[Atención: esta nota revela el final de la película] El estreno de Cónclave, dirigida por Edward Berger y protagonizada por Ralph Fiennes, había cosechado una recepción respetuosa, pero fue la muerte del Papa Francisco lo que provocó que la obra recobrara centralidad en el debate público. La curiosidad generalizada sobre el proceso de elección papal, combinada con la relevancia contemporánea de los temas tratados en el filme, reinstaló la película en el centro de las discusiones tanto culturales como eclesiásticas. La obtención del Oscar al Mejor Guion Adaptado solo amplificó el interés de un público que decidió observar más de cerca la veracidad de los acontecimientos retratados.
El argumento se centra en el cardenal Lawrence, interpretado por Fiennes, quien, tras la muerte del pontífice, debe organizar el cónclave para elegir a su sucesor. A medida que la narrativa avanza, el espectador se ve inmerso en una atmósfera de tensiones internas, luchas de poder y secretos guardados celosamente dentro del Colegio de Cardenales. El filme culmina con un giro dramático que altera radicalmente la percepción inicial del espectador.
A pesar del esfuerzo demostrado por el director en buscar asesoría de expertos sobre el protocolo eclesiástico y mantener una atmósfera de autenticidad, existe un error fundamental que rompe con la fidelidad histórica del proceso real de elección papal.

La conclusión de la película presenta una revelación dramática: el cardenal Vincent Benítez, interpretado por Carlos Diehz, es elegido Papa. Lo singular no radica únicamente en su identidad de género —que plantea una reflexión sobre los cimientos de la Iglesia— sino en el hecho de que el personaje había sido nombrado cardenal in pectore, es decir, en secreto, por el Papa anterior.
Según la práctica real del Vaticano, un cardenal nombrado in pectore no puede participar en un cónclave si su nombramiento no fue publicado oficialmente antes del fallecimiento del pontífice que lo designó. Al no estar confirmado públicamente, su estatus no tiene efectos jurídicos plenos dentro del Colegio de Cardenales.
Este aspecto convierte el desenlace en algo no solo improbable, sino directamente imposible bajo las reglas eclesiásticas vigentes. La elección de un cardenal cuyo nombramiento secreto nunca fue anunciado viola los procedimientos estrictamente definidos por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, que regula el proceso de elección del Papa. La incoherencia entre el rigor protocolar y la licencia cinematográfica genera un contraste que no pasa inadvertido. Y a su vez, produce una ruptura con el rigor protocolar que el filme había mantenido hasta ese momento.
Berger, consciente de las normas que rigen la elección de un Papa, optó deliberadamente por tomar una licencia creativa para potenciar el dramatismo de su relato. Según detalló Espinof, en declaraciones a diversos medios, el director contó con asesoramiento especializado e incluso con un consultor en el set para asegurar el realismo de las escenas. No obstante, decidió priorizar la potencia simbólica y narrativa del giro final sobre la exactitud histórica absoluta.
El personaje de Benítez, siendo una persona intersexual, introduce una tensión nueva entre la estructura rígida de la Iglesia Católica y las realidades de género y diversidad que atraviesan las sociedades contemporáneas. Tal decisión creativa no persigue un retrato documental del cónclave, sino más bien una obra de ficción que utilice la verosimilitud como plataforma para plantear preguntas incómodas.
El autor de la novela original, Robert Harris, también reconoció que su obra no pretendía convertirse en un tratado sobre derecho canónico, sino en una reflexión literaria sobre los cambios y tensiones dentro de instituciones milenarias. Así, la colaboración entre escritor y director encuentra en esta licencia su justificación artística: el realismo es sacrificado en favor de la provocación narrativa.

La elección del cardenal Benítez como Papa desencadena un debate que trasciende los límites de la ficción cinematográfica. La cuestión de si una persona intersexual podría ocupar el máximo cargo de la Iglesia Católica toca fibras profundas sobre identidad, tradición e inclusión dentro de la institución más antigua del mundo occidental.
David Gibson, director del Centro de Religión y Cultura de la Universidad de Fordham, afirmaba en una entrevista con la revista GQ que, “sí, una persona intersexual podría ser elegida Papa, así como ha ocurrido con hombres homosexuales”, aunque subrayaba que la película no explora suficientemente las implicancias teológicas de tal situación.
La recepción cultural del filme evidencia la efectividad de su apuesta narrativa. Aunque el desenlace no sea teológicamente posible, su valor reside en haber conseguido sacudir conciencias y abrir puertas a conversaciones que la Iglesia Católica ha evitado sistemáticamente durante siglos. La narrativa, que mezcla elementos casi documentales con licencias de ficción estilizada genera un espejo de los conflictos actuales: entre la preservación de una tradición y la necesidad de adaptarse a los cambios sociales.