
En el imaginario colectivo, Capri suele asociarse a la postal clásica del Mediterráneo: una isla salpicada de villas cubiertas de buganvillas, con calles blancas bordeadas por tiendas de lujo y un desfile incesante de celebridades y turistas con sombreros de ala ancha.
Esa imagen, aunque verídica en parte, encierra apenas una fracción de lo que realmente representa este enclave del sur de Italia.
Según la plataforma Caprionline, el problema de percepción responde tanto al escaso tiempo que dedican los visitantes, la mayoría en excursiones de un solo día desde Nápoles, Sorrento o cruceros, como a la influencia de las redes sociales, que han reducido a Capri a “una sola postal” compuesta por la Piazzetta y los farallones que emergen del mar.
Capri, ubicada en el golfo de Nápoles, frente a la península de Sorrento, es una isla de origen volcánico perteneciente al archipiélago de las islas Flegreas. Tiene una geografía abrupta, con acantilados que se alzan sobre el mar Tirreno y una superficie dividida en dos núcleos urbanos muy distintos.

Hacia el este, la ciudad de Capri se yergue como centro de la vida social y el turismo masivo, con la famosa Piazza Umberto I como epicentro.
Este punto neurálgico, también conocido como la Piazzetta, ha sido comparado con un teatro al aire libre, donde se dan cita personalidades del mundo del espectáculo, artistas y turistas de todo el mundo, en un entorno de cafés, terrazas panorámicas y acceso a boutiques de alta gama por calles como Via Camerelle.

En cambio, al oeste, Anacapri se presenta como la hermana rústica y elevada de Capri Town. Este poblado está situado en un terreno más alto y ofrece una experiencia opuesta a la ostentación.

Caminar por allí implica atravesar senderos empedrados bordeados de flores silvestres y naranjos, con vistas repentinas al mar desde barrancos dramáticos.
Aunque no está exenta de visitantes, el ritmo en esta zona es otro, más propenso a la contemplación y el contacto con la naturaleza.

Explorar Capri implica también adentrarse en su historia milenaria. El emperador romano Tiberio eligió la isla como su refugio y desde allí gobernó el Imperio en los últimos años de su vida. Dejó huella con la construcción de villas como la majestuosa Villa Jovis.

Mucho después, ya en el siglo XX, artistas, escritores y cineastas internacionales convirtieron a Capri en un ícono del turismo de élite.
En esta línea, la película Another Simple Favor, estrenada este año, sitúa su historia entre los acantilados y hoteles de lujo de la isla, reforzando esa imagen glamorosa que la envuelve.

Más allá de sus museos, historia y alta gastronomía, Capri ofrece un entramado de senderos poco transitados que descubren una faceta más salvaje del territorio.
Uno de ellos es el Sentiero dei Fortini o Sendero de los Pequeños Fuertes, una ruta de seis kilómetros que une los restos de fortificaciones borbónicas del siglo XIX, desde la Gruta Azul hasta Punta Carena.

En este camino, se atraviesan laderas cubiertas de romero silvestre y tunas espinosas, y el recorrido rara vez se comparte con otros visitantes.
Al final, en el Fuerte Orrico, se alcanza un punto donde se observa el mar desde un acantilado de 30 metros, con las islas de Ischia y Procida al fondo, emergiendo como jorobas de monstruos marinos petrificados.

Otra forma de ascenso hacia Anacapri, ideal para quienes buscan una experiencia más exigente, es la Scala Fenicia. Esta escalera de piedra fue tallada por los antiguos griegos y cuenta con 921 escalones que se abren paso entre olivos y terrazas de limoneros, desde Marina Grande hasta Villa San Michele.

Este último es uno de los museos más visitados de la isla y fue la residencia del médico sueco Axel Munthe, construida sobre ruinas romanas. A pesar de la dificultad del ascenso, muchos viajeros eligen esta vía como una manera de reencontrarse con la topografía y la historia original de la isla.
Pero no todo en Capri son postales idílicas ni experiencias sublimes. En julio de 2024, la isla enfrentó una crisis crítica por una avería en la red de suministro de agua que la conecta con la península, concretamente con Castellammare di Stabia.
Según la agencia EFE, el municipio decretó una prohibición temporal de entrada a turistas, permitiendo únicamente el acceso a residentes, personal esencial y huéspedes con reservas en alojamientos que tuvieran depósitos de agua autónomos.
Esta situación dejó varados a cientos de turistas en el puerto de Nápoles en pleno verano, provocando malestar entre comerciantes y trabajadores del sector turístico.
Las autoridades distribuyeron agua mediante camiones cisterna, asignando 25 litros por familia y apelando a “la colaboración y el sentido común” de la población residente hasta que se normalizara la situación.
Por otro lado, según Trip Advisor, a nivel gastronómico, Capri ofrece opciones que van desde lo tradicional hasta lo más refinado. En Anacapri, el restaurante La Zagara destaca por estar inmerso en un limonar, mientras que Il Riccio, junto a la Gruta Azul, forma parte del exclusivo Jumeirah Capri Palace.

Para un almuerzo más informal, el quiosco Da Antonio en Punta Carena es popular por su panini, helados y ensalada panzanella con berenjena.
En el lado opuesto, en Marina Grande, el Bar Il Gabbiano se ha convertido en un favorito para desayunar antes de tomar el ferry, con opciones como croissants de chocolate blanco y zumo de naranja fresco.

La forma más frecuente de llegar a la isla es por vía marítima. Los ferris parten desde Salerno, Nápoles o Positano, y el desembarco suele realizarse en Marina Grande. Desde allí, los visitantes pueden utilizar el funicular para llegar a la Piazzetta, alquilar scooters o tomar autobuses que conectan con Anacapri.
En temporada alta, los tours privados por mar también permiten conocer grutas y formaciones rocosas de difícil acceso terrestre.