
En la isla brasileña de Itamaracá, un proyecto habitacional desafía convenciones sociales, culturales y económicas al erigirse sobre cimientos de creatividad, resiliencia y reciclaje. La Casa de Sal surge no solo como respuesta a la problemática de los residuos derivados del turismo masivo, sino también como testimonio de la lucha contra el machismo en la industria de la construcción y el racismo estructural que condiciona el acceso a la vivienda digna para las mujeres negras en Brasil.
Inspiradas por una profunda conexión con sus raíces quilombolas e indígenas, las creadoras, Edna y María Gabrielly Dantas, conciben la vivienda como un refugio construido desde la escasez y como una declaración de principios frente a la falta de políticas inclusivas y reparadoras.

Ubicada al norte del estado de Pernambuco en Brasil, en la isla de Itamaracá, se levanta la Casa de Sal, una vivienda que ha capturado la atención por su innovador enfoque en el uso de materiales reciclados para su construcción. Fue ideada y edificada por Edna y María que decidieron enfrentar el creciente problema de residuos en la región, particularmente después de las temporadas altas de turismo, cuando toneladas de botellas de vidrio quedaban abandonadas en la zona.
La vivienda se encuentra dentro de un Área de Protección Ambiental rodeada por playas vírgenes y una biodiversidad notable, condiciones que agravan el impacto del turismo masivo en la acumulación de desechos. Durante la pandemia, Edna, educadora socioambiental, decidió canalizar la creatividad y los valores de reutilización aprendidos a lo largo de su vida para crear un proyecto concreto: construir una casa con botellas de vidrio desechadas.
Junto a su hija María Gabrielly, diseñadora de moda sostenible, la idea fue mucho más allá de una solución habitacional, transformándose en un manifiesto contra el desperdicio y la contaminación, especialmente botellas de vidrio, generada en entornos turísticos.

La construcción de la Casa de Sal fue un proceso meticuloso que implicó la recolección y reutilización de materiales desechados tras las temporadas de mayor actividad turística en la isla de Itamaracá.
La estructura de la casa destaca por el uso de más de 8.000 botellas de vidrio recicladas, ensambladas con técnicas propias para formar los muros principales. Estos muros no solo cumplen una función arquitectónica, sino que también materializan la idea de transformar desecho en recurso. Además de las botellas, se utilizaron elementos como madera reutilizada y palets para levantar los tabiques internos. Un detalle destacable es la fabricación de tejas a partir de tubos de pasta de dientes, una muestra clara del ingenio aplicado para aprovechar residuos difíciles de gestionar y con escasas posibilidades de reciclaje convencional.
El primer cuarto habilitado, de 20 metros cuadrados, funcionó inicialmente como taller de costura, espacio donde la obra tomó forma y desde el cual madre e hija gestionaron cada etapa de la edificación. “El primer año y medio fue puro ingenio: sin baño convencional, lavando platos en una palangana. Pero nunca perdimos de vista nuestra visión”, describió Gabrielly en un país con 5,8 millones de personas sin hogar o viviendo en condiciones de extrema pobreza, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
Durante la construcción, Edna, quien nació en el Agreste brasileño y creció en una familia que practicaba la reutilización por necesidad y por conciencia, recordaba la raíz de su iniciativa: “Quiero construir una casa con botellas de vidrio”. A lo largo del proyecto, ambas mujeres documentaron y compartieron en redes sociales el avance de la obra y los métodos implementados, explicando que la cuidadosa gestión de recursos y alternativas creativas fue esencial para superar la falta de materiales convencionales y remarcar que, aun con lo que otros descartan, se puede construir algo duradero.

La reutilización de botellas de vidrio para la construcción de paredes en la Casa de Sal va más allá de una solución arquitectónica novedosa. Edna y María Gabrielly recogen las botellas abandonadas y, mediante técnicas propias, las ensamblan hasta crear muros sólidos y funcionales para la vivienda.
El proceso de reciclaje comienza con la recolección y limpieza de las botellas, residuos cuyo destino habitual sería permanecer en el entorno por periodos prolongados. “Estas botellas no van a desaparecer. Si no hay políticas para regular su producción o castigar su abandono, lo mínimo es pensar en formas de reutilizarlas. Si se tira una botella y no se rompe, ahí seguirá dentro de un año”, explican madre e hija en sus redes.
La reflexión apunta a la necesidad urgente de otorgar un nuevo valor a estos desechos y evitar que se conviertan en contaminantes persistentes en el paisaje local. Este método, además de reducir la cantidad de residuos sólidos, promueve la conciencia ambiental entre la comunidad, demostrando que materiales ordinarios y frecuentes en la basura pueden integrarse en edificaciones duraderas.