
El papa Francisco, fallecido el lunes pasado en el Vaticano a los 88 años, será despedido con un funeral que marcará un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica. Jorge Mario Bergoglio dejó instrucciones claras para que su entierro reflejara los valores de sencillez y humildad que promovió durante su papado. Este cambio, que él mismo impulsó al aprobar nuevas normas litúrgicas, busca alejarse de los rituales opulentos que caracterizaron los funerales de sus predecesores.
En abril del año pasado, el Sumo Pontífice aprobó una nueva edición del libro litúrgico para las exequias papales, conocido como el “Ordo Exsequiarum Romani Pontificis” (Rito de las exequias del Romano Pontífice). Este documento, publicado en noviembre pasado, establece directrices que simplifican los ritos funerarios de los pontífices, con el objetivo de destacar su papel como pastores y discípulos de Cristo, en lugar de figuras de poder terrenal.

Uno de los cambios más notables en las exequias papales es la eliminación del uso de tres ataúdes, una práctica que había sido parte de los funerales de los pontífices durante siglos. Esta tradición, que simbolizaba la dignidad y el poder del papa, será reemplazada por un único ataúd, en línea con la visión de Francisco de un entierro más sencillo y acorde con los valores cristianos.
Esta decisión es parte de un esfuerzo más amplio por despojar a los funerales papales de elementos que puedan interpretarse como símbolos de riqueza o poder. En lugar de ello, se busca enfatizar el papel del papa como líder espiritual y pastor de la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo de Cristo.
La decisión de Francisco de reformar las exequias papales no solo refleja su visión personal de la Iglesia, sino que también establece un precedente para futuros pontífices. El impacto de estas reformas va más allá del simbolismo. Al simplificar los funerales papales, Francisco envía un mensaje poderoso sobre la naturaleza de la Iglesia y su misión en el mundo.
Sin embargo, el funeral de este domingo de primer papa latinoamericano lleva a recordar al de sus dos últimos antecesores que, por diferentes motivos, quedaron en el recuerdo.
El 2 de abril de 2005, a las 21:37 horas, el Vaticano anunció oficialmente la muerte de Juan Pablo II, marcando el inicio de un periodo de “sede vacante” tras el fallecimiento del pontífice a los 84 años. Este suceso no solo significó el fin de un pontificado de 27 años, sino que también dio paso a un evento sin precedentes en el siglo XXI: el primer funeral de un Papa en esta nueva era. El entierro de Karol Józef Wojtyła, conocido como “el Papa bueno”, se convirtió en un acontecimiento de relevancia mundial, reuniendo a líderes de más de 80 países y representantes de ocho casas reales.
El estado de salud de Juan Pablo II había generado preocupación en las semanas previas a su fallecimiento. En sus últimas apariciones públicas, el deterioro físico del pontífice era evidente, al punto de que ya no podía articular palabras. Su muerte marcó el inicio de un complejo protocolo fúnebre en la Santa Sede, que no se había activado en casi tres décadas. Este proceso incluyó la organización de un funeral de Estado que congregó a miles de personas en la Plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano.
Entre el 2 y el 8 de abril -día del funeral- más de tres millones de fieles llegaron a la capital italiana para despedirse de Juan Pablo II.
El día del funeral se estima que en la plaza hubo cerca de medio millón de personas, y otro medio millón siguió el histórico evento por las pantallas ubicadas en diferentes partes de la ciudad.
El pontificado de Juan Pablo II dejó una huella imborrable en la historia contemporánea. Durante su mandato, el Papa polaco desempeñó un papel crucial en algunos de los cambios políticos más significativos de la segunda mitad del siglo XX. Su influencia fue especialmente notable en la caída del comunismo en Europa del Este, donde su apoyo al movimiento Solidaridad en su natal Polonia fue determinante. Este legado político y espiritual quedó reflejado en la magnitud de su funeral, que fue descrito como un homenaje global a su figura.
El entonces cardenal Joseph Ratzinger, quien más tarde sería elegido como Benedicto XVI, ofició el funeral de su predecesor. En su homilía, que quedó grabada en la memoria colectiva, destacó la figura de Juan Pablo II como un líder espiritual de alcance global.
El evento no solo atrajo a cientos de miles de fieles, sino que también contó con la presencia de líderes políticos y religiosos de todo el mundo. Entre los asistentes se encontraban los Reyes Juan Carlos y Sofía de España, así como la Reina Margarita de Dinamarca, quienes representaron a las casas reales europeas.
La diversidad de los asistentes subrayó el impacto universal del pontífice, cuya labor trascendió las fronteras del catolicismo para influir en la política y la sociedad global.
El funeral de Juan Pablo II no solo fue un acto de despedida, sino también un evento cargado de simbolismo. La ceremonia se llevó a cabo en la Plaza de San Pedro, un lugar emblemático para la Iglesia Católica. La multitud que se congregó allí reflejaba la diversidad de los fieles que el Papa había inspirado durante su pontificado. Desde líderes mundiales hasta ciudadanos comunes, todos se unieron en un último adiós al hombre que había guiado a la Iglesia durante casi tres décadas.
Durante el funeral, celebrado en la explanada de la basílica de San Pedro, la multitud pedía su canonización inmediata, gritando en italiano: “¡Santo súbito!” (“¡Santo ya!”).
La ceremonia fue retransmitida por todo el mundo, como en Cracovia, su ciudad natal en Polonia, donde 800.000 personas la siguieron en pantallas gigantes.

El impacto de este evento se sintió más allá de las fronteras del Vaticano. La cobertura mediática global permitió que millones de personas en todo el mundo siguieran el funeral en tiempo real, convirtiéndolo en uno de los eventos más vistos de la historia. Este nivel de atención mediática subrayó la importancia de Juan Pablo II como una figura no solo religiosa, sino también cultural y política.
El entierro de Juan Pablo II marcó un precedente para los funerales papales en el siglo XXI. La magnitud del evento, tanto en términos de asistencia como de impacto mediático, estableció un estándar para futuros pontífices. Este funeral fue un reflejo del papel central que el Papa había desempeñado en la escena internacional, así como de la profunda conexión que había establecido con los fieles de todo el mundo.
A 20 años de aquel histórico evento, el recuerdo del funeral de Juan Pablo II sigue vivo como un testimonio de su legado. Su figura continúa siendo un símbolo de unidad y esperanza para millones de personas, y su funeral permanece como un ejemplo de cómo un líder espiritual puede trascender las barreras religiosas y políticas para dejar una marca indeleble en la historia.
El 31 de diciembre de 2022, a las 9.34, el papa emérito Benedicto XVI murió en su residencia del monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano. A diferencia de los otros pontífices, su fallecimiento no fue anunciado en la Plaza de San Pedro, sino por Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa del Vaticano.
Posteriormente, su cuerpo fue colocado en la capilla del monasterio en el que vivió tras su renuncia.
El funeral de Benedicto XVI, celebrado en la plaza de San Pedro del Vaticano el 5 de enero de 2003, no solo representó un momento solemne para la Iglesia católica, sino también un evento cargado de simbolismo histórico. Presidida por el papa Francisco, la ceremonia evocó inevitablemente el recuerdo de las exequias de Juan Pablo II, realizadas en el mismo lugar en abril de 2005.
La atmósfera que rodeó el funeral de Benedicto XVI fue notablemente distinta a la que se vivió tras la muerte de Karol Wojtyla. En 2005, la Iglesia católica enfrentaba la incertidumbre de un cónclave inminente y la expectativa global por la elección de un nuevo pontífice. En contraste, la despedida de Benedicto XVI se desarrolló en un contexto más sereno, reflejo de su carácter reservado y de su decisión de renunciar al papado en 2013, un acto sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia. De hecho, solo asistieron delegaciones oficiales de Italia y Alemania, su país natal.

No obstante, no estuvo exento de complejidades, ya que su fallecimiento puso fin a una década de equilibrio entre dos figuras papales que convivieron en el Vaticano.
El papa Francisco, quien presidió la misa de réquiem, ofreció una homilía en la que centró sus palabras en reflexiones sobre Jesús crucificado y la labor pastoral, haciendo una alusión implícita a Benedicto XVI. En sus palabras, destacó “la conciencia del pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado”. Como cierre, expresó: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”.
Durante los años de convivencia en el Vaticano, Francisco había descrito a Benedicto XVI como “un sabio abuelo” cuya presencia era una fuente de consejo y apoyo.
Ratzinger fue enterrado en las Grutas Vaticanas, en la tumba que antes ocupaban los restos de Juan Pablo II.