
El 14 de octubre de 1943, el campo de exterminio nazi de Sobibor, en la Polonia ocupada, fue escenario de la mayor rebelión judía documentada en un centro de muerte del Tercer Reich. Unos cientos de prisioneros, liderados por Alexander Pechersky y Leon Feldhendler, asesinaron al menos a una docena de oficiales de las SS y protagonizaron una fuga masiva que desafió el aparato de exterminio nazi.
Aunque la mayoría de los fugitivos fue asesinado durante la huida o capturado posteriormente, solo 58 lograron sobrevivir hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Este episodio, descrito por Smithsonian Magazine, significó un hito en la resistencia judía durante el Holocausto y evidenció la capacidad de los prisioneros para enfrentar el terror nazi en condiciones extremas.
Sobibor integraba la Operación Reinhard, el plan nazi para el asesinato sistemático de los judíos en la Polonia ocupada. Junto a Belzec y Treblinka, era uno de los campos diseñados exclusivamente para la aniquilación.

Entre abril de 1942 y el otoño de 1943, al menos 167.000 judíos fueron asesinados en Sobibor; la gran mayoría fue enviada directamente desde los vagones de tren a las cámaras de gas. Solo un pequeño grupo, los Arbeitshäftlinge, era seleccionado para trabajos forzados, ejecutando tareas como carpintería o sastrería y viviendo bajo la amenaza constante de la muerte.
La organización interna del campo contemplaba tres sectores principales. Lager I albergaba a los trabajadores forzados; Lager II contenía la administración y la zona de desvestimiento previa al asesinato, y Lager III, completamente aislado y oculto, reunía las cámaras de gas y las fosas comunes. El contacto con este sector estaba prohibido.

El sobreviviente Thomas Blatt relató: “La prueba más concluyente de que algo asesino ocurría en Lager III era que nadie salía vivo de allí”.
El control recaía en un comandante nazi, asistido por unos 30 oficiales de las SS y un cuerpo auxiliar de entre 90 y 120 guardias, muchos de ellos ex prisioneros soviéticos y civiles ucranianos o polacos, temidos por su brutalidad.

La vida en Sobibor se definía por la violencia sistemática y la incertidumbre. Intentos previos de fuga, como los de diciembre de 1942 y julio de 1943, desembocaron en ejecuciones públicas y castigos ejemplares.
“Nos hicieron presenciar su castigo, para que escucháramos y temiéramos”, recordó el sobreviviente Moshe Bahir, sobre la ejecución de prisioneros que intentaron escapar. El clima de terror aumentó cuando los nazis comenzaron a reducir operaciones, incrementando el temor a una inminente liquidación.
En ese contexto ingresó Alexander Pechersky, soldado soviético judío deportado a Sobibor en septiembre de 1943. Su experiencia militar y liderazgo llamaron la atención de la resistencia clandestina, encabezada por Leon Feldhendler.
Juntos, rechazaron planes inviables, como excavar túneles o asesinar a los nazis en sus dormitorios, y eligieron una estrategia directa: eliminar al mayor número posible de oficiales y guardias en una hora y provocar una fuga masiva por la puerta principal.
“Nuestro lema es ‘uno para todos y todos para uno’, porque si en el recuento se descubre que alguien ha escapado, todo el campo será liquidado”, advirtió Feldhendler a Pechersky, según Smithsonian Magazine.
El plan se mantuvo en secreto dentro de un grupo reducido con el fin de mantener el factor sorpresa. La rebelión se pospuso del 13 al 14 de octubre de 1943 por la visita inesperada de oficiales externos. Finalmente, ese día se activó la operación.

Los conspiradores, armados con cuchillos y hachas, atrajeron a oficiales nazis a lugares específicos y los asesinaron en silencio. Johann Niemann, el oficial de mayor rango presente, murió en el taller de sastrería. Los prisioneros se apoderaron de armas, pero un asesinato no planeado precipitó la siguiente fase antes de lo previsto.
En plena confusión, Pechersky arengó desde una mesa: “¡Adelante, camaradas! ¡Por Stalin! ¡Muerte a los fascistas!”, escribió Smithsonian Magazine. Pronto, el campo se llenó de caos. Los prisioneros corrieron hacia la valla exterior; muchos quedaron atrapados en el alambre de púas o murieron bajo el fuego de las torres de vigilancia. Otros cayeron por minas ocultas.
“Había cadáveres por todas partes. El ruido de los fusiles, las minas explotando, las granadas y el tableteo de las ametralladoras me ensordecían”, describió Blatt.
De los 365 que intentaron escapar, solo unos 200 alcanzaron el bosque cercano. El resto fue abatido durante el intento o capturado poco después. Los nazis iniciaron una cacería: en nueve días, capturaron a más de 100 fugitivos y 53 murieron a manos de civiles que simularon ayudarlos para luego robarles y matarlos.
“Salimos de Sobibor para ser abatidos por gente como esa”, recordaba con amargura el sobreviviente Berl Freiberg, aludiendo a los civiles que traicionaron a muchos fugitivos. De los cientos que intentaron escapar, apenas 58 lograron llegar con vida al final de la guerra, algunos uniéndose a las filas partisanas y otros gracias a la ayuda clandestina de polacos solidarios.

La reacción nazi fue inmediata y feroz. Ejecutaron a todos los prisioneros que quedaron, destruyeron el campo y plantaron un bosque de pinos para borrar toda huella.
Como represalia por los levantamientos de Sobibor y Treblinka, los nazis lanzaron la Operación Fiesta de la Cosecha, asesinando a unos 42.000 judíos polacos en pocos días, incluidos 18.400 en Majdanek en una sola jornada, de acuerdo con Smithsonian Magazine.
La rebelión de Sobibor marcó un antes y un después en la memoria del Holocausto. Fue el primer campo de exterminio nazi donde una resistencia judía organizada logró acabar con una docena de oficiales alemanes. “Sin aquel levantamiento no habría quedado nadie para contar lo ocurrido”, recordó el sobreviviente Jules Schelvis. Gracias a esos testimonios fue posible documentar los crímenes y sostener los juicios que siguieron a la guerra.
Más de ocho décadas después, el legado de Sobibor excede la supervivencia física. La rebelión demostró que, aún en el ambiente más adverso, los prisioneros judíos lograron desafiar a sus verdugos y romper el círculo de muerte impuesto por el nazismo.