Sentado durante “God Bless America”: el gesto de Bad Bunny que aviva el fuego político

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Durante el séptimo inning del juego entre los Yankees y los Blue Jays, el 8 de octubre, las cámaras del estadio captaron a Bad Bunny sentado mientras sonaba God Bless America. A su alrededor, el público se ponía de pie y entonaba la canción que desde los atentados del 11 de septiembre se ha convertido en un rito casi sagrado en los estadios de béisbol de Estados Unidos.

Bastó esa imagen —el artista más famoso del mundo hispanohablante permaneciendo sentado en medio de una multitud patriótica— para encender una tormenta mediática. En cuestión de horas, el video circuló con titulares acusatorios: “Bad Bunny desprecia a Estados Unidos” o “El futuro artista del Super Bowl no respeta la bandera”.

Comentaristas conservadores como Tomi Lahren o Clay Travis calificaron el gesto de “desdén hacia el país que le dio fama”. En X, las etiquetas #GodBlessAmerica y #NotMyHalftime se convirtieron en tendencia. El New York Post fue más cauto: señaló que el artista “parecía distraído”, sin afirmar que su actitud tuviera motivaciones políticas. Ni Bad Bunny ni su equipo emitieron comentarios.

Aun así, el episodio fue suficiente para alimentar un debate que ya estaba encendido: el de su inminente presentación en el Super Bowl LX y la resistencia de algunos sectores políticos y mediáticos a su presencia en el espectáculo más visto de Estados Unidos.

Durante el partido en el Yankee Stadium también se pudo captar al cantante puertorriqueño saludando al director neoyorquino Spike Lee. Foto: Splash News/The Grosby Group.

De un anuncio histórico a una reacción inmediata

Hace apenas unos días, la NFL confirmó que Bad Bunny encabezará el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LX, que se celebrará el 9 de febrero de 2026 en el Allegiant Stadium de Las Vegas. La noticia fue celebrada como un hito para la representación latina: sería el primer artista en interpretar un show mayoritariamente en español en ese escenario global.

Sin embargo, la reacción desde el ala conservadora del país fue inmediata. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, calificó la decisión como “terrible”. En una entrevista televisiva dijo no conocer a Bad Bunny, pero sostuvo que “no representa los valores de la mayoría de los estadounidenses” y sugirió al cantante country Lee Greenwood —autor de God Bless the USA— como una opción “más adecuada para las familias”.

Poco después, Donald Trump se sumó desde su red social Truth Social: “Poner a Bad Bunny en el Super Bowl es una broma ridícula. La NFL ha perdido el rumbo”. El mensaje se viralizó en los círculos de extrema derecha y reforzó la idea de que el show de medio tiempo se ha convertido en otro campo de batalla cultural.

La tensión escaló aún más cuando funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional confirmaron que habrá agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) operando durante el evento, en coordinación con otras agencias federales. Aunque se trata de un protocolo habitual de seguridad, varios líderes republicanos enfatizaron el punto en declaraciones públicas, sugiriendo que “quienes no estén legalmente en el país deberían pensarlo dos veces antes de asistir”. Para algunos observadores, la mención fue leída como una advertencia velada dirigida al público latino que el propio Bad Bunny representa.

Un “medio tiempo alternativo” y una nación partida

El episodio tomó un giro más peculiar cuando la organización ultraconservadora Turning Point USA, dirigida por la viuda del activista Charlie Kirk, Erika Frantzve Kirk, anunció que producirá un All-American Halftime Show, una transmisión paralela al Super Bowl centrada en “la fe, la familia y la libertad”. En un comunicado, Frantzve Kirk explicó que el objetivo era ofrecer “una alternativa moral” a un espectáculo “dominado por el ego y la provocación”.

El anuncio, celebrado en Fox News y otros medios conservadores, fue interpretado por analistas como una muestra del creciente deseo de ciertos sectores de crear sus propios espacios culturales paralelos. En otras palabras, si el medio tiempo del Super Bowl ya no encarna su visión del país, entonces producirán el suyo.

Para críticos culturales, este gesto revela hasta qué punto la polarización ha alcanzado incluso los territorios del entretenimiento masivo: cada grupo busca su propio símbolo de identidad, su propio espectáculo “correcto”.

El artista y el gesto: una historia más larga

Esta no es la primera ocasión en que el artista se ha visto involucrado en temas de índole político. Por ejemplo, en 2019 participó en las protestas que forzaron la renuncia del gobernador de Puerto Rico. En su música y en sus apariciones públicas ha denunciado la violencia, el colonialismo y la homofobia, y ha hecho del español un instrumento de orgullo global.

Su relación con Estados Unidos, sin embargo, ha sido compleja. En su última gira evitó incluir fechas en territorio estadounidense, alegando que no quería exponer a sus fans latinos al riesgo de redadas migratorias. Y en su reciente aparición en Saturday Night Live, respondió con humor a las críticas sobre su presentación en el Super Bowl: “Mis detractores tienen cuatro meses para aprender español”, dijo entre risas.

Más que una provocación, la frase sonó como un recordatorio de la realidad cultural del país: el español ya no es una lengua ajena, sino parte inseparable de la vida cotidiana en Estados Unidos. Bad Bunny no busca integrarse a una corriente dominante; su presencia obliga a esa corriente a reconocer la diversidad que ya existe.

De los símbolos al fondo del debate

El debate sobre si Bad Bunny se levantó o no durante God Bless America puede parecer trivial, pero su resonancia revela algo más profundo: la fragilidad del consenso sobre qué significa ser “americano”.
Para una parte del país, cantar en español en el evento más visto del año es una celebración de diversidad. Para otra, es una amenaza a la narrativa patriótica tradicional. Y en medio de esa tensión, cada gesto —sentarse, hablar otro idioma, llevar una bandera distinta— se interpreta como una toma de posición.

Los críticos de derecha lo acusan de “no respetar los valores estadounidenses”; sus defensores señalan que no hay nada más estadounidense que el derecho a no seguir la corriente. En ese juego de espejos, la figura de Bad Bunny se convierte en símbolo involuntario de una batalla que va más allá del pop: una pugna por la identidad cultural del país.

Lo que el Super Bowl pondrá a prueba

Cuando suba al escenario del Allegiant Stadium, Bad Bunny no solo presentará un espectáculo musical. Será, de alguna manera, una prueba para el Estados Unidos contemporáneo: un país donde el español es la segunda lengua más hablada, pero donde aún se discute si un artista latino puede representar el “centro” de la cultura nacional.

La paradoja es evidente: mientras la NFL busca reflejar la diversidad real de su público, una parte de la clase política sigue atada a una noción monocromática de americanidad. El resultado es una escena como la del Yankee Stadium: un hombre sentado, miles de miradas sobre él, y un país entero proyectando en ese gesto sus propias inseguridades.

En los próximos meses, la conversación continuará creciendo. Y cuando llegue el Super Bowl LX, quizá el verdadero espectáculo no sea el que se vea en televisión, sino el que se libra fuera del escenario: la disputa por quién tiene derecho a cantar —y en qué idioma— el sueño americano.

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