
Si tuviésemos que encapsular el legado de Violeta Barrios de Chamorro habría que comenzar por decir que logró vencer los prejuicios que apresaban a las mujeres en América Latina hasta las postrimerías del siglo XX y despojarse de los ropajes de una viuda para asumir el liderazgo de la democratización de Nicaragua.
Su estilo de liderazgo unía de manera armoniosa la firmeza con la elegancia. Su afecto por el pueblo de Nicaragua brotaba por cada poro de su piel. Su liderazgo sobre la sociedad le imprimió a la democratización de Nicaragua un sello maternal que sirvió para cerrar heridas, retar al pasado y mirar hacia el futuro.
Negoció la paz al final de una brutal guerra civil y restauró las instituciones democráticas. Su presidencia marcó una inusual transición política pacífica en una región a menudo ensombrecida por dictaduras y conflictos. Su integridad personal y pública sobresale en un continente donde la corrupción campea.
Más de una vez tuve el privilegio de acompañarla en representación de un gobierno democrático de Venezuela en actividades dirigidas a fortalecer el centro democrático y abrirle paso a la juventud hacia el servicio público.
Su aguda y perspicaz mente siempre aprovechaba esos encuentros para identificar nuevos caminos por los cuales buscar la paz de Centroamérica y el desarrollo de Nicaragua.
Una vez la acompañé a una reunión en el balneario de Montelimar donde se llevaba a cabo una de las tantas reuniones para finalizar aspectos de lo que fueron los tratados de paz de Centroamérica. Estando en una oficina para enviar un informe al entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Perez, aparecieron unos representantes de la coordinadora guerrillera salvadoreña Farabundo Martí, de Liberación Nacional, para pedirme que les llevara a saludarla. Cuando llegue a sus oficinas y le pregunté si estaría dispuesta a recibirles, respondió: “Si, porque solo Dios sabe si van a aparecer después. Estos son muy escurridizos”.
Cuando se los presenté, los miró detenidamente y le dijo a uno de ellos: “Mira vos, tú eres un miembro de la familia Cardenal y por lo tanto familia mía. Siéntate allí porque te voy a confesar. Necesito saber qué es lo que ustedes realmente quieren porque no puede seguir muriendo gente en vano. Esta paz hay que lograrla!”.
En ese momento me retiré del grupo pensando que las confesiones cuando son públicas dejan de ser confesiones. Horas después, me dijo: “Ahora sí tengo todo el cuadro bien claro. Y a ese muchacho lo voy a bajar de las montañas para que vaya a la universidad”. Creo que esta anécdota retrata mejor que mil palabras el estilo de liderazgo de Doña Violeta.
Tenía la firmeza de una jefe de Estado pero la envolvía en un manto de afecto y de comprensión que predisponía a sus interlocutores a moverse hacia el consenso y alejarse del conflicto. Su figura de porte elegante y su voz suave y aterciopelada completaban el atractivo de una mujer indomable que desafió a su familia para casarse con un periodista y no con un terrateniente; a su marido asumiendo la administración de la hacienda familiar; a los sandinistas cuando constató su sesgo marxista; y a los jefes de todos los partidos que formaron la coalición que la llevó al poder denominada UNO. Y a pesar de haber librado con éxito todas esas batallas, no dejó nunca de ser la dama elegante, cortez y benévola que se lleva consigo el corazón de todos los nicaragüenses.