Cindy Eckert, directora ejecutiva de Sprout, la empresa responsable de Addyi, un medicamento recetado para tratar el trastorno del deseo sexual hipoactivo (Jeremy M. Lange/The New York Times)Al entrar en casa de Cindy Eckert queda claro que el color rosa nunca fue la artimaña que sus detractores pretendían.
En la entrada hay una estatua rosa de gran tamaño de su bulldog francés, Mortimer. En el patio interior, una cochera rodeada de vidrio exhibe un camión Chevy de los años 40 forrado de rosa. Una escalera de metal rosa conduce al guardarropa de Eckert lleno de repisas con accesorios y ropa color rosa. Incluso el gallinero de la parte trasera, ocupado por una pequeña bandada de gallinas y dos cerdos muy grandes, está dedicado al tono característico de Eckert. Ella lo llama el Club de las Aves Rosas.
Y luego está Eckert, que un día de octubre en Raleigh, Carolina del Norte, iba vestida, como siempre, de rosa desde la punta de los dedos de los pies con barniz rosa hasta la parte superior de la cabeza teñida de magenta. “Hace poco estaba en una conferencia y una mujer a la que quiero me dijo: ‘Ah, nos seguimos vistiendo de rosa’”, relató Eckert, de 52 años. “Y yo le respondí: ‘Simplemente sigo siendo yo’”.
Eckert es cofundadora y consejera delegada de Sprout Pharmaceuticals, fabricante del fármaco Addyi para la libido femenina, que trata el trastorno del deseo sexual hipoactivo (TDSH) en mujeres premenopáusicas. A veces denominado de manera errónea “Viagra femenino” (Addyi actúa sobre los neurotransmisores, no sobre el flujo sanguíneo), su nombre correcto es flibanserina, y en 2015 Eckert ganó una batalla sin cuartel para que la Administración de Alimentos y Medicamentos lo aprobara.
Naturalmente, ha adoptado el nombre de “pequeña píldora rosa”.
En la lucha de Eckert con la agencia gubernamental, los críticos acusaron a Sprout de tratar de medicalizar los flujos y reflujos naturales del deseo sexual de las mujeres. También consideraron que el colorido estilo de Eckert era un juego de manos para distraer la atención de los debates científicos sobre su producto. Cuando, un día después de obtener la aprobación de la FDA, Eckert vendió Sprout por 1000 millones de dólares a una empresa que pronto subió el precio e hizo Addyi a un lado, sus detractores decían tener una prueba más de que ella no tomaba en cuenta los intereses de las pacientes.
Sin embargo, una década después, tras recuperar su empresa en una batalla legal en 2018, los detractores de Eckert se han acallado. Algunos incluso la apoyan.
“He cambiado de opinión”, aseguró Laurie Mintz, psicóloga y terapeuta sexual, que una vez argumentó que comparar la libido baja con una enfermedad podría alejar a las mujeres de remedios “menos peligrosos”.
Gracias a que las directrices de la FDA se han relajado en cuanto a Addyi y a un ajuste de cuentas más amplio y continuo con la atención sanitaria a la mujer, ahora hay más de 30.000 médicos que recetan Addyi y más de medio millón de recetas en el mercado. Mientras las mujeres leen de manera compulsiva el éxito en ventas de Miranda July sobre el despertar sexual de una madre perimenopáusica, o devoran historias sobre mujeres de la Generación X que tienen el mejor sexo de su vida, las mujeres de todas las edades dan prioridad a su propia vida sexual. El fármaco de Eckert —y otros tratamientos para mujeres que luchan con la libido— están cosechando los beneficios.
“La apuesta fue a largo plazo”, afirmó Eckert. “La cultura se puso al día”.
"Jugamos a largo plazo (...) La cultura se puso al día", dijo Eckert (Jeremy M. Lange/The New York Times)Durante gran parte del último medio siglo, la lucha por la libertad sexual de la mujer ha girado en torno a argumentos económicos. El razonamiento de las defensoras de la libertad sexual era que dar a las mujeres acceso a métodos anticonceptivos les permitiría decidir si querían tener hijos y cuándo, lo que les permitiría estudiar, trabajar y lograr independencia económica.
Durante mucho tiempo, el tema de si las mujeres deseaban o disfrutaban de verdad las relaciones sexuales que ahora pueden tener fue una pregunta mucho más tabú, una que ni siquiera los médicos estaban capacitados para plantear.
Sin embargo, Eckert pensó en ello cuando se encontró con el urólogo Irwin Goldstein en un congreso de medicina sexual en 2010. Ella asistía en nombre de otra empresa que cofundó con su entonces marido, Bob Whitehead, que vendía gránulos de testosterona. Goldstein tenía algo que quería que Eckert viera.
Se trataba de una serie de videos de mujeres que habían participado en un ensayo clínico de flibanserina. Una empresa alemana estaba estudiando el fármaco para el tratamiento del TDSH, pero la FDA lo había rechazado y ahora la empresa abandonaba las pruebas. Las mujeres de los videos estaban consternadas porque ya no tendrían acceso a un tratamiento que las ayudaba.
Goldstein, que dirigió los ensayos clínicos de Viagra, quería que Eckert se hiciera cargo de la causa. El momento era oportuno: en la misma conferencia, una cohorte de investigación presentaba los resultados de un estudio que demostraba la diferencia de actividad cerebral entre mujeres con TDSH y mujeres sin él. A Eckert le indignaba que, durante tanto tiempo, el deseo sexual de las mujeres se hubiera descartado como una mera cuestión de niveles de estrés y problemas matrimoniales.
Un año después de la conferencia, Eckert y Whitehead adquirieron los derechos de la flibanserina y fundaron Sprout, con la esperanza de volver a intentarlo.
No resultó tan fácil. Los ensayos clínicos demostraron que la flibanserina aumentaba un poco el deseo y la actividad sexual de las mujeres y disminuía su angustia, en comparación con los placebos, pero también producía somnolencia y reducía la presión arterial, sobre todo si se mezclaba con alcohol. Los efectos secundarios hicieron dudar a los responsables de la FDA, que también rechazaron la solicitud de Sprout para aprobar el fármaco.
Ser rechazado dos veces por la FDA suele ser una sentencia de muerte para los nuevos fármacos. Pero en el caso de la flibanserina, la decisión tuvo el efecto contrario: consolidó un movimiento de mujeres que creían que el rechazo apestaba a sexismo.
Poco después del rechazo de la FDA, la activista feminista Susan Scanlan creó un nuevo y ruidoso grupo de defensa de la aprobación de la flibanserina llamado Even the Score. El grupo, que recibió financiamiento parcial de Sprout, incluía a decenas de grupos de mujeres, organizaciones de consumidores y sociedades médicas. Eckert, sin embargo, se convirtió quizá en la defensora más visible, con un vestuario cada día más rosa.
Sally Greenberg, directora general de la Liga Nacional de Consumidores, dijo que se unió al grupo tras asistir a una reunión con Goldstein y sus pacientes. Ella creía que había un doble discurso en la forma en que los reguladores trataban los conocidos riesgos asociados a los fármacos para la disfunción sexual masculina.
“Como el sexo es tan importante para los hombres, estamos dispuestos a arriesgarnos, pero no se puede confiar en las mujeres”, afirmó. (La FDA, que no hizo comentarios para este artículo, negó entonces las acusaciones de sexismo).
Sin embargo, a medida que crecía el apoyo al medicamento, también lo hacían las reacciones. Algunos acusaron que Sprout había comprado a la dirección de Even the Score. Otras organizaciones feministas y médicas acusaron al grupo de denunciar sexismo donde no lo había y argumentaron que Even the Score era otro ejemplo de la influencia sigilosa del dinero farmacéutico en la FDA.
Eckert sigue siendo sensible a los vínculos financieros de Sprout con Even the Score. Según la empresa, Sprout gastó 25.000 dólares en ayudar a producir una campaña publicitaria y unos cuantos miles más en traer a tres mujeres para que hablaran en una reunión consultiva de la FDA, financiamiento que todas ellas revelaron públicamente. Sin embargo, a Eckert le eriza la piel la insinuación de que la indignación fue fabricada.
“Cuando las trataron como si estuvieran cumpliendo las órdenes de Cindy, pensé: ‘Caray, no conocen a estas mujeres’”, comentó Eckert.
La FDA aprobó la flibanserina en 2015, y publicó más tarde en el New England Journal of Medicine que, si bien “los efectos promedio del tratamiento eran pequeños” (alrededor del 10 por ciento más que el placebo) “la eficacia había sido establecida”.
No obstante, la espera del fármaco estaba lejos de terminar. Los organismos reguladores impusieron estrictas medidas de precaución, como una advertencia en la etiqueta de Addyi. La FDA también exigió a médicos y farmacéuticos un certificado especial para prescribirlo y dispensarlo, y a las mujeres que firmaran una exención en la que se comprometían a abstenerse del alcohol mientras lo tomaran.
Al cabo de un año, Valeant, la empresa que adquirió Sprout, hizo implosión y provocó la desaparición de todo el equipo de Sprout en Raleigh en un movimiento tan rápido que quedó comida podrida en el refrigerador. Eckert había visto en un principio la venta como el “sueño de un emprendedor”. En manos de una empresa mayor, creía que Addyi saldría al mercado más rápido que si Sprout hubiera intentado comercializarla por su cuenta. (El precio de 1000 millones de dólares no le venía nada mal).
Cuando el plan se vino abajo, “sentía que había defraudado a todo el mundo”, señaló.
Ese sentimiento, sin embargo, también fue un poderoso motivador. En 2016, los antiguos inversionistas de Sprout demandaron a Valeant por incumplir su obligación contractual de comercializar Addyi. Dos años después, Valeant llegó a un acuerdo, y devolvió las llaves de la empresa a Eckert a cambio del 6 por ciento de los derechos de autor, con una bonificación añadida: un préstamo de 25 millones de dólares para ayudarla a resucitar Addyi.
Hoy, Sprout 2.0, como la llama Eckert, opera desde un edificio de oficinas y un complejo comercial poco llamativos, a unos 6 km de la casa de Eckert. El equipo es lo bastante pequeño como para reunirse en torno a una gran mesa para almorzar y tiene un aire familiar, debido en parte a que algunos de ellos son en realidad familia de Eckert. Su hermano mayor, Brian, es el Director de Estrategia. Justin Miller, prometido de Eckert, es el director de operaciones de Sprout. Incluso su exmarido y cofundador, Whitehead, preside ahora el consejo de Sprout.
Los demás empleados de esta oficina “descaradamente rosa” —como se lee en las paredes— son unos 20 diseñadores, especialistas en mercadotecnia, en la cadena de suministro y un agente de atención al cliente con una bandeja de entrada particularmente picosa.
Esta vez, sus trabajos son algo diferentes. En los últimos años, la menopausia y la perimenopausia se han puesto de moda, y tanto los inversores de Silicon Valley como los famosos están contribuyendo al auge de la economía de la menopausia.
Al mismo tiempo, sitios de telesalud como Hims y Hers han empapelado al mundo con anuncios sobre tratamientos de mejora sexual, acabando con el estigma que ha perseguido a este campo durante décadas.
Todo ello ha impulsado recientemente a la empresa de Eckert. Este año, Sprout va camino a duplicar sus ingresos, y por ese camino ha encontrando seguidores famosos. En un anuncio de su pódcast, la actriz Jennie Garth contaba que ella misma tomaba el medicamento y hablaba maravillas de cómo le había ayudado. Gwyneth Paltrow, cuya marca Goop vende su propio suplemento de libido para mujeres, escribió sobre Addyi este año.
Este fin de semana, Eckert es también el tema de un nuevo documental sobre la lucha contra la FDA titulado “The Pink Pill” (La píldora rosa), que se estrena en el festival de cine DOC NYC. “Es una conversación que la gente lleva mucho tiempo deseando tener”, afirmó Aisling Chin-Yee, directora de la película.
Este cambio cultural ha reflejado un cambio normativo. Desde que Eckert recuperó a Sprout, la FDA ha retirado muchas de sus restricciones a Addyi, eliminado los requisitos de certificación de médicos y farmacéuticos, y suprimido la restricción total de la ingesta de alcohol para las mujeres.
Ahora, la etiqueta de Addyi recomienda a las mujeres —que deben tomar la píldora a diario antes de acostarse— que esperen dos horas después de haber bebido o que se la salten por completo si han tomado tres o más copas. Este verano, la FDA también aceleró la solicitud de Addyi para ampliar su aprobación a las mujeres posmenopáusicas. La decisión final podría llegar este mismo año.
Estos cambios han hecho que Addyi sea mucho más accesible para las pacientes, según la doctora Rachel Rubin, uróloga y especialista en medicina sexual, que solía dar conferencias a otros médicos sobre la prescripción del fármaco y que afirmó no haber observado ningún efecto adverso importante en su consulta. “Tenemos años de experiencia con este medicamento”, aseguró Rubin. “Simplemente no da miedo”.
Sigue habiendo muchas mujeres a las que no les funciona y que necesitan las intervenciones terapéuticas que Mintz, la terapeuta sexual que en su día criticó Addyi, y otras practican desde hace tiempo. Pero según a ha descubiuerto Mintz, para algunas mujeres Addyi “es realmente útil, y no creo que deba descartarse”.
Algunos de los escépticos de Addyi siguen tan poco convencidos como siempre. En 2016, Steven Woloshin, profesor de la Escuela de Medicina Geisel del Dartmouth College, especializado en comunicación médica, escribió en una revista médica que la FDA “aprobó un medicamento marginalmente efectivo para una condición que no amenaza la vida frente a una incertidumbre sustancial —e innecesaria— sobre sus peligros”.
Y lo mantiene, pues señala los limitados beneficios de Addyi frente a los placebos. “Hay muchas cosas que pueden afectar al deseo sexual, y la forma de ayudar a la gente no consiste necesariamente en administrar esta sustancia química en concreto”, afirmó Woloshin.
Addyi y Eckert también han provocado la ira de los organismos reguladores. Poco después de reintroducir su negocio, la FDA envió a Eckert una carta de advertencia por un anuncio de radio que no revelaba todos los factores de riesgo de Addyi. En mayo, envió a Eckert otra, y la acusó de hacer prácticamente lo mismo cuando compartió en Instagram un artículo de la revista People sobre Addyi.
La semana pasada aún no había retirado la publicación.
Eckert está trabajando ahora en otra campaña de presión pública, esta vez para exponer lo que, según ella, es una falta de paridad en la forma en que las aseguradoras cubren los medicamentos destinados a las enfermedades de las mujeres frente a las de los hombres. La idea surgió durante una reunión reciente a la que Eckert asistió en casa de Gloria Steinem.
A medida que el perfil de Addyi ha ido creciendo, también lo ha hecho el interés de posibles compradores. “Recibimos ofertas”, afirma Eckert, y no las descarta. Pero está mucho más reacia a retirarse. “Sería muy difícil abandonar la empresa en un momento en el que por fin hemos alcanzado nuestro mejor momento”, concluyó.
© The New York Times 2025.
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