
Aunque se los vea imponentes, lo cierto es que los glaciares de la Patagonia desde hace décadas pierden hielo a un ritmo que ya dejó de ser lento. En promedio, cada año que pasa, esta región que se encuentra entre Argentina y Chile contribuye a que el nivel del mar suba 0.07 milímetros. Esto puede parecer poco, pero el efecto acumulado puede ser catastrófico.
Y no se trata solo de un fenómeno local: los glaciares patagónicos son, fuera de los polos, los que más agua dulce pierden en todo el hemisferio sur. Una nueva investigación publicada en la revista Nature Communications reconstruyó con gran detalle la historia del deshielo en Patagonia desde 1940 hasta hoy.
A partir de modelos climáticos muy precisos y datos de satélite, los investigadores descubrieron que estas extensas masas de hielo ya perdieron más de un cuarto de su volumen total. Esto significa que, solo por el derretimiento en esa zona, el nivel del mar ya subió alrededor de 4 milímetros en el período de tiempo analizado. Y lo más preocupante es que la causa no parece ceder.
Patagonia alberga tres grandes campos de hielo: el del norte, el del sur y el de la cordillera Darwin. Juntos, cubren más de 19 mil kilómetros cuadrados de superficie y contienen una cantidad de agua capaz de elevar el mar global en 13 milímetros si se derritieran por completo. Pero no hace falta llegar a ese extremo para que sus efectos se hagan notar.

El hielo perdido allí equivale al 10% de todo el aporte de glaciares al aumento del nivel los océanos. “Desde los años 40, los glaciares patagónicos han perdido 1350 mil millones de toneladas de hielo”, afirma el estudio. Esa masa, imposible de visualizar, ya empujó los océanos hacia arriba en más de 3 milímetros.
Solo en los últimos 20 años, la región perdió un promedio de 26.5 mil millones de toneladas de agua congelada por año. Un número enorme para un territorio que contiene apenas el 3% del hielo no polar del planeta.
Este proceso no es nuevo, pero ahora se entiende mucho mejor por qué ocurre. A pesar de que las nevadas siguen siendo generosas en las alturas andinas, lo que marca la diferencia es otra cosa: el agua que se escurre por el deshielo.
Según explicó Brice Noël, uno de los autores del estudio, en un comunicado de la Universidad de Lieja, “identificamos el aumento de la escorrentía superficial como el principal impulsor de la pérdida de masa glaciar, ya que las nevadas se han mantenido constantes desde la década de 1940”.

Para llegar a estas conclusiones, el equipo científico utilizó modelos climáticos avanzados desarrollados para estudiar regiones heladas, que permiten simular cómo cambian los glaciares con el paso del tiempo. Usaron dos herramientas principales: MAR y RACMO, sistemas que fueron refinados para representar con más detalle las masas de hielo de la Patagonia.
Originalmente, trabajaban con una escala de 5 kilómetros, pero los investigadores refinaron esa resolución hasta alcanzar 500 metros, lo que les permitió captar detalles más finos, como los glaciares más estrechos o los cambios de pendiente en las montañas.
Esta mejora les permitió calcular, año por año desde 1940, cuánta nieve cae, cuánto hielo se derrite y cuánta agua se escurre. Luego compararon estos resultados con datos reales de satélites y mediciones de campo.
Así confirmaron que las simulaciones coincidían con lo que se observa desde el espacio y en el terreno. Gracias a este enfoque, pudieron reconstruir con precisión cómo y por qué los glaciares de la región están perdiendo masa.

El deshielo se acelera cada vez que sube la temperatura del aire. No hace falta que se disparen los termómetros; basta con que los veranos sean un poco más cálidos o que el calor llegue antes. Cuando eso pasa, la nieve vieja se reduce. En su lugar queda el hielo oscuro, que refleja menos luz y se calienta más rápido. El resultado es un círculo que se retroalimenta: más calor, más derretimiento, menos nieve que absorba esa agua, más escurrimiento hacia los ríos, lagos y océanos.
Además del cambio climático global, hay un fenómeno más específico que afecta a esta zona. Se trata de los vientos cálidos del norte que llegan con más frecuencia. Esto se debe a que los sistemas de alta presión que antes estaban más cerca del trópico se desplazaron hacia el sur.
Esos movimientos en la atmósfera traen aire más cálido desde áreas subtropicales hacia los Andes del sur, lo que intensifica el derretimiento. El estudio señala que este fenómeno hizo que la temperatura en la región suba un 17% más que el promedio global desde 1940.

Las proyecciones no son optimistas. Si todo sigue como hasta ahora, los investigadores estiman que los glaciares patagónicos podrían desaparecer por completo en unos 250 años. Esto no solo sería un problema para el nivel del mar. “Su desaparición pondría en peligro a las comunidades sudamericanas que dependen del suministro de agua de deshielo estival”, advirtió Noël. En muchas zonas del sur de Chile y Argentina, esa es la principal fuente de agua durante los meses secos.
Aunque parezca lejano, el destino de los glaciares patagónicos está íntimamente ligado al de millones de personas. No solo por el mar que avanza, sino también por el agua que se retira.
La combinación de calor persistente, menos nieve acumulada y vientos cálidos empujados desde el norte vacía silenciosamente los depósitos de agua dulce más importantes de la zona. Y lo hace sin pausa, año tras año.
El estudio no solo documenta esta disminución con precisión, sino que también aporta una advertencia: lo que se derrite no vuelve. La masa glaciar que se va no se recupera, y el retroceso del hielo, aunque parezca invisible desde lejos, es una señal clara de que el calentamiento global ya dejó huellas profundas en Sudamérica. En palabras simples, el hielo del sur se está yendo, y con él, parte del equilibrio que hasta ahora sostenía el clima y el agua en la región.