
Eran más o menos las 12:30 de la mañana del 28 de abril de este 2025 cuando algunas personas percibieron que la luz se había ido en sus puestos de trabajo. No obstante, algunos seguían pudiendo usar el teléfono, y el Whats App funcionaba con aparente normalidad. La calma que siempre hay antes de una tormenta que, evidentemente, nadie esperaba.
Pero los teléfonos también empezaron a fallar, la luz seguía apagada y entonces los que estaban al frente de algunas de las oficinas del centro de Madrid decidieron que había que irse a casa, porque no se podía seguir trabajando.
Al bajar a la calle y descubrir que en muchos otros grandes edificios de oficinas la gente también estaba yéndose, y que la situación era la misma a lo largo de una distancia importante, fue cuando surgió el entendimiento de que estábamos ante una situación muy fuera de lo normal.
Llegaban algunos mensajes y llamadas, aunque cada vez con peor cobertura, desde otros puntos de España donde contaban que por allí tampoco había luz. No funcionaban los semáforos. Ni el metro. Y los autobuses eran los únicos que podían circular, junto con los coches particulares, en una ciudad donde había que tener mucha precaución para que no ocurriesen accidentes graves.
Pero el drama de muchos se extendía, nunca mejor dicho, hasta el punto de que no viven en la ciudad como tal. Ni muchísimo menos cerca. Y que llegar andando era una locura que no sabían si podrían realizar.
Luis trabaja en los Juzgados de Plaza de Castilla, y sobre las 13:00 de la tarde descubrió que los ordenadores no tenían Internet y que se había apagado la luz.
“Los ascensores tampoco funcionaban, claro, y cuando bajamos desde los pisos más altos, nos enteramos de que a muchos otros compañeros, del juzgado y también de otras ciudades, les habían desalojado con urgencia porque no sabían si estaba pasando algo grave. Fue bastante tenso”.
Al llegar a la calle se encontraron con una riada de personas que venía por todo el Paseo de la Castellana, en dirección a sus casas, por la carretera porque ya no había sitio en las aceras, y sin tener ninguna noción de cuanto tiempo iban a necesitar para hacerlo. De hecho, preguntaban en alto por la dirección de algunas calles, ante la imposibilidad de consultar la aplicación de Google Maps.
A él, en concreto, le costó más de una hora y media llegar hasta el Paseo de las Delicias, cerca de Atocha. Pero cuando abandonó ese bloque de seres humanos que iban unos junto a otros, vio como muchos tenían que seguir caminando y caminando, sin saber si antes de llegar se solucionaría el problema, o si por el contrario tendrían que orientarse cuando empezase a oscurecer en la calle.
Y entre los muchos caminantes se encontraban trabajadores del metro, con su uniforme, a los que la gente preguntaba por la operatividad del transporte. “Iba a ir yo andando si funcionase el metro”, contestó uno, intentando darle un poco de humor.
Esta es solamente una de las cientos de miles de anécdotas que ayer se contaban una y otra vez en cualquier rincón de la ciudad.
Pablo vive en Parla, pero trabaja en el centro de Madrid, donde se enteró de que no había luz en todo el país, por lo que se iba oyendo en conversaciones entre desconocidos, y que por tanto no podía volver a su casa.
Por suerte, uno de sus compañeros de trabajo había traído el coche, y se ofreció a llevarle en un momento en el que no se tenía ningún tipo de dato sobre cuánto tiempo estaríamos en esta situación tan anómala como angustiosa.
Al ir recorriendo con mucho cuidado la autovía de Toledo- la A-42- de camino a Parla, y casi llegando al municipio, vieron como había personas andando por los bordes de la carretera, con el peligro que ello conlleva, y que solamente trataban de llegar a sus viviendas, y no esperar así las interminables colas que había en Madrid para poder ir en transporte público. No cabía nadie más en los autobuses de línea.
En la otra dirección había un atasco que tenía un sinfín de coches parados. Muchos volvían desde el trabajo, sin semáforos y con un comportamiento que ha resultado ejemplar y que de hecho no ha causado prácticamente ningún accidente. Otros trataban de comprar alimentos, radios o linternas ante la incertidumbre del tiempo que podía durar un apagón sin apenas precedentes.