Se estima que 350.000.000 de metros cúbicos de lodo recorrieron Armero, un municipio próspero del Tolima, considerado por habitantes de zonas aledañas como la “Sucursal de la felicidad”.
Cinco bancos, estadio propio, tres clubes y un concesionario de carros. Armero lo tenía todo para un poco más de 29.000 personas que vivían para el 13 de noviembre de 1985, época en que ocurrió la tragedia. Sin embargo, faltaban dos aspectos vitales para una zona que tenía al fondo de sus postales el imponente Nevado del Ruíz: estudio y monitoreo del volcán, y estrategias sólidas de prevención y evacuación.
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Estos datos fueron consignados en el libro Armero 40 años, 40 historias, del escritor bogotano Mario Villalobos. Un compendio de investigaciones que terminaron en 40 relatos, que pudieron haber sido muchos más, pero son lo suficientemente reveladores para entender qué falló en Armero para que se diera su desaparición y las deudas aún pendientes del Estado colombiano.
El libro recoge 40 historias tras una investigación sobre la tragedia de Armero - crédito Fotocomposición Infobae (Mario Villalobos)“Fue un libro que me costó muchas lágrimas. Porque era ver a mi abuela una y otra vez en cada página, y porque me dolió, en los siete viajes de terreno que hice, escuchar tantas historias de armeritos”, señaló Villalobos, al explicar que la motivación principal para realizar la investigación fueron los relatos y vivencias de su abuela, que recordaba con amor aquel municipio que de niña su papá la llevaba a divertirse y compartir.
Fueron más de siete visitas a Armero en las que Villalobos recolectó testimonios, evidencias y documentos que confirmaban lo que era evidente: olvido estatal, heridas que aún no terminan de sanar y resistencia a mantener la memoria de lo que una vez fue Armero.
Contó en su experiencia al público de la Feria Internacional del Libro de Cali, que se cruzó con sobrevivientes que no tuvieron una adecuada atención en salud mental, razón por la que les da “pena” que sean recordados por su historia, mientras que otros soltaron en llanto en los primeros 40 segundos de conversación. Hubo un caso, según contó Villalobos, en que una señora se desmayó en medio del relato de supervivencia.
El escritor bogotano pide que no se olvide Armero y que el Estado cumpla con la ley sancionada en 2013 - crédito Mario Villalobos/Cortesía Infobae“Eso refleja que no hubo atención en salud mental. El libro relata cómo la gente terminó viviendo en carpas, como sucede hoy con miles de ciudadanos palestinos en Gaza. Y allá estaban, a la buena de Dios, porque no había dinero para atenderlos, pese a que la solidaridad mundial se desbordó”, dijo Villalobos en medio de la conversación que tuvo con el también periodista y escritor Jairo Patiño.
Y es que, desafortunadamente, la avalancha que acabó con la vida de más de 20.000 personas sirvió para que unos “avivatos”: vecinos, funcionarios, socorristas y habitantes de pueblos aledaños, se aprovecharan de la situación y cometieran robos y abusos a los que murieron y a los que lograron sobrevivir.
“La gente me contaba: ‘A nosotros nos entregaban ropa sucia, ropa rota, ropa vieja. Uno veía llegar los camiones llenos de ropa y algunos funcionarios de defensa civil de Cruz Roja, la Policía, el Ejército, sacaban las cajas, se quedaban con la ropa nueva para venderla y nos entregábamos nosotros lo roto”, dijo.
De hecho, Villalobos conoció que a pesar de que algunos funcionarios reconocieron los delitos, hubo total impunidad, pues los procesos eran dilatados por los abogados hasta que prescribían.
Hubo advertencias sobre una posible erupción del volcán Nevado del Ruiz que podría afectar a las poblaciones más cercanos. Armero quedó sepultado - crédito Colprensa“Después de casi siete meses de trabajo, logré ubicar un expediente disciplinario que empapela a la cúpula de la Cruz Roja de la época. Todos tenemos muchísimo que agradecerle a la Cruz Roja, es una entidad a la que los colombianos le debemos mucho, pero en ese momento hubo muchas cosas que no explicaron, y lo que revela es cómo nace un proceso, primero disciplinario en la Procuraduría, y luego penal, que embolata a la cúpula completa de la de la Cruz Roja por presuntos malos manejos, irregularidades e consistencias, pero no prosperó”, señaló.
No cabe duda que uno de los grandes símbolos de la tragedia de Armero fue la imagen del rostro agonizante de Omaira Sánchez, de 13 años, que murió de un infarto esperando una motobomba que succionara el agua y permitiera ver de qué forma se liberaban sus piernas de dos columnas y cadáveres de sus familiares. En esa espera Omaira también alucinaba con que debía hacer su tarea para al otro día ir como de costumbre a su colegio.
Sin embargo, Villalobos encontró la historia de otra Omaira, mucho mayor y en estado de gestación, que quedó atrapada junto con su pareja, y este la atacó con un pico de botella para que muriera con él.
“(...) después de dos días de agonía, el marido intenta matarla con un cuello de una botella para desangrarla y que se vaya con él. El muchacho agoniza, a Omaira la rescatan tres días después, se la llevan para Cali porque estaba mal, y cuando despierta le habían amputado las dos piernas porque la gangrena ya había avanzado. Lleva 40 años tratando de que el Estado le responda por las prótesis”, contó Villalobos.
Villalobos recordó el caso de Isidro y Cielo de Frasser que, junto a sus tres hijos, vivieron una jornada marcada por la supervivencia.
Primero, escaparon de un accidente al fallar la dirección de su camioneta, que durante una maniobra crucial giró inesperadamente hacia el lado opuesto, lejos del peligro. Después, cuando regresaron a su hogar, la avalancha arrasó la zona donde se ubicaba su vivienda y una bodega llena de arroz fue la que detuvo el empuje del lodo, lo que evitó que la vivienda colapsara.
Por último, la familia buscó refugio en la terraza del Hospital San Lorenzo, donde el padre, en un momento de desesperación, ató a todos a una columna utilizando una cuerda gruesa. Su decisión obedecía al temor de que, si no sobrevivían, al menos permanecieran juntos.
Se refirió al caso de un hombre que se salvó de forma accidental de la tragedia en Armero al retrasar su regreso por un problema de salud de su hijo. Había llevado al niño a Bogotá para recibir atención médica y, cuando se disponía a volver, no pudo salir del hospital por no tener dinero suficiente para pagar la consulta.
Al quedarse esperando la gestión de un pagaré y la llegada de la funcionaria encargada, un aguacero imprevisto cayó en la ciudad y evitó su regreso al municipio que ya estaba cubierto por el lodo.
También contó cómo un niño de tres años y medio sobrevivió al desastre de Armero y fue acogido en un hogar de paso. Dos familias desconocidas intentaron llevárselo, asegurando que eran parte de su núcleo familiar, pero el menor, con una memoria precisa de lo sucedido, negó conocerlos: “Esa no es mi mamá, ese no es mi papá, yo no me voy con ellos”.
Gracias a la insistencia de la reportera Margaret Ojalbo, se mantuvo la búsqueda de sus familiares. Finalmente, una tía y su abuelo, jefe de bomberos de Armero, lograron reunirse con él. El abuelo, quien había perdido a casi toda su familia en la avalancha, recuperó a su único nieto sobreviviente, quien lo reconoció y se reencontró con él.
Así quedó el Hospital San Lorenzo de Armero, tras la avalancha de 1985 - crédito suministrada a Infobae ColombiaSin embargo, hubo otros casos en que, en medio de las labores de rescate, madres y padres fueron separados de sus hijos y, luego de 40 años, aún no saben qué pasó con sus familiares.
Una vez más, entidades sin ánimo de lucro como Reconstruyendo Armero, se han encargado de lograr algunos reencuentros, aunque siguen siendo centenares de niños de quienes no se volvió a saber nada.
Los periodistas también ocuparon un espacio especial en el libro. Fotógrafos y editores vieron lo que nunca salió a la luz por ser demasiado crudo y lamentable, y que ellos, por su labor periodística, debían elegir para ocupar las páginas de los periódicos y titulares de los noticieros. Algunos terminaron con problemas psicológicos.
Finalmente, Villalobos lamentó que el gobierno de turno no invirtiera en el estudio y monitoreo del volcán, servicio que un año antes de la tragedia había ofrecido la ONU, en vista de la falta de capacidad, talento humano y herramientas para realizar las respectivas investigaciones.
Hoy, el escritor y periodista pide atención a Armero, que no muera la memoria junto con los viejos que sobrevivieron, y que el lugar de la tragedia no sea un simple “muladar”, sino un espacio de conmemoración, de historias que hablen también de lo linda que fue la “Sucursal de la felicidad”.
“La ley de Honores, que se que se sancionó en 2013, establece por ley recuperar el santuario de Omaira Sánchez, hacer un campo decente, crear unos museos conmemorativos. Los únicos dos museos que existen hoy son uno creado por unos particulares y otro que se llama el Centro de Visitantes, donde los dueños de eso exhiben objetos como máquinas de escribir y botellas llenas de barros de hace 40 años, y pasan el sombrero recogiendo moneditas. De ese tamaño es la desidia del Estado y lo que el Estado le debe Armero, pero sobre todo es impedir que se marchen esos abuelos que tienen hoy 75 y 80 años sin que nos cuenten lo hermoso que era Armero”, puntualizó Villalobos.
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