MIAMI.- Pocas fragancias despiertan tanta emoción en la comunidad cubana como la colonia Violeta. Creada en La Habana en 1926 por el perfumista Agustín Francisco Reyes, esta fragancia fresca y delicada se convirtió rápidamente en parte de la vida cotidiana. “Los bebés cubanos huelen a Violeta”, una frase que resume cómo esta colonia trascendió generaciones y se instaló en la memoria colectiva de la isla.
La tragedia que forjó un destino
La historia de su creador está marcada por la adversidad. Nacido en Sagua la Grande, en el centro de Cuba, quedó huérfano a los cuatro años tras la misteriosa muerte de su padre, un médico formado en la Sorbona, Francia, que fue envenenado en una visita a una paciente. Su madre había fallecido al dar a luz. El pequeño Agustín creció prácticamente solo, fue un niño de la calle en La Habana hasta que un farmacéutico lo acogió y lo introdujo en el mundo de las esencias y los aromas.
Con espíritu emprendedor, y tras ahorrar en los negocios que emprendía de joven, viajó a Grasse, Francia, la cuna de la perfumería mundial, donde se formó en la creación de fragancias. De allí regresó con el conocimiento y la inspiración necesarios para dar vida a la colonia que conquistaría a todo un país.
Del esplendor a la pérdida
La empresa prosperó durante décadas, incluso resistiendo la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1959, con la llegada de la revolución de Castro, la fábrica fue nacionalizada. La familia Reyes, viendo venir los tiempos difíciles, decidió exiliarse. Salieron de Cuba con lo más valioso que tenían: la fórmula de Violeta, copiada a mano y a máquina, oculta en sus maletas, temiendo que les confiscaran todo. Contra todo pronóstico, pudieron llevarse ese tesoro intacto.
La colonia exiliada renace en Hialeah
Primero en Nueva Jersey y, poco después, en Hialeah, los Reyes reconstruyeron su negocio. Desde un pequeño taller, comenzaron a producir de nuevo la colonia que acompañaba a sus recuerdos. Con esfuerzo levantaron su fábrica, donde aún hoy se mezclan los aceites esenciales, se llenan los frascos y se empaquetan a mano, manteniendo el mismo pomo de cinco onzas de 1927.
En la actualidad, bajo la dirección de Agustín Reyes (III), la tradición se mantiene viva y ha logrado expandirse a nivel nacional, con presencia en grandes cadenas como Walmart, sin renunciar a su esencia artesanal.
Violeta, identidad y comunidad
La alcaldesa de Hialeah, Jacqueline García-Roves, escogió a esta empresa como símbolo del centenario de la ciudad. “Oler ese perfume me transporta a cuando mis hijos eran pequeños, a los recuerdos más íntimos que compartimos como familia”, confesó. Para ella, Violeta no es solo un producto, sino un legado cultural que habla de resiliencia, memoria y de la identidad cubana que Hialeah ha abrazado durante años.
El olor que no se desvanece
En cada frasco de Violeta late una historia de pérdidas y comienzos, de talento y perseverancia. Es el aroma que une a abuelos y nietos, que conecta a la Cuba que quedó atrás con la Hialeah que los acogió. Por eso, en este centenario, la fragancia no solo es un recuerdo, una evocación o una emoción: es la prueba viva de que el exilio puede arrancar raíces, pero no borrar la esencia de una comunidad.