritora argentina que decía que antes la gente soñaba con un trabajo, con ser médico, escritor, lo que fuera, y hoy el sueño ya no es un trabajo puntual sino ser millonario.
— Sí, cuando en otro tiempo el ser millonario es la consecuencia de una vocación. Esto está super auditado científicamente. La existencia de una vocación, cuando antes hablábamos del destino de una vida, el que tengamos la sensación de que las horas de trabajo que empeñamos, normalmente, pues un tercio de nuestro día, en ocasiones más, las invertimos en algo con sentido, ese es uno de los elementos más creadores de bienestar que podamos imaginar. Para mí, uno de los elementos esenciales de la poca o mucha felicidad que yo tenga es el haber dedicado mi vida a algo que yo creo, con toda humildad, que merece la pena.
No se me ocurren muchos mejores trabajos, lo digo de verdad, que ser profesor de Ética y Filosofía Política, o que tener el privilegio de tomar, la palabra en espacios públicos para, con mucho cuidado, tratar de formular soluciones a las cuestiones que ocurren. Entonces, el encontrar una dedicación a la que tú le encuentras un sentido, donde te sientes realizado, donde crees además que estás ejerciendo una generosidad, donde el beneficio de tu tarea no redunda solo en tu beneficio personal y tangible, yo creo que ese es un elemento central de las vidas logradas, de nuevo, porque te plantea una finalidad que te trasciende.

—Diego, te hago la última pregunta que le hago a todos los invitados de este podcast: que nos dejes algo para compartir. Puede ser la recomendación de un libro, una idea que tengas dando vueltas, algo que últimamente te haya sorprendido o conmovido, lo que quieras.
— Voy a dar uno de los pocos de los que estoy seguro que son buenos, que son saludables y de la misma manera que los médicos prescriben una hora de paseo, 10 mil pasos y demás, yo creo que es bueno reservar media hora de silencio consciente todos los días de tu vida. Silencio consciente es no hay un móvil, no hay nada. Media hora para pensar, para reflexionar. Tampoco valen los minutos de la basura, no vale antes de dormir, que nos regalemos media hora para pensar sobre aquellas cosas que nos conmueven, que nos duelen, que nos motivan o que nos hacen felices, pero que vivamos una vida pensada.
— ¿Qué encontraste en esos ratos de silencio?
— ¡Ah! Pues de todo, porque es como abrir el desván. Pues en donde encuentras monstruos, encuentras cosas valiosas, pero creo que es imprescindible para vivir una vida consciente.