
Cuarenta años después de su estreno, The Breakfast Club sigue siendo un referente del cine adolescente, no solo por su estilo inconfundible, sino por el mensaje profundo que dejó impreso en generaciones enteras.
Así lo afirmó Andrew Meyer, uno de los productores de la icónica producción dirigida por John Hughes, quien reflexionó sobre el impacto perdurable de la historia.
“Si hay algo que tienen en común las películas que he producido, es que son atemporales”, aseguró el productor de 75 años, en el marco del lanzamiento de su libro Walking in the Fast Lane: Stories of a Lifetime.

De acuerdo con Andrew Meyer, The Breakfast Club, protagonizada por Molly Ringwald, Emilio Estevez, Anthony Michael Hall, Ally Sheedy y Judd Nelson, encarna esa cualidad de perdurabilidad a la perfección.
“Puedes ver esa película hoy y seguir conectando con ella. Es una historia que tiene algo que decir, y de la que el público puede aprender”, dijo.
Estrenada en 1985 con un presupuesto modesto de un millón de dólares, la película recaudó más de 50 millones de dólares a nivel global y se convirtió en una de las obras juveniles más influyentes de todos los tiempos.

Su trama, centrada en cinco adolescentes castigados un sábado en la biblioteca de su escuela, desarma los estereotipos que se pueden encontrar en instituto (el deportista, la princesa, el cerebrito, la rebelde, el inadaptado) y los convierte en personas reales, con conflictos y sueños comunes.
“En cierto modo, es una historia de amor. Esos chicos tenían sus diferencias, discutieron, pero terminaron comprendiendo que estaban conectados de una forma más profunda. La gran pregunta siempre fue: ‘¿Seguirán siendo amigos el lunes por la mañana?’ Y aunque no tengamos una respuesta, sabemos que algo cambió en ellos”, comentó.
El productor también apunta a un elemento nostálgico que contribuye al atractivo duradero del filme: el retrato de “cierta inocencia en aquella época”, por lo que aseguró que “es reconfortante” para algunas personas ver el largometraje.

“Ese mundo ya no existe. No había tiroteos escolares. Los problemas de los adolescentes eran familiares, que no es poca cosa, pero no había ese tipo de peligro constante que enfrentan los jóvenes hoy”, lamentó.
Por si fuera poco, Andrew Meyer subrayó que el ambiente del filme —con jóvenes simplemente hablando y descubriéndose— evoca una seguridad que hoy parece lejana. “Ver esa película es como comida reconfortante. Te transporta a un tiempo donde los adolescentes podían ser adolescentes”.
Sobre la escena final, cuando suena “Don’t You (Forget About Me)” de Simple Minds mientras los protagonistas se despiden, Meyer aseveró que sabe lo que sucedió después.
“Cuando salieron, sentí que todos se habían encontrado a sí mismos”, indicó.
Cuatro décadas después, The Breakfast Club no solo sobrevive como un clásico, sino como un espejo emocional de una etapa universal: la adolescencia, con todas sus heridas, búsquedas y esperanzas.

En una entrevista con The Times, Molly Ringwald confesó que volvió a ver la película de 1985, esta vez acompañada por su hija Mathilda Gianopoulos, de 20 años.
“No disfruto verme a mí misma en pantalla, pero Mathilda quería verla conmigo”, comentó.
La actriz de 56 años reconoció que hay muchas cosas que sigue apreciando del filme, también es consciente de que algunas escenas no han resistido el paso del tiempo.
“Hay mucho que me encanta de la película, pero hay elementos que no han envejecido bien —como el personaje de Judd Nelson, John Bender, que esencialmente acosa sexualmente a mi personaje”, afirmó.

Incluso, Molly Ringwald valoró que hoy en día exista un mayor nivel de conciencia y crítica sobre estos temas: “Me alegra que ahora podamos mirar eso y decir: las cosas realmente han cambiado”, dijo.