
El caballo Pinto, conocido también como “caballo pintado”, ha ocupado un lugar destacado en la historia de los pueblos indígenas de Norteamérica.
Su pelaje moteado lo convirtió en un aliado estratégico durante las batallas, ya que permitía distinguir con facilidad a las monturas propias de las enemigas. Este rasgo distintivo no solo le otorgó valor práctico, sino que también lo posicionó como un símbolo de identidad cultural.
La presencia del Pinto en el continente se remonta al siglo XVI, cuando surgió del cruce de caballos salvajes con ejemplares andaluces de capa pía. Desde entonces, esta raza fue apreciada tanto por su resistencia como por su belleza.
Su particular pelaje llegó a convertirse en un elemento de reconocimiento, al punto de ser mencionado en relatos y canciones del Lejano Oeste que exaltaban sus hazañas.
En la actualidad, el Pinto no solo conserva su relevancia histórica, sino que también continúa siendo un caballo muy solicitado en actividades ecuestres y deportivas.
Asociaciones internacionales, como la American Paint Horse Association, han contribuido a catalogar y preservar sus características, lo que ha reforzado su presencia en competencias de rodeo, doma y salto.

De acuerdo con Terránea, marca especializada en seguros para caballos, el Pinto fue “la montura favorita de los indios de Norteamérica”. Su popularidad se debía a que, a diferencia de los caballos unicolores, “los indios veían enseguida al enemigo, cuyos caballos unicolores no se podían confundir con sus propias monturas, de bella capa moteada”.
En la década de 1960 se realizaron esfuerzos en Estados Unidos para registrar oficialmente a esta raza. Según la normativa establecida, la capa del Pinto debe presentar al menos una mancha blanca sobre piel de color rosa, con un diámetro mínimo de 12 pulgadas.
La American Paint Horse Association (APHA), fundada en 1965 y con sede en Fort Worth, Texas, es la encargada de reconocer a estos ejemplares a nivel internacional.
Este tipo de ejemplares suelen medir entre 1,52 y 1,62 metros a la cruz y alcanza un peso aproximado de 485 kilos. Su cabeza es pequeña, de perfil cóncavo y con ojos claros brillantes que destacan entre sus rasgos físicos.
Sus patas, en la mayoría de los casos, son blancas, mientras que el pelaje puede presentar dos patrones principales: tobiano, con predominio del blanco en el cuerpo, o pío, con base de color y manchas blancas que rara vez cubren el lomo.
Respecto a su temperamento, se trata de un caballo “inteligente, dócil y robusto”. Su resistencia y velocidad lo convierten en un ejemplar apto para diversas funciones, desde el trabajo en el campo y el cuidado del ganado, hasta competencias ecuestres de tiro, salto y rodeo.

El nombre Pinto proviene del término “pintado” y hace referencia directa a su pelaje moteado. Según registros históricos, si un ejemplar no presentaba manchas lo suficientemente vistosas, los pueblos indígenas lo maquillaban para realzar su apariencia. Este rasgo fue considerado un camuflaje natural y un signo de distinción, tanto en la corte española como entre vaqueros del Viejo Oeste.
El legado del Pinto ha sido recogido en relatos y canciones que lo posicionaron como un caballo de hazañas memorables. Su esperanza de vida varía entre los 20 y 25 años en libertad, aunque bajo cuidados veterinarios puede alcanzar entre 30 y 35 años.
En términos económicos, el Pinto sigue siendo un ejemplar valorado en el mercado. De acuerdo con E Horse, empresa especializada en la venta de equinos, esta raza puede llegar a costar hasta 6 mil euros, dependiendo de sus características y su pedigrí.